miércoles, 10 de julio de 2013

Ramón L. Fernández y Suárez: Reseña "Los helechos arborescentes"



Hemos leído


Revista de la Universidad Politécnica de Madrid nº 10 diciembre 2007


Homenaje

Ahora que se ha ido y su sombra se despide entre las nieblas matinales de este otoño (“el Pisuerga da muchas nieblas”), ahora que su obra es ya definitiva, queremos dedicar un breve espacio a comentar uno de sus primeros títulos en el que brillan destellos de su genio-ingenio, increíblemente descriptivo en su economía de palabras. Ocho o diez vocablos enlazados hábilmente para definir desde su esencia un personaje, una situación o un estado de la mente: “Hijo, aquí estoy en el desorden de tu ausencia” (Mortal y rosa), “yo quería ser sublime sin interrupción” (Las ninfas). Son solo un par de ejemplos para ilustrar con toda claridad su aludida facultad de síntesis. Umbral, deslumbrante pluma castellana para la historia literaria de nuestro Amado siglo XX. De entre su ingente actividad creadora hoy queremos bosquejar un breve repaso a uno de los trabajos que, aunque no reciente, tiene el atractivo de mostrar las mejores cualidades de su autor. Los helechos arborescentes (1980). Escatológico y valleinclanesco. Sarcástico, truculento y culterano, repasa varios siglos de la historia de España en forma medular y desestructurada. Canallesco a veces, siempre lírico y amargo, sus páginas descaradamente hermosas compendian una visión desde la orilla opuesta a lo que por entonces perdía la condición de “lo políticamente correcto” y aceptable. Escrito en los años de la transición, sale a la luz apenas dos años después de promulgarse la Constitución de 1978, hecho que relajó el marco de la expresión y del mensaje permitiendo de este modo un lenguaje literario que no tiene por qué encriptar sus contenidos. De ahí su tendencia iconoclasta que refleja el deambular de las ideas que por aquel entonces desarrollaba el escritor.

Quizá sea durante el fragmento en el que Francesillo, ingenuamente golfo álter ego del autor, nos habla del imaginario personaje Luna, aquel donde la fantasía de Umbral alcanza su cenit. Asimismo, alrededor de dicho personaje se desarrolla un excepcional momento de inspiración esteticista que indudablemente halla eco en otros autores contemporáneos entre quienes podría destacarse José Luis Sampedro (La vieja sirena): amor, sexo y belleza como elementos necesarios para el disfrute no convencional de exquisitos seres superiores. Esto, y la profundísima mirada crítica a un entorno que en cada nueva etapa histórica parece repetir sus más íntimas esencias, es cuanto une (y distancia) a Umbral con muchos de los escritores que en Castilla han sido sus contemporáneos. También reside su importancia, al margen de sus peculiaridades, no solo en el hecho de servir de puente entre el romanticismo de Espronceda y Larra (por citar solo un par de nombres) pasando por Ramón María y González Ruano y el universo del periodismo literario que ahora mismo disfrutamos; en el que hasta ayer su firma gozaba de incomparable relevancia.

Si a todo lo anterior se añade la riqueza y variedad del vocabulario que manejó el escritor a través de las 288 páginas de esta narración, llegamos a la conclusión de que quien diera vida a este relato mereció el lugar que sus muchos premios y reconocimientos le avalan. Porque dominó como pocos “la magia de la palabra… el secreto, en fin, de la literatura”.




© Ramón L. Fernández y Suárez

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Hemos leído Los helechos arborescentes por Ramón L. Fernández y Suárez

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