domingo, 30 de noviembre de 2014

Ramón L. Fernández y Suárez: Villaviciosa de Odón - Coliseo de la Cultura

Un gran éxito la presentación de:

Memorias y Relatos de un docente


Publicaciones de Ramón L. Fernández y Suárez
Asociación de Escritores de Madrid


Teresa Sorozabal
Directora Biblioteca

Salón de actos
Salón de actos

Luis Compés
Presidente de la Asociación de Escritores de Madrid



Ramón L. Fernández y Suárez
Con Margarita, su mujer,
 a quien dedicó unas palabras preciosas










Desde este Blog le deseamos lo mejor para este nuevo libro

Malena Teigeiro: Conversaciones con el Juez: La costumbre - La sorpresa - La curiosidad




La costumbre


         ¿Qué por qué asesino? No sé, señor Juez, quizá solo sea por costumbre.




La sorpresa



         Es verdad que lo maté, pero fue por hacerle un favor. Siempre me estaba diciendo: Cómo me gustaría morirme así, tan tranquilo, como por sorpresa. Y aquella noche, mientras él sorbía la sopa, y yo cortaba un filete, lo miré y sin mediar palabra, de un tajo le corté la yugular. Estoy seguro, señor Juez, de que me lo agradeció.


 La curiosidad



         Si le partí la cabeza en dos, señor Juez, no fue porque le tuviera ningún tipo de odio y tampoco me había hecho nada. Es que su cabeza tenía forma de melón. De pronto pensé, ¿tendrá pepitas en el cerebro? 
Como ve, Señor Juez, simplemente me picó la curiosidad.






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Conversaciones con el Juez: La costumbre - La sorpresa - La curiosidad por Malena Teigeiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.



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sábado, 29 de noviembre de 2014

Amado Nervo: En Paz


(México, 1879 – Uruguay, 1919)
Sepulcro de Amado Nervo
Rotonda de las Personas Ilustres (México)


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, 
porque nunca me diste ni esperanza fallida, 

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; 

porque veo al final de mi rudo camino 

que yo fui el arquitecto de mi propio destino; 

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, 

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: 

cuando planté rosales, coseché siempre rosas. 



...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: 
¡más tú no me dijiste que mayo fuese eterno! 

Hallé sin duda largas las noches de mis penas; 
mas no me prometiste tan sólo noches buenas; 
y en cambio tuve algunas santamente serenas... 

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. 
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!



jueves, 27 de noviembre de 2014

La herencia de Roma

El Foro romano

En siete siglos, una aldea de pastores, fundada según la leyenda por Rómulo y Remo en 753 a.C., se convirtió en la dueña y señora del mundo mediterráneo y de gran parte de Europa.
Rómulo y Remo
Peter Paul Rubens
Museos Capitolinos

Roma surge entre las siete colinas, en la confluencia entre el río Tíber y la Vía Salaria, a veintiocho kilómetros del mar Tirreno, donde estaban asentadas tribus latinas, sabinas, etruscas, umbros, samnitas, marsos, ausones, oscos...



Muerte de César
Vincenzo Camuccini
Museo de Capodimonte






Después de haber sido gobernada por siete reyes hasta 509 a.C., adoptó un gobierno republicano en el que el poder estaba dividido entre dos cónsules y el Senado. Sus principales conquistas se realizaron en tiempos de la República. Era el senado romano el que supervisaba toda la legislación, manipulaba la bolsa, trataba con las potencias extranjeras, optaba por la guerra o la paz y representaba a Roma. Quienes hundieron sus dagas en el cuerpo de Julio César, en los Idus de marzo del año 44 a.C., casi todos senadores, lo hicieron como medio de rescatar la República.

Más fue en vano porque Augusto triunfó donde César había fracasado. En palabras de Augusto: Encontré a Roma hecha de ladrillo y la dejo hecha de mármol. Así nació un Imperio que habría de durar cinco siglos.

En el siglo III de nuestra era, el Imperio romano se extendía desde Gran Bretaña a la frontera persa; desde el Rhin y el Danubio hasta las arenas del Sahara. Roma asimiló los sistemas económicos y culturales de los países conquistados, sistemas que ejercieron sobre ella una fuerte influencia y una vez dentro de ellos los fueron transformando.

