domingo, 29 de septiembre de 2013

La Dama de Cao







En 2012 se estrenó el documental “La Dama de Cao: El Misterio de la Momia Tatuada”, dirigido por José Manuel Novoa y producido por Explora Films, sobre el descubrimiento ocurrido en la primavera de 2006, en el Complejo Arqueológico El Brujo, por un equipo de arqueólogos peruanos dirigidos por Regulo Franco Jordan, del Instituto Nacional de Cultura del Perú y con la cooperación financiera de la Fundación Augusto N. Wiese.

Con este descubrimiento se tambalearon diversas teorías. La momia sin lugar a dudas era de un gobernante pero lo verdaderamente insólito fue cuando descubrieron que se trataba de una mujer joven que murió después de dar a luz, con un ajuar parecido al del Señor de Sipán, el dirigente que hasta el día de hoy se le considera el más antiguo del norte de Perú.

Hecho extraordinario pues nunca se pensó que la mujer ostentase el poder en estas civilizaciones milenarias, pero el lujo de los adornos y vestido que acompañaban el fardo funerario hacen ver que la dama tenía un estatus de dignatario en la sociedad teocrática del valle del río Chicama,  hace unos 1700 años.

Su muerte se produjo aproximadamente en el año 400 d.C. unos ciento cincuenta años después del apogeo del Señor de Sipán y unos mil años antes que aparecieran los Inca. Es la primera mandataria femenina de la que se tiene constancia.  

El cuerpo de la dama tiene tatuajes de serpientes, arañas, cocodrilos, monos, leopardos, abejas y mariposas que representan la fertilidad de la tierra pero que también podrían indicar sus dotes como adivina. Estaba cubierta por 18 collares de oro, plata, lapislázuli, cuarzo y turquesa, más treinta adornos de nariz de oro y plata, diademas y coronas de cobre dorado. Era de 1,45 metros de estatura y tendría entre 20 y 25 años.

El descubrimiento es un hito importante para el Perú preincaico por su casi perfecto estado de conservación. La tumba fue sellada con troncos de algarrobo que encajaban perfectamente entre sí, impidiendo el paso de la humedad, el polvo y otros organismos que hubieran podido descomponer su cuerpo. Los mochicas no momificaban a sus muertos pero en este caso el cuerpo fue untado con cinabrio, un mineral rojo que ayudó y permitió su conservación.

El fardo funerario de unos cien kilogramos de peso estaba formado por 26 capas de tela, entre las cuales se hallaron mantos cubiertos con láminas de cobre dorado y restos de algodón.
La Dama de Cao

Es una momia perteneciente a la cultura mochica. El territorio moche es una franja desértica de unos dos mil quinientos kilómetros de largo y doscientos kilómetros de ancho. El Brujo es un complejo arqueológico que ocupa una superficie de cien hectáreas frente al mar y es el único sitio arqueológico del Perú que ha sido ocupado sin interrupción durante los últimos cinco mil años por diversas culturas como Cupisnique, Salinar, Gallinazo, Moche y Lambayeque… La tumba fue hallada en la huaca de Cao Viejo en el departamento de La Libertad a unos 700 kilómetros al norte de Lima y a 60 kilómetros al norte de Trujillo y se puede contemplar en el moderno Museo de Cao.






Fuentes:
Documentales de la 2 – RTVE
Wikipedia, la enciclopedia libre




viernes, 27 de septiembre de 2013

Clara Campoamor (Madrid, 1888 - Lausanne, 1972)

Clara Campoamor







Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal.
("La revolución española vista por una republicana", Ediciones Espuela de Plata, 2005, pp. 177-178)




