miércoles, 7 de noviembre de 2012

Alejandro Chanes Cardiel: Desde el andén

Desde el andén
  
Desde el andén, veo  la figura de una mujer al otro lado de las vías. Parece atractiva. Más cerca de los cuarenta que de los treinta, lleva una chaqueta de cuero rojo y unos pantalones vaqueros, una boina negra se ladea hacia la izquierda sobre el pelo rubio. Pasea con lentitud, sin alejarse demasiado de una pequeña maleta de ruedas.
La llegada de un tren  me quita, de momento, la visión. La gente se apresura al oír el pitido que anuncia la puesta en marcha. Al alejarse por el túnel, miro de nuevo al frente. Ahora la mujer de la boina se mueve, al parecer, nerviosa, da unos pasos y retorna hasta la maleta. Vuelve los ojos una y otra vez hacia las escaleras que conducen al andén. Comprueba la hora en su reloj de pulsera.
De pronto se detiene. Un hombre, entrado en la cuarentena, con una cazadora sobre una camisa a cuadros, avanza despacio. La mujer se dirige hacia él, con pasos rápidos, arrastrando la maleta. Veo como gesticula y mueve los brazos mientras señala su reloj. Parece que levanta la voz y, si bien no oigo lo que dice, me da la sensación de que está alterada.
El hombre inicia un monólogo y, al parecer, trata de explicar algo, por el modo en que mueve las manos, después baja los ojos. La mujer le mira con fijeza y a continuación con una mueca de desprecio, sus labios se abren y suelta una sola palabra con gran rotundidad.
En ese momento se detiene un tren en la vía de enfrente y me oculta la perspectiva. Tras unos segundos, y cuando desaparece el último vagón, el andén ya está vacío. Miro hacia la izquierda y veo que el hombre de la cazadora se dirige a la salida.
Al llegar al pie de la escalera mecánica, una joven, de poco más de veinte años, se cuelga de su brazo. Una falda negra junto a un jersey blanco ajustado marcan las líneas de su cuerpo que, al andar, establece una cadencia en su movimiento. 
Al iniciar la ascensión, el hombre le acaricia la mejilla. Los escalones siguen subiendo y lo último que veo son unas prodigiosas piernas que, al poco, desaparecen.



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Desde el andén por Alejandro Chanes Cardiel

1 comentario:

  1. Felicidades Alejandro por el cuento. La primera vez que lo leí me gusto y ahora después de un tiempo y leerlo de nuevo, me fascina.

    Carmen Dorado

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