Sus ejércitos lo formaban trescientos mil legionarios. Pero su potencia no solo se erigía sobre la fuerza de las armas, sino también sobre una cierta unidad económica de la zona mediterránea. El trabajo de los esclavos tuvo una función preeminente en todos los campos de la vida económica. Una red de buenas carreteras cubría vastos dominios. Embarcaciones romanas vigilaban mares y ríos. El correo circulaba a la velocidad de sesenta y cinco kilómetros diarios. La pax romana  perduró durante unos doscientos cincuenta años.

         Se adoraba a los dioses romanos. En los estadios se celebraban espectaculares y sangrientas luchas de gladiadores, carreras de cuadrigas, peleas con animales salvajes. Funcionarios civiles administraban justicia. La propiedad estaba protegida. El delito se castigaba. La magnificencia de Roma la podemos encontrar en un Estadio, el Circo Máximo que tenía capacidad para doscientas cincuenta mil personas, once acueductos que llevaba diariamente a la ciudad más de mil trescientos millones de litros de agua fresca desde las montañas, Termas cuyas grandes naves abovedadas eran un milagro de ingeniería.

¿Qué motivó su caída?

Muchos fueron los factores. Unos de mayor peso que otros. A Roma le faltaba una clase media acomodada ya que la distribución de la riqueza era mezquina. La podredumbre moral, no se cree haya sido un factor tan decisivo pero, existía. Un inexorable sistema social que no permitía filtrarse a través de las barreras sociales. La esclavitud. Un estancamiento de la economía. Los anhelos espirituales no estaban satisfechos.

Pablo, apóstol de los gentiles, les brindó un mensaje de salvación. Por eso los primeros cristianos de Roma fueron esclavos, proscritos, habitantes de los barrios bajos: los pobres de espíritu. Apenas tres siglos después de la muerte de Jesús, un emperador romano, Constantino el Grande, abrazó el cristianismo.

A la muerte de Teodosio I, el Imperio se dividió en dos: El de occidente derribado en 746 y el de oriente que duró hasta 1453.

Una horda numerosa de pueblos godos, vándalos, hunos, se lanzó contra Roma. Fue sitiada tres veces. Nueve emperadores se sucedieron durante los últimos veinte años del Imperio. Y cuando en el año 476 d. C., Odoacro, rey de los hérulos, depuso a Rómulo Augústulo, pocos romanos de aquel entonces se detuvieron a pensar que había acabado el Imperio más grande del Mundo.

Más Roma no se desvaneció. Muchas antiguas provincias se convirtieron en naciones que hablan lenguas romances, surgidas de la jerga de las legiones. El latín quedó como la lengua del saber. La Ley romana enriqueció con sus doctrinas los sistemas legales del mundo occidental. Nuestra conciencia cívica se rige por el concepto romano de la consagración del hombre al bien público. En el Derecho hereditario se introdujeron conceptos aún hoy vigentes como el de testamento y libertad testamentaria, concepto de herencia, legado, separación de bienes, beneficios de inventario.

Dos son para los romanos las fuentes fundamentales del Derecho: la costumbre y la ley. Al emperador Justiniano se debe la organización sistemática de la tradición jurídica romana.

Símbolos romanos:

El escudo de Roma es de forma puntiaguda, de color púrpura con cruz griega de oro, seguida de las letras mayúsculas S.P.Q.R que significan Senatus Populus Que Romanus (El Senado y el pueblo de Roma) que en la antigüedad indicaba las dos clases que constituían la sociedad romana, la de los patricios y la de los plebeyos.


Arco de Tito

La loba capitolina es la estatua de bronce que representa a la legendaria loba que amamantó a los dos gemelos Rómulo y Remo.

El Coliseo


El Coliseo, el más grande anfiteatro del mundo romano, reconocido, en el 2007 como una de las siete maravillas del mundo moderno.



La Cúpula de la basílica de San Pedro en el Vaticano, que domina toda la ciudad y simboliza el mundo cristiano.
  
Cúpula, Plaza de San Pedro y Columnata de Bernini







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martes, 25 de noviembre de 2014

Ramón L. Fernández y Suárez: Escenarios madrileños II



EL MESÍAS


Versión coreográfica presentada en la Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid.