Desempeñó varios oficios, entre ellos el de telefonista, sacó plaza de funcionaria en Correos. Entró a trabajar en el periódico maurista La Tribuna como secretaria del director, un puesto que le permitió conocer gente y donde comenzó a interesarse por la política. En 1920 se matricula como estudiante en la escuela secundaria y luego en la Facultad de Derecho, donde obtuvo una licenciatura en Derecho en la Universidad de Madrid.  
Al proclamarse la Segunda República fue elegida diputada. Formó parte de la Comisión Constitucional encargada de elaborar el proyecto de Constitución de la nueva república, integrada por 21 diputados, y allí luchó eficazmente para establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, a menudo llamado “voto femenino”. Consiguió todo, excepto lo relativo al voto, que tuvo que debatirse en el Parlamento.
La izquierda, con algunas excepciones, no quería que la mujer votase porque se suponía que estaba muy influida por la Iglesia y votaría a favor de la derecha. Por ello, el Partido Radical Socialista puso frente a Clara a otra reconocida diputada, Victoria Kent, contraria al voto de las mujeres. El debate fue extraordinario y Campoamor fue considerada como la vencedora. Finalmente, la aprobación del sufragio femenino se logró en 1931 con el apoyo de la minoría de derechas, gran parte de los diputados del PSOE (excepto el sector encabezado por Indalecio Prieto) y algunos republicanos. El derecho al voto fue ejercido por las mujeres en las elecciones de 1933.
Escribió y publicó entre otras, El derecho femenino en España, La situación jurídica de la mujer española y Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, un testimonio de sus luchas parlamentarias.
Al estallar la guerra civil se exilió y, en 1937, publicó en París La revolución española vista por una republicana. Vivió una década en Buenos Aires y se ganó la vida traduciendo, dando conferencias y escribiendo biografías (Concepción Arenal, Sor Juana Inés de la Cruz, Quevedo). Marchó a Suiza donde vivió hasta su muerte. Nunca en vida volvió a España. Sus restos descansan en el cementerio de Polloe en San Sebastián (Guipúzcoa).




Fuentes:
Wikipedia, la enciclopedia libre
Personajes de la Historia de España. Espasa Calpe, S. A. 1999



martes, 24 de septiembre de 2013

Brújulas y Espirales: Ana María Matute "Primera memoria"

Brújulas y Espirales el Blog de Francisco Martínez Bouzas



lunes, 16 de julio de 2012


LA OSCURA VIDA DE LAS PERSONAS MAYORES


Primera memoria
Ana María Matute
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 237 páginas.


