jueves, 17 de abril de 2014

José María Pemán y Pemartín: Ante el Cristo de la Buena Muerte

Cristo de la Buena Muerte






¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa!

¿Quién pudo de tal manera
darte una noble y severa
majestad llena de calma?
No fue una mano: fue un alma
la que talló tu madera.

Fue, Señor, que el que tallaba
tu figura con tal celo
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor, llevaba
dentro del alma el modelo.

Fue, que, al tallarte, sentía
un ansia tan verdadera
que en arrobos le sumía
y cuajaba en la madera
lo que en arrobos veía.

Fue que ese rostro, Señor,
y esa ternura al tallarte
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,
fueron milagros de amor.

Fue, en fin, que ya no pudieron
sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron….
¡y los ángeles te hicieron
con sus manos, mientras tanto!

Por eso a tus pies postrado,
por tus dolores herido
de un dolor desconsolado,
ante tu imagen vencido
y ante tu Cruz humillado,

siento unas ansias fogosas
de abrazarte y bendecirte,
y ante tus plantas piadoras,
quiero decirte mil cosas
que no sé cómo decirte…

¡Frente que, herida de amor,
te rindes de sufrimientos
sobre el pecho del Señor
como los lirios que, en flor,
tronchan, al paso, los vientos!

Brazos rígidos y yertos
por tres garfios traspasados
que aquí estáis, por mis pecados
para recibirme, abiertos,
para esperarme, clavados.

¡Cuerpo llamado de amores!,
yo te adoro y yo te sigo,
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.

Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo bendecirte.

Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos.

Quiero, en santo desvarío,
besando tu rostro frío,
besando tu cuerpo inerte,
llamarte mil veces mío…
¡Cristo de la Buena Muerte!

Y Tú, Rey de las bondades,
que mueres por tu bondad
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.

Que mi alma, en Ti prisionera
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera;
que no le lleguen adentro
las algazaras de fuera;

que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen,
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad,

que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio,
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio,

que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida,
que ame tu Ciencia y tu Luz,
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:

de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos,
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Señor, aunque no merezco
que Tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido:

A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor,
cuando puedo y cuanto tengo,
cuanto me has dado, Señor.

Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena.

¡Cristo de la Buena Muerte!

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