Durante el segundo fin de semana de noviembre, tuvo Madrid la oportunidad de encandilarse con una excepcional actuación balletística.  El Ballet Nacional Sodre de Uruguay, bajo dirección del afamado Julio Bocca, nos regaló cuatro funciones cuyo único programa lo integraba la coreografía que, en 1996, Mauricio Wainrot estrenó para el oratorio El Mesías de Händel. Obra archiconocida y de una complejidad músico-vocal que viene emocionando a las audiencias del planeta desde su estreno en Dublín el año 1742.

La referida entidad, integrada por una troupe de más de cuarenta bailarines, se vio felizmente apoyada por la Orquesta Sinfónica y el coro Verum además de los correspondientes solistas requeridos por la partitura, quienes de modo espléndido cumplieron su difícil cometido al no robar protagonismo a los danzantes. Arte integral. Voz, música y danza. Sobre la escena, baile en estado puro, sin concesiones a lo convencional, que utiliza sabiamente la sencillez de la anatomía humana para una expresión corporal que enamora a los sentidos a través de treinta y dos fragmentos de la vasta creación barroca que le sirve de pretexto.


Justo es reconocer que, a lo largo de este trabajo coreográfico, se alcanzan múltiples momentos que casi rozan la perfección estética. Resultado feliz de la experiencia y el buen gusto que, sin lugar a dudas, entusiasmó a todos los privilegiados asistentes al evento.


© Ramón L. Fernández y Suárez

lunes, 24 de noviembre de 2014

AGAF Asociación de Glaucoma para Afectados y Familiares





LECTURA DE CUENTOS


a cargo de Malena Teigeiro y Marieta Alonso

C/ Virgen de los Peligros, nº 8 - 3º B

Miércoles, 26 de noviembre de 2014


a las 17:00 horas




Os esperamos

Brújulas y Espirales: Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak, Rainer María Rilke


Blog literario de Francisco Martínez Bouzas

jueves, 1 de noviembre de 2012


UN TRIÁNGULO LÍRICO Y EPISTOLAR

Cartas del verano de 1926
Marina Tsvietáieva
Borís Pasternak
Rainer Maria Rilke
Editorial Minúscula, Barcelona, 2012, 435 páginas.


   Editorial Minúscula recupera para los lectores en español uno de los más importantes encuentros epistolares -también líricos- que tuvieron lugar en el siglo XX: la correspondencia cruzada entre Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke. Misivas que podemos leer bajo el título Cartas del verano de 1926. Epistolario de un verano inolvidable que jamás retornará porque Rilke fallecerá a finales de ese año 1926. Marina Tsvietáieva jamás superó la desaparición del amigo y ella misma se suicidó en agosto de 1941, terriblemente hostigada por la miseria y el estalinismo: marido fusilado y sus dos hijas, muerta una de hambre y prisionera la otra en un Gulag. La vida fue más compasiva con Borís Pasternak. La persecución del régimen no impidió que escribiera El Doctor Zhivago, una de las grandes novelas del pasado siglo, ni que la Academia sueca le concediera el Nobel de Literatura en el año 1958.
   Tanto Borís Pasternak como Marina Tsvietáieva experimentaron una verdadera adoración por Rainer Maria Rilke, adoración que en Marina se confundía con el amor, velado quizás, pero real y muy fuerte. En el encuentro de esta admiración con otra similar por la poesía y su fuerza mágica tuvo lugar el origen inmediato de esta correspondencia. Pero hay un origen remoto en la historia de las relaciones que generaron este epistolario. En abril de 1899 Rilke viaja a Rusia, un viaje iniciático, porque veía en Rusia el pueblo elegido por Dios. La Rusia patriarcal se situaba en el polo opuesto de la civilización occidental, viciada por el racionalismo y por la “ausencia de Dios”. Le acompaña la escritora Lou Andreas-Salomé y su esposo, el orientalista Friedrich Carl Andres. Allí conoce al pintor Leonid Ósipovich Pasternak. El viaje se repite al año siguiente y por azar coincide con L. O. Pasternak a cuyo lado estaba su hijo, Borís, de nueve años, que retendrá aquel encuentro como un acontecimiento memorable. La poeta Marina Tsvietáieva, por su parte, penetra en la existencia literaria de Pasternak en 1922. En ella admira  su clarividencia lírica y su potencia poética. Ese mismo año se inicia la correspondencia epistolar entre ellos y se prolonga más allá de una década. El nombre de Rilke aparece repetidamente en este carteo. Pero no fue hasta la primavera de 1926, después de recibir de Rilke los Sonetos de Orfeo y las Elegías de Duino cuando los sentimientos de Marina Tsvietáieva explotan al ver en la poesía de Rilke la encarnación de la más alta espiritualidad. A partir de ese momento la comunicación entre los dos jóvenes poetas rusos y el gran lírico en lengua alemana es intensa y en ella se percibe en primer lugar la soledad espiritual en la que vivían su arte, porque la guerra del 14 había roto la estructura espiritual de Europa y la expresión poética era considerada como un anacronismo carente de utilidad.
   Los tres poetas se interrogan sobre el sentido y los frutos de la poesía después del infierno bélico. Es la suya una correspondencia descarnada, de elevada categoría artística y de una profunda intensidad humana. A tres bandas. Y en ella reflexionan, comentan, envían poemas. Cartas contenidas las de Rilke que tiene que gobernar el frenético torrente admirativo de Pasternak y la idolatría de un romanticismo amoroso, aunque liberado de su envoltura corporal -los “grilletes terrestres”- de Tsvietáieva. La muerte de Rilke, el Poeta con mayúsculas, no interrumpirá el intercambio epistolar entre ambos, siendo Rilke el referente central.
   La edición que nos ofrece Minúscula, con un prólogo general contextualizador y abundantes anotaciones igualmente contextualizadoras de cada una de las cartas, nos permite penetrar de lleno en la substancia más profunda de tres mundos poéticos de suma relevancia en la lírica europea de la primera mitad del siglo XX. Nos sumergimos en su fuerza testimonial y en su calidad literaria transcurrido el plazo que Marina Tsvietáieva había fijado para que estas cartas vieran la luz pública, “cuando los cuerpos hayan quedado reducidos a polvo y la tinta haya palidecido”