   En su día, hace más de cincuenta años, pasó con dificultad da criba de la censura y desde entonces la novela de Ana María Matute, Primera memoria, Premio Nadal 1959, no ha dejado de editarse en distintos formatos. En el pasado mes de junio la recuperó de nuevo Ediciones Destino, la editorial del Premio Nadal, como una de sus textos clásicos, en una edición que incluye un amplio material gráfico sobre la autora y la entrega del Premio Nadal de aquel año.
   Lo mejor de la aportación a la narrativa española de Ana María Matute son sus obras publicadas antes de 1973, en pleno auge de la posguerra. Estamos en la década de los cincuenta, el realismo social  es la corriente dominante, pero esos años contemplan así mismo la aparición de las primeras letras de otros narradores (Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio) También Ana María Matute cuya obra, especialmente su trilogía Los mercaderes, de la quePrimera memoria forma parte, es la literaturización obsesiva de una serie de temas como la nostalgia por el paraíso perdido, por la infancia irrecuperable, por el despertar de la adolescencia, por una minuciosa radiografía de los estados de ánimo.
   Todas esas obsesiones hacen acto de presencia en Primera memoria, en una trama que quizás no encuentre mejor definición que la aportada por la propia autora, hace más de cincuenta años, el día que ganó en Premio Nadal: “Plantear, mediante una forma lo más sencilla y suave posible, jugando con unos personajes adolescentes y, por lo tanto libres de todo prejuicio, el problema de la incomprensión y la injusticia dominante; para lo cual me fue también necesario contrastar la pureza de los personajes con la brutalidad de la guerra”.
   En efecto, en Primera memoria nos encontramos con adolescentes al borde del abismo de la edad adulta, pero sin alternativas. Esa carencia de opciones la descubre con espanto Matia la protagonista principal y voz narradora, encerrada con su primo en la casa de la abuela durante la guerra civil que acaba de estallar y que, desde la lejanía, se deja sentir ensombreciéndolo todo. Se encuentran en una las islas Baleares, una isla sin nombre, pero isla, hecho que acentúa la sensación de claustrofobia. En aquellos interminables meses veraniegos del 36 y bajo la mirada omnímoda de la abuela, soportan la rutina estival de lecciones de latín, cigarrillos robados y fumados a escondidas, escapadas en barca a calas recónditas. Son sus pequeñas maldades que les hacen enfrentarse con sus propios monstruos  y les obligan a atisbar o imaginar “la oscura vida de las personas mayores”. Con una guerra que no está físicamente presente, pero a la que se alude frecuentemente y deja su poso en la isla en forma de asesinatos, humillaciones, odio, perversiones. La  guerra también aparece en la novela como elemento transformador de las fracturas familiares: las mujeres y los niños se quedan en casa, mientras los padres luchan en el frente, hermanos contra hermanos en no pocas ocasiones. Además la protagonista se ve obligada a transitar de niña a mujer sin referentes en los que medirse, durante el momento traumatizante del estallido de la contienda.
   A pesar del paso de los años y de la autocensura con la que sin duda está escrita la novela (la guerra civil es vista desde lejos, sin juicios demasiado explícitos, aunque contemplada como un silencio podrido, un silencio de muertos, muertos barranco abajo, aislamientos y enemistades), Primera memoriaes un texto que no ha envejecido. Y ello se debe no solo al oficio, sino al talento creador de Ana María Matute, capaz de fascinarnos con las descripciones de los estados de ánimo de los personajes. La autora supo meterse en el alma de una chica de catorce años y llena su texto de deslumbrantes hallazgos que nos permiten percibir cómo se observa y cómo se siente una adolescente a punto de dejar de serlo: sus amarguras, sus desengaños, los agobios de la soledad, las crueldades de esas edades indefinidas. Muestra igual maestría al reflejar el ambiente asfixiante y opresivo de un espacio, de una isla aislada, en un pueblo con enemistades enquistadas que la autora retrata con frases como “la calma aceitosa”, “la hipócrita paz de la isla”.
   La escritora así mismo, con una prosa embrujadora, fue capaz de entroncar los caracteres y los sentimientos con el paisaje y el clima. Y lo hizo con tal maestría que estos en el fondo operan también como verdaderos actantes (“El declive tenía algo solemne en la noche. Las piedras de los muros de contención blanqueaban como hileras de siniestras cabezas en acecho. Había algo humano en los troncos de los olivos, y los almendros a punto de ser vareados, proyectaban una sombra plena. Más allá de los árboles, se adivinaba el resplandor de los habitáculos de los colonos. Al final del declive la silueta de la casa de la abuela era una sombra más densa. El cielo tenía un tinte verdoso y malva”, páginas 56-57).
   Novela sin duda opresiva, desesperanzada (“elegía a la perversión de la inocencia”) que una pluma preñada de talento convierte en verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas



Ana María Matute, en la entrega del P. Nadal (6 de enero 1960)




Fragmentos

Qué extranjera raza de los adultos, la de los hombres y las mujeres. Qué extranjeros y absurdos nosotros. Qué fuera del mundo y hasta del tiempo. Ya no éramos niños. De pronto ya no sabíamos lo que éramos. Y así, sin saber por qué, de bruces en el suelo, no nos atrevíamos a acercarnos al otro. Él ponía su mano encima de la mía y sólo nuestras cabezas se tocaban. A veces notaba sus rizos en la frente o la punta fría de su nariz. Y él decía, entre bocanadas de humo: «¡Cuándo acabará todo esto…!». Bien cierto es que no estábamos muy seguros a qué se refería: si a la guerra, la isla o nuestra edad”

…..

“Recuerdo que entré en una zona extraña, como  de agua movediza: como si el miedo me ganara día adía. No era el terror infantil que padecí hasta entonces. A veces me despertaba de noche, y me sentaba bruscamente en la cama. Experimentaba entonces una sensación olvidada de cuando era muy pequeña y me angustiaba al atardecer y pensaba: «El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca  nada más?». Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida”

…..

