sábado, 7 de junio de 2014

Mª Isabel Martínez Cemillán: Entrevista a la estatua de Colón

Monumento a Cristóbal Colón
Plaza de Colón (Madrid) 







Me encanta la plaza de Colón, con la gran bandera flameando al viento y la hermosa escultura dedicada al gran Almirante ofreciendo, con gesto acogedor, su descubrimiento al mundo. Sentada en una terraza, disfrutando del sol primaveral, miraba al Descubridor, pensando… ¿Le habrá gustado su último traslado?, sonriendo, me dije, pues se lo voy a preguntar y ¡Oh, milagro!, escuché su respuesta:



- ¿Don Cristóbal, está satisfecho con esta ubicación? Se le ve resplandeciente.

- Pues sí, me han hecho un “lifting” que me ha rejuvenecido bastante y me han dado unos minerales (léase anclajes férreos) que, al parecer, van a prolongar bastante mi supervivencia.

- Además, en el centro de la plaza luce usted más, ¿no?

- Permítame decirle que lo que han hecho es reubicarme en el mismo lugar en que me edificaron. Mire, como estoy bastante aburrido y harto de tanto pitido, !Hay que ver con cuánto entusiasmo se emplean los señores guardias!, le voy a contar mi historia, tome nota: El pueblo y la nobleza decidieron levantarme un monumento, se organizó un concurso que ganó  el buen arquitecto Mélida, un hermoso basamento con altorrelieves narrando detalles de mi vida. Mi preferido el de la reina Isabel, la Católica. ¡Qué gran reina y señora! entregándome el cofre con sus joyas para sufragar la empresa. Mi efigie fue labrada en mármol de Carrara por Jerónimo Suñol, espero sepa que fue un gran escultor que supo expresar muy bien mi amor por España mediante mi brazo izquierdo gozosamente extendido y el derecho abrazando la bandera.

- Siga, siga Almirante, me tiene fascinada.

- Bueno, bueno, no es para tanto. La inauguración estaba prevista para 1886, pero las dolorosas muertes de la reina María de las Mercedes y no muchos años después de Don Alfonso, hizo que se retrasara hasta el 12 de octubre de 1892, coincidiendo con el IV Centenario del Descubrimiento, en el centro de la plaza. He pasado años viendo como Madrid crecía y se transformaba, para bien y para mal, porque esas torres verdes no me gustan nada. Hasta que por motivos que desconozco, me trasladaron en 1977 a una esquina que llaman Jardines del Descubrimiento, ellos sabrán por qué, con esos raros mamotretos que no veo qué relación pueden tener conmigo.

- Pues se lo cuento, cuando se derribó la vieja Casa de la Moneda que estaba justo detrás de usted, quedó un enorme solar. ¿Qué hacer? Pues, un centro cultural subterráneo y una gran plaza con esculturas, porque no son mamotretos sino megalitos geométricos del escultor Vaquero Turcios con relieves e inscripciones referentes al Descubrimiento, así que… ¡claro que le conciernen!

- Bien, si usted lo dice, la creo. Yo me sentía marginado y expuesto a agresiones, que las hubo, pero ya me había acostumbrado y me pregunté, al trasladarme otra vez, si a mi edad es menester tanto trasiego.

- Es que dijeron que en esa esquina estaba poco valorado y que además necesitaba una restauración a fondo, así que, blanco y pulido, le pusieron treinta y dos años después en el mismo sitio que antaño. No le importuno más, me han encantado sus explicaciones, su amabilidad y su señorío. Y, de verdad, que está usted deslumbrante.

- Muchas gracias por sus piropos y por los datos que desconocía. Hasta cuando quiera.

El estruendo de una moto, circulando cerca de la terraza a todo gas me sacó de mi ensueño, volví a mirar  la espléndida escultura pensando que, desde sus veintitrés metros de altura, el glorioso Almirante Cristóbal Colón, que tanta gloria dio a España, contempla el Madrid del siglo XXI con cierto escepticismo y quizá  se pregunte “a ver cuánto tiempo me dejan tranquilo aquí…”.

          




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