Francisco Martínez Bouzas



Marina Tsvietáieva, Rainer Maria Rilke y Borís Pasternak

Fragmentos

De M. I. Tsvietáieva a R. M. Rilke

“Rainer Maria Rilke:
¿Puedo llamarlo así? Usted, poesía encarnada, por supuesto debe saber que su nombre por sí solo es un poema. Rainer Maria, resonancia eclesiástica -infantil- caballeresca. Su nombre rima con el tiempo -viene del pasado o del futuro- de siempre. Su nombre lo quiso  y usted eligió el nombre. (…)
Usted no es mi poeta más querido («más»- grado. Usted es un fenómeno de la naturaleza que no puede ser mío, que una no ama sino arrostra, o (¡no es todo aún!) el quinto elemento encarnado: la poesía misma, o (no es todo aún) aquello de donde nace la poesía y que es más grande que ella (que usted).”

…..

De M. I. Tsvietáieva a R. M. Rilke




(…) Mi amor por ti se desintegró en días y cartas, en horas y líneas. De ahí el desasosiego. (¡Por eso me has pedido sosiego!) Una carta hoy, una carta mañana. Tú vives, y yo quiero verte. Un trasplante del siempre al ahora. De ahí el tormento, la cuenta de los días, la depreciación de cada hora, la hora solo como un escalón -hacia la carta. Ser en el otro o tener al otro (o querer tener; en general -querer ¡lo mismo). Al darme cuenta, guardé silencio.”



…..


De R. M. Rilke a M. I. Tsvietáieva

“Y así mi pequeña palabra, que tú levantaste frente a ti, ha provocado esta enorme sombra en la que incompresiblemente te ausentaste de mí, Marina. Algo incomprensible y ahora comprendido. Que yo la escribiese, mi frase, no se debía, como explicaste a Borís, a una…sobrecarga, no, Marina, estaba libre y ligero, pero (tu misma lo reconoces) (…)
¿Todo ha de ser como tú lo imaginas? Probablemente. Eso que estás anticipando entre nosotros: hay que llorarlo o acallarlo con el júbilo? Hoy te escribí todo un poema entre los viñedos, sentado sobre un cálido muro (que por desgracia no siempre calienta ahora) y retenido a las lagartijas con la eufonía del poema. Ya ves que he vuelto. Pero en mi vieja torre aún tienen que trabajar los albañiles y otros operarios.”

(Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak, Rainer Maria Rilke, Cartas del verano de 1926, páginas 136, 219, 220-221)


domingo, 23 de noviembre de 2014

Islas griegas: Creta

Mapa de Creta de 1719

La más grande de las islas griegas y la quinta del Mediterráneo. Separa el mar Egeo del mar de Libia, marcando la frontera entre Europa y África.

En ella podemos encontrar asentamientos de la Edad de Piedra, palacios de una civilización perdida, ruinas romanas, fuertes venecianos, minaretes orientales, casamatas de la II Guerra Mundial, mitata (casa rupestre de piedra), monasterios, pueblos dispersos en las montañas, castillos y capillas abandonadas en pendientes escarpadas. Bosques de castaños, encinas y cipreses, de palmera, de cedros. Plantas aromáticas como jara, salvia, tomillo.

El espinazo montañoso de Creta se extiende casi sin interrupciones a lo largo de los doscientos sesenta kilómetros que mide la isla. Algunos valles se abren al norte pero pronto se estrechan. Uno de estos embudos es la garganta mayor de Europa, Samaria, una de las zonas naturales más bellas de Creta. Su paisaje cambiante: unas veces tosco y árido, otras llano y frondoso. Pueblos rodeados de olivos, naranjos, vides, hortalizas. La mayoría de las ciudades portuarias se encuentran en la zona norte que es menos abrupta (Haniá, Réthimno, Iraklio, Agios Nikólaos, Sitía). En cambio Ierápetra (Piedra Sagrada), se encuentra en el sur, enfrente de África.

Diosa de las serpientes
Museo Arqueológico de Heraclión
Arte minoico (1600 a.C)

La leyenda dice que en este isla nació Zeus y también que Dédalo construyó aquí el laberinto del Minotauro. Minos reinó sobre Creta y las islas del Mar Egeo tres generaciones antes de la Guerra de Troya. Se creía que era hijo de Zeus. Vivía en Cnosos por períodos de nueve años, luego se retiraba a una cueva sagrada donde recibía instrucciones de Zeus sobre el gobierno que había de dar a la isla. Durante muchos siglos este reino yació enterrado. A principios del siglo XX, sir Arthur Evans, arqueólogo inglés, al excavar un enorme montículo al sudeste de Heraclion, lo descubrió.

Con cada piedra desenterrada se reconstruyó un maravilloso palacio que nos enseñaron que en aquella remota isla unos hombres aprendieron a escribir, a tallar piedras preciosas y marfil, a pintar frescos, a administrar una compleja sociedad y a manejar la más importante flota, mientras el resto de Europa estaba ocupada por tribus bárbaras.

Sería un desacierto dejar de ver los sitios arqueológicos que se encuentran en el palacio de Knossos, Festos, Malia, Zakros y Gortina. Aquí destaca unas placas con la inscripción de unas leyes escritas en dialecto dórico. También hay que disfrutar de la fortaleza veneciana de Rethymnon, las antiguas mezquitas y los monasterios de Arkadi y Prevell. 

Una erupción en la vecina Santorini hizo que terremotos y marejadas de treinta metros de altura devastaran las luminosas ciudades de Creta. Ola de invasores dorios, romanos, corsarios árabes, bizantinos, venecianos y otomanos, hizo que para los cretenses, la rebelión se convirtiera en una forma de vida, sin dejar de ser uno de los pueblos más joviales.
La Canea. Creta

Siempre fue una isla muy codiciada por su posición estratégica.  En 1913 se une a Grecia.

Creta no solo nos ofrece su pasado también en sus tabernas podemos: beber ouzo, bebida parecida al anís, tomar el yogurt con miel, saborear la Kalichunia (pequeños pasteles de queso fresco), comer Dolmadakia que son hojas de parra rellenas de arroz, Achinosalata, ensalada de erizos de mar  y el vino de Creta tan agradable al paladar.

En su capital, en 1541, nació Domenicos Theotocopoulos "El Greco" cuando aún era un territorio de la República de Venecia.  

