lunes, 17 de noviembre de 2014

Cristina Vázquez: El Mudito

                           
Bartolomé Esteban Murillo
Niño asomado a la ventana, 1675
Londres, National Gallery
              


Todavía le quedaban dos camisas por planchar y se había sentado en la cocina a tomar un nescafé con una galleta, solo una, mientras en la radio daban las noticias de las seis.

Su marido no volvería hasta las ocho o las nueve y le gustaban esos momentos suspendidos entre la nada y la siguiente tarea, o entre la nada y la nada; sobre todo en otoño y a esa hora de luz amortiguada.  Era como si el tiempo se detuviera perdiendo la noción de su realidad.

Si acaso conseguía llamar su atención el golpe de una hoja contra el cristal o la gota de un grifo mal cerrado, por eso le cuesta reconocer el timbre de la puerta. Al asomarse por la mirilla no ve nada, abre con cuidado y encuentra un niño de unos nueve años sentado cerca de la escalera.
Se acerca a él, agachándose un poco.
_ ¿Qué haces ahí, de dónde vienes?
El niño la mira fugazmente con unos ojos de color verde, casi transparente y baja la cabeza metiéndola entre las rodillas; Katherine se acerca más a él, echa una ojeada alrededor temiendo que se cierre su puerta o que la vea algún vecino sin arreglar y con las zapatillas viejas, total para estar en casa.
_ Eh, ¿cómo te llamas, por qué estás solo? Y se acerca un poco más ¿Te has escapado?
Por toda respuesta la cabeza de pelo encrespado y rojizo se incrusta más en las rodillas.
_ ¿Quieres? y le acerca la galleta que aún no se ha comido. _ Toma es para ti.
El niño levanta la cara, con su mirada aguada, la coge despacio y empieza a comérsela.
Ella se echa un poco hacia atrás y apoyada en la pared le mira. Cuando termina le tiende una mano.
_Ven_ él se la agarra con una mano húmeda y fría, sin levantar la cabeza.
_Vamos_ y cierra la puerta con doble vuelta.
La radio sigue sonando, ahora con anuncios, la baja un poco. Le sienta en una silla, ella en otra enfrente inclinándose para ponerse a su altura.
_A ver, dime ¿cómo te llamas, dónde están tus padres?- y al mirarle con más luz, ve que en uno de sus ojos tiene una pequeña mancha parda, que da una cierta extrañeza a su mirada.
El niño no contesta ni sonríe, está quieto, con las manitas cruzadas sobre sus piernas delgadas.
Coge la lata de galletas, saca unas cuantas y se las da; el niño las come con lentitud, casi con hastío, revolviéndolas con la lengua.
Le observa más detenidamente y ve que va bien vestido y calzado, está limpio.  Le pasa la mano por el pelo con un gesto de una exactitud mecánica y la retira; tiene una marca roja en la sien, muy pequeña y abultada, como un mapa diminuto.
Se vuelve a sentar enfrente de él, la radio sigue sonando de fondo.
_Tus padres ¿dónde están?
Por toda respuesta señala la taza vacía de ella.
_ ¿Quieres?, voy a ver si me queda Cola Cao, hace tanto tiempo_ y le prepara uno mientras él se asoma por la ventana dando golpes en el cristal. Empieza a anochecer.
Le deja bebiéndose el Cola Cao y ella se va a su cuarto para calzarse. También se peina y se pone un poco de colonia
Cuando vuelve le pregunta otra vez
_Papá, mamá ¿dónde?
Él la mira muy fijo, con esa extraña sombrita en el ojo y no contesta, se levanta y tira la taza con los restos del Cola Cao.  Ha manchado el jersey y el hule de la mesa.  Toca la radio, dándole vueltas al dial, después la coge de la mano, fría y pringosa, empujándola hacía el pasillo
_ ¿Y ahora qué? ¿Qué hago contigo? ¿Debería llamar a la policía?_  la manita incrustada, húmeda como una ventosa marina.
_ ¿Qué es lo que quieres? ¡Ah, ya entiendo!_ le lleva al cuarto de baño y le deja la puerta entreabierta, ella espera. Le gusta el triangulo de claridad en el suelo y el ruidito suave.
Cuando asoma la cara, se acerca.
_Cómo no hablas, te llamaré mudito, como el de Blanca Nieves, ¿te gusta ese cuento? Y lo lleva al cuarto de enfrente.
_Mira, aquí vas a jugar. Enciende todas las luces, rebusca en el fondo de un armario y saca unos playmobil y un tablero de parchís.
Él se sienta en el suelo con las piernas cruzadas, sus rodillas delgadas, recuerdan las alas de un pollo.
_Mudito, ¿de dónde vendrás? El niño planea un juguete estrellándoselo contra el pecho, y hace un ruido ronco con la garganta.
_No es mudo, mejor, voy a ver que le preparo de cena. Antes de ir a la cocina, rebusca en el altillo de un armario. _Esto le servirá. Y sacude una ropa antigua y arrugada.
Se la prueba por encima
_Ya verás que guapo vas a estar.
Después de cenar le lava las manos con un cepillo y el agua bien caliente, le lleva al cuarto dónde había estado jugando y le acuesta. Había sido el cuarto del otro.
Le junta las manitas, seguían húmedas, eso no le gusta, le recuerdan un poco a un molusco, y reza el ángel de la guarda y el jesusito de mi vida.  Le coloca el flequillo y aspira su olor.
_Así, a dormir, mi niño.
Cierra la puerta y echa la llave
_Este no se me escapa.



© Cristina Vázquez Salinero




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