miércoles, 27 de noviembre de 2013

Leyendas iroquesas: El regalo del Gran Espíritu



Mujeres iroquesas
Grabado del siglo XVII


Cuentan que hace muchos, muchos inviernos, en un pequeño poblado Iroqués apareció un día un anciano vestido con harapos. Parecía cansado. Entró en el pueblo y miró la puerta de cada casa. Sobre las puertas podían verse los emblemas de los clanes de sus ocupantes.

El anciano se dirigió a una choza que tenía por emblema la figura de la Tortuga. Llamó a la puerta, pidió comida y alojamiento por esa noche. Pero, la mujer que salió le dijo que se fuera.

Dirigió entonces sus pasos a la casa que tenía al Pato por emblema sobre la puerta. Cuando pidió comida le contestaron que se marchara.

Entonces recorrió las casas que pertenecían a los clanes del Lobo, de la Nutria y del Ciervo, de la Anguila, la Garza y el Águila y en cada una de ellas le trataron con desprecio y le echaron.

Al fin, cansado y abatido, el anciano llegó al final del pueblo. Allí vio una pequeña cabaña y colgando sobre la puerta la cabeza de un oso negro. Era la casa del Clan del Oso.

Una mujer también anciana salió de la casa y al verle tan cansado, preguntó al extraño si quería descansar en su humilde morada y compartir con ella el poco alimento que le quedaba. Él aceptó. Extendió una mullida piel de ciervo sobre un camastro y le preguntó si quería reposar allí su cansado cuerpo.

Al día siguiente, el anciano enfermó con una fiebre muy alta. Le pidió a la mujer que fuera al bosque y le consiguiera cierta clase de planta. La instruyó sobre la manera de preparar dicha planta para hacer con ella la medicina que necesitaba.

Una vez tomada la medicina, el anciano se recuperó. Sin embargo, aquel hombre volvió a caer enfermo en días sucesivos y cada vez con distintas enfermedades. Y para cada enfermedad enviaba a la anciana al bosque a recolectar diferentes clases de hierbas. Y cada vez que regresaba con las hierbas, el anciano le daba instrucciones sobre su preparación y le indicaba cómo hacer con ellas las medicinas que cada una de sus enfermedades precisaba. Y siempre tras tomar la medicina, sanaba.

Un día que la anciana trabajaba fuera de la casa vio que ésta despedía una gran luz. Se fijó más y vio a un apuesto joven de pie ante la puerta de su choza de madera. Su cara brillaba como el Sol. El corazón se le llenó de miedo al pensar que quien estaba ante ella era un Espíritu.

Pero el joven replicó: "No tengas miedo, buena mujer. Soy tu Creador. He vuelto a las casas de los Iroqueses bajo la forma de un anciano. He vagabundeado de casa en casa pidiendo comida y abrigo. Se lo pedí al Clan de la Tortuga, al del Pato, al del Lobo, al Clan de la Nutria, al del Ciervo, al de la Anguila y al de la Garza. Se lo pedí también al Clan del Águila, pero en todas partes me rechazaron. Solo tú, el Clan del Oso, me abrigaste y me alimentaste. Por esta razón te he enseñado los remedios para curar enfermedades.  Muchas veces caí enfermo, muchas veces te envié al bosque a coger hierbas. Te enseñé a extraer las medicinas de ellas. Cada vez que tomaba esas medicinas sanaba. Por ello desde este día todos los médicos y curanderos pertenecerán al Clan del Oso. Los miembros de tu Clan serán los eternos Guardadores de la Medicina, por los tiempos de los tiempos".



Fuente: Cuentos de los indios iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1984.  

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