         La lira es su instrumento más preciado y no es difícil escuchar canciones populares en alguna de sus tabernas y bailar al son de ella durante las fiestas.

En lo alto de la muralla de la capital de Creta, Heraklion, se puede leer el epitafio de la tumba de Nikos Kazantzaki (1883-1957), autor de Alexis Zorba, que dice así: 

No espero nada, no temo nada, soy libre.




Isla de Creta


Fotos: Wikipedia, la enciclopedia libre

viernes, 21 de noviembre de 2014

Ramón L. Fernández y Suárez: Memorias y Relatos de un docente




Modo de llegar:
Autobús 518 desde Príncipe Pío, Dársena 26. 
La parada está a la puerta del Coliseo de la Cultura


Me gustaría veros

Gutierre de Cetina: Ojos claros y serenos


Gutierre de Cetina
 (Sevilla, 1520 – México, 1557)



Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué, si me miráis, miráis airados?



Si cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquél que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.







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jueves, 20 de noviembre de 2014

Malena Teigeiro: Conversaciones con el Juez: Asesino múltiple







         Hay muchos motivos para matar. Pero yo sólo lo hago para saber lo que se siente. La primera vez asesiné a un vejete. Los nervios y la emoción me impidieron enterarme bien, y repetí. Maté a una jovencita, y tuve una emoción distinta. Y volví a hacerlo una y otra vez hasta que he llegado a la siguiente conclusión. Como cada vez mato a una persona diferente, pues mi emoción no puede ser la misma.  Total, señor Juez, que aunque lo intento no logro enterarme de lo que siento, y eso de que ya repetí con cuatro vejetes.





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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Liliana Delucchi: Nunca jamás

"La costurera"
Atribuida a Velázquez
Galería Nacional de Arte, Washinton, USA




Mi tía Florencia cosía al revés. Bueno, esa era una de las muchas cosas que distinguían a la hermana menor de mi madre; desde pequeña intuí que ella era diferente, no solo por sus comentarios entre dientes cuando mi abuela reunía a sus hijas a la sesión de costura los jueves por la tarde; su mirada tenía una especie de burla contenida que le asomaba entre las pestañas, mientras su boca permanecía cerrada.

Todas tenía nombre de ciudades, el de mi madre era Roma. Lo de mi abuela con las ciudades italianas creo que le vino por un Giancarlo que pasó una vez por el pueblo y le dejó pena en el alma y alegría en el cuerpo, aunque ese era un secreto de familia del que solo se hablaba cuando las discusiones subían de tono.

La tía Florencia nunca participaba de la sesión de reproches cuando las demás se desbocaban en montones de <<cuando tú fuiste>>, <<pero si fuiste tú quien se llevó el cuadro de la bisabuela>>, ella cosía y tarareaba bajito, después se ponía de pie y preparaba el té. Mientras sus hijas se atiborraban de pasteles, mi abuela iniciaba la hora de las lamentaciones, desde la pérdida de una posición que nunca tuvieron hasta la conjugación de todos los verbos condicionales, abriendo así la gran ventana a contingencias de una vida extravagante. Pero la verdad es que lo único maravilloso que había en ese salón era la imagen de mi tía contra el ventanal: el atardecer encendiendo su pelo rojo, el vestido blanco despegándose de sus piernas y apenas cubriendo el brazo izquierdo que se desmayaba a lo largo de su cuerpo, mientras el derecho subía como queriendo atrapar una mariposa.

Mi madre coleccionaba muñecas. Malolientes muñecas de porcelana con ojos estrábicos y pelo hirsuto. A mí me daban terror, pero ella insistía y las instalaba en mi habitación. Nunca se enteró de que antes de irme a dormir las metía en una bolsa y las mandaba al balcón.

A escondidas, mi tía me regalaba libros, los que más me gustaban eran los de piratas; cuando podíamos, las dos nos escapábamos al parque y nos disfrazábamos de bucaneros. Generalmente era Florencia la capitana, aunque a veces cambiábamos los papeles, se vestía de contramaestre y yo dirigía el barco. Como buenos corsarios, nuestra principal misión era robar, por tanto, aprovechábamos los largos soliloquios de las tertulianas para arramplar con cuanto podíamos de sus joyeros. Nuestro botín lo guardábamos en el desván, en una caja entre muchas otras que yo había bautizado como Nunca Jamás, porque era un lugar donde, como nunca había estado, jamás podías volver. Todo el mundo sabe que en la piratería es importante poseer un tesoro para enfrentar posibles infortunios.