“En aquel momento me hirió el saberlo todo. (El saber la oscura vida de las personas mayores, a las que sin duda alguna, pertenecía ya. Me hirió y sentí un dolor físico”

(Ana María Matute, Primera memoria, paginas 109, 169-170, 229)

viernes, 20 de septiembre de 2013

José Martí: A mi madre


 
José Julián Martí Pérez
(La Habana, Cuba, 1853 – Dos Ríos, Cuba, 1895)




Madre del alma, madre querida,
son tus natales, quiero cantar;
porque mi alma, de amor henchida,
aunque muy joven, nunca se olvida
de la que vida me hubo de dar.


Pasan los años, vuelven las horas
que yo a tu lado no siento ir,
por tus caricias arrobadoras
y las miradas tan seductoras
que hacen mi pecho fuerte latir.


A Dios yo pido constantemente
para mis padres vida inmortal;
porque es muy grato, sobre la frente
sentir el roce de un beso ardiente
que de otra boca nunca es igual.






Muchas de estas primeras poesías hasta 1870 fueron escritos por Martí como dedicatoria para un retrato suyo, especialmente los compuestos durante su presidio en San Lázaro.



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Joaquín Abatí Díaz: El conde Sisebuto


Joaquín Abatí Díaz
 (Madrid, 1865 - 1936)


A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.

Perteneció a un gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto,
y su esposa, Leonor,
y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
que atendía por Mariana.


Y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y su hijo mayor, Rogelio.

Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.

En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.

Con un quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.

Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.

Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡cómo no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-. ¡Vaya un apuro!

De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
extiende el brazo, y tropieza
¡con la cuerda de una escala!
-¡Ah!... –dice con fiero acento.
-¡Ah!... –vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!... –repite venturoso.
-¡Ah!... –otra vez, y así, hasta ciento.

Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde, la Pepa.

El lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
le seca bien con serrín.

-Lisardo… mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde: -Siento frío.

-¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? Eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esa manta.

-Ahora hablemos del cariño

que nuestras almas disloca.

Yo te amo como una loca.

-Yo te adoro como un niño.


-Mi pasión raya en locura,
si no me quieres, me mato.

-La mía es un arrebato,

si me olvidas, me hago cura.

-¿Cura tú? ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡pues estaría bonito!

Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es un padre muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos… vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.

-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡qué nos quiten lo bailado!

En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes? –dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.

Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre…, luego un can…,
luego nadie…, luego nada…
-¡Hija infame! –ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?

Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.

Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.

El joven naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco
de resultas del espanto,
y el perro… no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.

Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de Cunegunda, su hermana,
de su madre, Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra, su tía,
de su nieta, Rosalía,
ni de su chico, Rogelio.

Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.



Comediógrafo español. Cultivó el género ligero y cómico, con tendencia a la astracanada. Escritor fecundísimo, se le deben más de ciento ochenta obras, casi siempre en colaboración, especialmente con Arniches y Antonio Paso. Sus obras destacan por la sencillez de la trama y por el detalle colorista.



Fuente: Recitado y muy bien por Pilar Badaya. Muchas gracias. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Dichos populares: Atar los perros con longaniza


Es sinónimo de opulencia y derroche.

Ocurrió que a principios del siglo XIX en un pueblo de Salamanca, llamado Candelario y famoso por la calidad de sus embutidos, vivía un choricero llamado don Constantino Rico, conocido también por El tío Rico, que tenía un taller de embutidos en los bajos de su casa. 

Un día alguien que trabajaba en el taller tenía tanta prisa y trabajo, que ató a su perro para que no interrumpiese la faena, con una rastra de longanizas a un banco.

Entró por allí un muchacho que vio al perro y divulgó por todo el pueblo el hecho de que en casa del tío Rico se ataban los perros con longaniza. 

La frase se popularizó. También se suele usar para sugerir que alguien no se haga ilusiones: No creas que allí atan los perros con longaniza.

