sábado, 1 de diciembre de 2012

Amantes de mis cuentos: Rufianes y seductores

El infierno de Dante
Vosotros que entráis aquí,
dejad fuera toda esperanza.


Guillermo con aires de gran señor y Enrique con su gran timidez ocultaban lo que realmente eran. No hubo hombre de negocio que no se arruinara, ni mujer honesta que no se deshonrase al caer en sus redes.
Sus vidas discurrieron por los laberintos del hampa y la lujuria. Siempre bailando en la cuerda floja.
Sus quehaceres coincidían en determinados círculos y se hicieron amigos. Se ayudaban pero cada uno tenía marcado su propio territorio.
A los dos les sonreía la vida hasta que de la forma más tonta buscando una salida de escape se toparon con un cable de alta tensión y los dos quedaron carbonizados.
No pasaron examen, fueron directos al infierno.
Rellenaron el libro de inscripciones falseando su identidad sin lograrlo, el servicio secreto del infierno era infalible y fueron enviados al círculo octavo en el recinto primero.
La llegada a la isla no les desmoralizó, con tanta madera y sabiendo nadar buscarían la forma de escabullirse. El primer sondeo les mostró que en las cuevas abundaban riquezas y mujeres hermosas.
El terreno pedregoso y las raíces de los árboles les hacían caer constantemente. Intentaron una y otra vez llegar a las cuevas pero por una extraña razón les era imposible. En cambio llegaban al pie del volcán que les hacía retroceder por el calor.
Se alejaban tropezando y cayendo con la intención de entrar en las cuevas. No era posible. Decidieron sentarse. Buscaron un claro. Al irse a sentar surgían raíces. Pronto comprendieron que su castigo era vagar con sus manos y pies desollados sin poder compartir nada de lo que las cuevas le ofrecían.
Un espejismo fuera de su alcance, lo único real eran las piedras, las raíces, el calor.
Se miraron uno al otro. Su piel antaño blanca, se volvió negra con el accidente, ahora con el castigo era roja como fuego.

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