lunes, 7 de mayo de 2012

Amantes de mis cuentos: La telefonista


En Cuba, allá por los años cuarenta, las llamadas se efectuaban mediante una Central Telefónica. Era una pizarra negra y frente a ella, sentada en una silla giratoria una persona ponía y quitaba gran cantidad de clavijas al tiempo que saludaba, respondía, comentaba y se despedía cientos de veces.
La telefonista de uno de tantos pueblos, con treinta años y soltera tenía la voz más bonita que se podía escuchar en toda la isla, acompañada de una dulzura, una simpatía y un hacer bien su trabajo que se hacía querer a los pocos minutos de conocerla, olvidando de inmediato su cara, que al decir de algunos, pocas personas eran tan feas.
Entre tantas llamadas recibidas a diario, había una en especial de un señor que llamaba a un comercio por motivos de trabajo. Tanto llamaba que con el tiempo comenzó a departir unos minutos con ella, alabando su voz  cada vez que se presentaba la oportunidad.
Un día le dijo: -Me gustaría conocerla. Tengo que ir a La Habana en tal fecha y como el tren tiene una breve parada, cinco minutos, en su bonito pueblo ¿podría tener ese placer? Quizás sea un trastorno tal encuentro en horas de trabajo pero me sentiría feliz si pudiera saludarla aunque fuese en tan corto espacio de tiempo.
Ella le explicó cómo iría vestida y el color de sus zapatos.
El día de marras, una amiga la sustituyó al frente de la pizarra y media hora antes de la llegada del tren, ya estaba esperando en el apeadero. Al parecer alguien más, se había enterado de este encuentro, lo había divulgado y la estación estaba a rebosar. Los espectadores se sentaron en los bancos y ella se quedó sola, de pie, en medio del andén.
Y cuentan las malas lenguas que a la llegada del ferrocarril se bajó del primer vagón un hombre joven vestido con traje de dril 100, sombrero de jipijapa y una orquídea en su mano derecha. Miró a la cara de la mujer, a su ropa, a sus zapatos. Nadie se movía. Caminó despacio, a lo largo y muy cerca del tren, la volvió a mirar y se subió en el último vagón.
Alguien gritó: -¡Háblale que se te va!
Pero cuando ella reaccionó el tren ya se alejaba.



                                                                         © Marieta Alonso Más

                                     

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