Hay un cuadro de Ramón Bayeu y Subias, pintor y grabador español, cuñado de Francisco de Goya,  que se titula “el choricero” y se encuentra en los depósitos del Museo del Prado. Realizó numerosos cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara.


"El choricero"
Ramón Bayeu y Subias
Museo del Prado. Madrid




Fuentes:
Suplemento de Muy interesante. El libro de los Dichos, El pequeño Larousse Ilustrado 1996,
Wikipedia, la enciclopedia libre

viernes, 13 de septiembre de 2013

Paseos por Madrid: Iglesia de San Antonio de los Portugueses (actualmente de los Alemanes)

Iglesia de San Antonio de los Alemanes








Es una joya.

Está situada entre la Corredera Baja de San Pablo, la calle de la Puebla y la calle de la Ballesta, en una pequeña manzana triangular.

En los años primeros del siglo XVII, Portugal se anexionó a España. Como consecuencia de ello se aconsejó en el reinado de Felipe III la conveniencia de que en Madrid hubiese un hospital e iglesia para los portugueses que estuviesen de paso.

Así se llegó a la construcción de esta Iglesia junto con el Hospital bajo el patrocinio de San Antonio de los Portugueses. Apenas se terminó de construir cuando se procede a la separación en 1668 de los dos reinos, tras la firma del Tratado de Lisboa y se queda la capilla sin dueño.

En 1683, Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y madre de Carlos II, durante su regencia cedió el disfrute de la capilla al séquito de alemanes católicos que vinieron a Madrid acompañando a la reina doña Mariana de Neoburgo, que casó en segundas nupcias con Carlos II en 1689, con lo que se convirtió en San Antonio de los Alemanes.

A principios del siglo XVIII, el primer Borbón, Felipe V entregó el hospital y la capilla a la “Hermandad del Refugio” llamada por los madrileños “La ronda del pan y huevo”, dedicada a la caridad y beneficencia  ya que tenían por costumbre, siempre de madrugada, ir tocando una campanilla, exhortando a las gentes al arrepentimiento y al mismo tiempo, cuando encontraban un pobre le daban un bollo de pan y dos huevos cocidos. 

La Iglesia actual se la conoce por San Antonio de los Alemanes, pero aun así, conserva la advocación a San Antonio de Padua, santo portugués.

Siempre se creyó que el arquitecto jesuita Pedro Sánchez había proyectado la capilla y su curiosa planta oval o elíptica. En el siglo pasado, el XX, Virginia Tovar encontró unas trazas de Gómez de Mora para San Antonio de los Portugueses que coincide en todo con la capilla. La dirección de obras estuvo a cargo de Francisco Seseña, que pudo ejecutar planos de Gómez de Mora, sobre otros iniciales de Pedro Sánchez, o bien el papel de Mora pudo reducirse a rubricar los de Sánchez, en su condición de maestro mayor del concejo, por cuyo cargo pasaban todos los proyectos a realizar en la Corte y Villa. A saber.

En el exterior sobresale el fantástico chapitel, el mayor de Madrid, visible desde las calles cercanas. Estos chapiteles son en verdad cúpulas, las llamadas cúpulas encamonadas, elaboradas con madera o yeso. Motivos de tipo económico motivaron la aparición de esta peculiar forma arquitectónica y como se puede apreciar la fórmula no renuncia a la vistosidad.

La discreta y elegante portada, pura y clásica, adintelada en granito, con hornacina conteniendo la escultura en piedra que el gran Manuel Pereira, escultor portugués, afincado en Madrid, hiciera del santo lisboeta, con la vara de azucenas, el libro abierto y el Niño Jesús hablándole.

Se penetra en la Iglesia por un pequeño ámbito o vestíbulo, que prepara al visitante para la sorpresa y el asombro. Una maravilla que constituye un ejemplo claro de ilusionismo barroco madrileño.

