viernes, 1 de agosto de 2014

Amantes de mis cuentos: Elena y su amigo Pepín


 
Rastro de Madrid
Ribera de Curtidores



Trabajan codo con codo. Ella está a punto de jubilarse, soltera, seria, sosegada. Él es joven, simpático, nervioso. Como es un desastre administrándose, le pidió que le ayudase a llegar a fin de mes. Al cobrar le entregó su sueldo completo. Ella lo puso en un cajón de la mesa. Se lo fue sisando. Una pelea cada día. A la semana, desesperada, le entregó lo que quedaba de su dinero.
A los pocos días se le acercó con zalamerías y quiso contarle sus problemas. El silencio fue la respuesta.

¿No querrás que me muera de hambre?

Ella le dio su bocadillo de atún con pimientos rojos, sin palabras.
¡Cariño! Tienes razón en todo lo que piensas, pero yo no tengo culpa de ser así. Soy un desastre pero por favor acéptame como soy. Bien sabes que si alguien te quiere en esta oficina, ése soy yo. Mi madre que en paz descanse y tú sois las únicas mujeres a las que he entregado mi corazón.
¡Pobre Elena! El único hombre que le decía que la amaba no le servía de mucho.
Cada día llegaba con una historia distinta y la contaba de forma confidencial a todo el personal. Unas veces había pasado una noche intensa,  maravillosa, con el cónsul de un país de ensueño, otras le traían a la oficina en un coche descapotable que no les decía la marca para no darles envidia. Le regalaron un abrigo que el precio daba hipo y Elena le aconsejó que lo vendiera, se comprase uno más económico, unos zapatos nuevos porque los suyos tenían un agujero en la suela y ahorrase lo que le quedara. Él pensaba diferente.
Una mañana no apareció por la oficina. A la tarde llegó y con gran desenfado se enfrentó al jefe:

Me largo. Vengo en busca de mi liquidación. No le aguanto. Es usted el primer hombre que no me gusta.
Cobró y se fue con Elena.

¿Qué has hecho?

Despreocupado soltó:

De ahora en adelante voy a ser empresario. El domingo ven a verme al Rastro.
Allí se presentó Elena. Debajo de cuatro palos, un toldo y una mesa con ropa desperdigada se encontró a Pepe envuelto en su abrigo de lujo y calzado con zapatillas deportivas. No tuvo tiempo de decir ni pío.
Pepe entusiasmado, bailando, la abrazaba:

Este es el comienzo. Dame tiempo y verás que superaré a los más grandes capitalistas. 




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Gracias.

© Marieta Alonso Más

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