viernes, 12 de diciembre de 2014

Marisa Caballero: La Perdiz




Algunos, los que tenemos la suerte de disfrutar del campo a escasos metros de nuestra casa, y somos madrugadores, en cualquier estación del año, encontramos siempre belleza en él. Eso es lo que me ocurre a mí, siendo “urbanita”, disfruto de la naturaleza, aunque he de reconocer que al tercer día me tengo que marchar a la ciudad, porque el resto del día me aburre, entonces es el Retiro el que cumple esa función, y lo hace estupendamente.

Podría hablar de los colores del cielo, los olores, el cántico de los pájaros, el olor a tierra mojada, que los científicos, por fastidiar llaman ozono, las tormentas, el agua y si me empeño, de las alergias,  pero como no soy poeta, sería penoso, perdería mi escasa reputación narradora, por eso, como siempre, abandono lo bucólico y contaré una historia vivida, que cuando la recuerdo, me produce ternura y no dejo de lamentar no haberlo plasmado en una fotografía. Voy a hablar de la perdiz roja que me atacó.

En una de mis salidas matutinas, en primavera, camino del rio Guadarrama, iba de charla con unas amigas, ya que somos las mujeres, las que andamos, los hombres corren. Entre comentario y comentario nos fijábamos en los bandadas familiares de perdices, una aquí, otra allá y siempre lo mismo, el macho o la hembra aparentemente a su aire, erguidos; yo diría que orgullosos, iban de un lado a otro, seguidos por los pollos dando carreritas y saltitos, es entretenido, se ven de todos los tamaños, los más grandes intentando remontar el vuelo, los pequeños, haciendo grandes esfuerzos siguiéndose unos a otros, y oyendo el ¡Aj, aj, aj!,... ¡Aj, aj, aj!, característico de su canto.

Esto de andar por los caminos tiene sus riesgos, de vez en cuando viene un loco del motocross. Sentimos el ruido ya cercano de su motor, en el momento que cruzaba la bandada más pequeña y a la mitad de ellos, sus carreras y saltitos no les permitiría llegar. Por ello se me ocurrió dar una palmada para disgregarlos, ¡jamás he visto nada igual! La perdiz macho por su colorido plumaje, al borde del camino, gritó desesperado su cántico, extendió sus alas, que según dicen, su envergadura es de cincuenta o sesenta centímetros, a mí me pareció más, mucho para su pequeño tamaño, sus rápidos ojos miraban con ira, y su Aj aj, aj... Aj, aj, aj,  me asustó. Dudó entre atacarme o proteger a sus crías. 

Recordé la película de “Los Pájaros” y  rígida esperaba el picotazo. Sonreí. Otra imagen de cine vino a mi mente, esta vez de dibujos animados, visualicé esas alas abrazando a los pequeños pollos y sentí ternura, creo que el animal lo notó, cesó su agresividad y se marcharon.

            El motorista pasó, dejando olor a gasolina, yo extendí mis brazos hasta donde la tendinitis me permitió. Mi intención fue la de abrazar la vida, con ese espíritu protector y defensa que todos tenemos y pregunté si a la perdiz le dolerían las alas por la tensión.

Mis acompañantes me miraron alucinadas, su comentario lógico fue:

¡Estás loca!








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1 comentario:

  1. Hay locuras que son la razón de vivir, de nuestra existencia. Marisa, felicidades, enhorabuena.

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