domingo, 2 de septiembre de 2012

Marme: Volver al pueblo





Hacía un calor infernal. El canto de las cigarras le recordaba las risas de los niños de su escuela, alegres y chirriantes, envueltas en un murmullo monótono y continuo. Hoy, por primera vez, volvía a su pueblo natal después de veinte años de ausencia. Le costaba respirar el aire pesado y opresivo de agosto y se sentía incómodo con las gotas de sudor que recorrían su espalda empapando la camisa. Deseaba llegar cuanto antes para cambiarse de ropa y refrescarse con una ducha fría. Pero sabía que todavía quedaban por lo menos veinte minutos más de camino en ese pesado tractor.
Su coche se había averiado cuando apenas faltaban unos kilómetros para llegar al pueblo. No estaba muy lejos. En el horizonte se divisaba la torre de la iglesia. Pensó en llamar a su hermana para que le recogiera pero, en ese momento, pasó por allí Teodoro, un vecino del pueblo, que se ofreció a llevarle.
Ahora ya no le parecía tan buena idea. El tractor iba despacio, zigzagueando por el camino de tierra seca, sin una sombra a la vista. El fuerte sol le quemaba los brazos y recalentaba sus recuerdos. Se sentía asfixiado e impaciente por llegar. Aburrido por el trayecto sacó la carta que tenía guardada en el bolsillo del pantalón para releerla una vez más.

“Querido hermano:
Ahora sí tienes que venir. El tío Joaquín ha muerto y mañana se reparte la herencia. Sé que no te gusta el pueblo, que lo pasaste mal de niño y no has querido volver. No te lo reprocho. Yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. Pero será poco tiempo y pronto podrás marcharte. Te espero.
Un fuerte beso,
Mariana”

Su primer impulso fue negarse, por supuesto, pero su hermana no cesó de insistir hasta que le convenció. Al fin y al cabo sólo serían unas horas. No pensaba quedarse para siempre porque, desde luego, el pueblo era el último lugar donde quería estar.
Se desabrochó un poco más los botones de la camisa. Su barriga le pesaba como una piedra atada a su cintura y le hacía moverse con dificultad.
-          ¡No recordaba que hiciera tanto calor!- comentó secándose el sudor del cuello.
-          ¡Qué quiere! Estamos en agosto-, replicó Teodoro arrastrando las sílabas con pereza.
Le miró de reojo y pensó que se encontraba un poco pálido. Tampoco le parecía normal esa forma de sudar. 
Había olvidado la botellita de agua en el coche y ahora la echaba de menos. Normalmente era bastante previsor pero hoy se sentía alterado, malhumorado y los nervios le hacían cometer errores. Su trabajo de contable no le daba muchos sobresaltos y su vida era todo lo rutinaria que cabía esperar de un hombre de mediana edad.
“Me iré en cuanto pueda” pensaba mientras se sujetaba el brazo izquierdo en un reflejo por disminuir un calambre que se hacía cada vez más intenso. “En cuanto firme, me voy” farfullaba mientras intentaba no desfallecer por el mareo. “No me quedaré ni un minuto más del necesario” murmuraba mientras una sensación de ahogo, más y más fuerte, le fue comprimiendo el pecho hasta aplastarlo.
Teodoro corrió asustado a buscar ayuda, dejándole tendido en el suelo, a los pies del tractor.
-Se desplomó nada más pasar el cementerio del pueblo-, comentó más tarde el paisano en el velatorio. –¡Cómo si hubiera estado esperando llegar a casa!



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