Las paredes están recubiertas de pintura al fresco a modo de tapices, de suelo a techo donde culminan con la representación de una apoteósica Gloria  con San Antonio ante la Trinidad, hecha por Juan Carreño de Miranda. Los muros curvos fueron decorados por Luca Giordano que pintó al fresco varios milagros del Santo. En cuanto a las pinturas de la zona baja, son también obra de Lucas Giordano y representan de izquierda a derecha a Esteban de Hungría, Luis de Francia, Enrique emperador de Alemania y su esposa Cunegunda, la reina Edith de Inglaterra, San Fernando, rey de Castilla y León, San Hermenegildo de Sevilla y San Emérito de Hungría.

Para hacer mayor aún el magnífico efecto, el espacio elíptico se nos muestra íntegro, sin columnas, ni pilastras, ni otros elementos que alteraran el espacio. Solo unos arcos retranqueados en el muro conteniendo altares-cuadros que permiten ver la escenografía pictórica creando un efecto de lujo, movimiento y colorido.

Comenzando el recorrido oval por la izquierda a partir de la puerta encontramos en el primer altar a Santa Isabel de Portugal de Eugenio Cajés, obra de 1621. En el segundo altar San Carlos Borromeo, anónimo, aunque Tormo le pareciese que fuera de Van Kessel. En el tercer altar la Trinidad, también de autor desconocido y pasando al presbiterio, en el cuarto altar, El Calvario de Luca Giordano, el pintor napolitano discípulo de José Ribera “El Españoleto”. En el quinto altar tenemos a Santa Ana de 1694 por Giordano y finalmente Santa Engracia de Cajés.

En lo alto de los seis retablos aparecen unos retratos de los Reyes. La galería de Reyes fue pintada por Miguel Jacinto Meléndez, envueltos en cascadas rococó. Sobre la puerta de entrada Mariana de Austria y desde allí de izquierda a derecha, Felipe III, Carlos II el Hechizado, Felipe V, María Luisa Gabriela de Saboya (su primera esposa), Mariana de Neoburgo (esposa de Carlos II) y Felipe IV.

El Retablo Mayor primitivo se hizo en tiempos de Felipe IV, con pinturas de Carducho y Cajés y la bellísima imagen del santo titular por Pereira. En época de Carlos III se deshizo ese retablo y el que vemos es obra de Miguel Fernández, de estilo barroco, un inicio de churrigueresco. Tiene un magnífico sagrario en mármol. Los ángeles son obra de Francisco Gutiérrez, preciosos como todos los suyos ya que era un experto en la labra de ángeles.

Algunas de las pinturas del retablo antiguo se guardan en la sacristía. Ésta es muy pequeña, enteramente de madera y en la que podemos ver tres cuadros, dos de ellos representando milagros del santo titular y otro del Ángel con Tobías.

En la cornisa se alternan los lunetos para dar luz a la nave en una serie de virtudes en la parte superior.


La cripta es una pequeña capilla de ladrillo visto con bancos de madera a ambos lados. A la derecha hay unos niños entre los que podemos leer: “Un criado mozo de camillas” haciendo alusión a los que recogían enfermos por las calles. Hay una estatua de bronce que representa a San Pedro Poveda. Está realizada en bronce y es obra del escultor Pedro Requejo Novoa. Fue colocada en 2006. Aquí también descansan los restos de dos infantas de Castilla: Doña Berenguela de Castilla (Sevilla, 1253-Guadalajara 1300), hija de Alfonso X el Sabio y de Violante de Aragón. Hay controversias sobre el lugar de enterramiento de esta Infanta. Y doña Constanza de Castilla, hija de Fernando IV de Castilla y Constanza de Portugal, muerta en 1321. El Monasterio  de Santo Domingo el Real de Madrid fue demolido en 1869, por lo que, los restos mortales de las infantas Berenguela y Constanza fueron trasladados a la cripta de la iglesia de San Antonio de los Alemanes de Madrid, donde reposan en la actualidad.






Fuentes:

Hidalgo Monteagudo, Ramón: Iglesias antiguas madrileñas. Ediciones La Librería.
Corral, José del: Curiosidades de Madrid. El País Aguilar.
Martín Fernández, Mª Carmen: 1985. Serie de notas tomadas durante las visitas programadas por la Fundación Villa y Corte. Profesor: Guillermo Fernández Fanjul.