Florencia tenía, entre sus múltiples funciones, la de proveer alimento a la casa, algo que las demás detestaban, pero a ella le encantaba, porque le permitía perderse durante horas por el mercado que instalaban todas las mañanas en las calles del pueblo; a veces dejaba que la acompañara, no había nada que me diera más seguridad que sentir mi mano dentro de la suya. En el mercado no robábamos, ni tampoco en la tienda de antigüedades de Pedro, un amigo de mi tía, donde pasábamos bastante tiempo.

Pedro tenía el pelo y las cejas oscuras y los ojos tan verdes que parecían aceitunas; al igual que Florencia, siempre canturreaba, y cada vez que por encima de sus gafas nos veía entrar al son de la campana de la puerta, sus olivas se extendían en señal de alegría. Le gustaba la cocina y preparaba la mejor brioche del mundo, de la que yo daba cuenta mientras ellos conversaban en voz baja, después iba a la parte trasera de la tienda, una pequeña habitación en la que Pedro guardaba sus más preciados tesoros: cajas de música con canciones de cuna de países remotos, les daba cuerda y me sentaba a escuchar. Así fue como aprendí esas nanas que me cantaba antes de dormir. El día que el amigo de mi tía se dio cuenta de que yo repetía palabras cuyo significado desconocía, decidió que debía aprender idiomas; me compró dos cuadernos, uno para inglés y otro para francés, y mientras Florencia hacía las compras, él me enseñaba a conjugar verbos. Así, poco a poco, empezamos a cambiar de lengua en las órdenes a nuestra tripulación, dependiendo de los mares que surcáramos. La tarde en que mi madre nos descubrió llamándonos mister, le dijo a su hermana que no perdiera tiempo conmigo, que de mi padre no solo había heredado los rizos oscuros sino también su escasa inteligencia. Fue entonces cuando Florencia desenvainó la rama que llevaba cruzada al cinturón y con una rápida estocada le cruzó la mejilla <<No la mereces>>, le gritó. Esas fueron las últimas palabras que le dirigió en el resto de su vida.

La luna se colaba por la ventana del desván, formando un gran corredor hasta la puerta la noche en que, habiendo esperado que todos estuvieran en la cama, subí para esconder mi último tesoro, un broche con perlas y brillantes que mi madre había dejado en un cajón, olvidándolo con todo lo que le recordara a su familia política. Descalza, subía uno a uno los escalones intentando que no crujieran, solo me faltaban dos cuando oí susurros provenientes del desván. Apreté el broche contra mi camisón, convencida de que los fantasmas de nuestros antepasados querían quitármelo, los de mi padre, claro, porque a los de mi madre les importaría un bledo. Pero era una pirata, y si no había tenido miedo de colarme en la habitación para hacerme con mi botín, menos lo iba a tener de esos seres que seguro me comprenderían.

No había nadie, ni fantasmas ni gatos, ni golondrinas asustadas. Desde la ventana entreabierta pude ver las largas piernas blancas de mi tía debajo de un nogal; el camisón subía y bajaba unos pechos que parecían lanzar tímidos lamentos. Las sombras de las ramas me impedían ver quién estaba con ella, sin embargo la luz de la luna iluminaba una sonrisa en la cara de Florencia.

Durante los días siguientes intenté descubrir algo diferente en la expresión de mi tía, pero ella seguía cumpliendo con las funciones que la familia le había asignado sin dejar esa mirada de burla contenida que la caracterizaba.

Se había levantado viendo la noche que, despertada por una pesadilla, acudí a la habitación de mi tía. Florencia estaba con el abrigo puesto y dos maletas al lado de la cama. Las ramas de los árboles filtraban un encaje de sombras sobre la biblioteca, el armario donde mi tía guardaba su ropa de invierno estaba cerrado, pero el que contenía la de verano tenía las puertas abiertas y estaba... vacío. Me quedé de pie, en la puerta, sin atinar a decir palabra, solo temblaba y me sorbía esas lágrimas que no dejaban de recorrer mis mejillas.

Florencia se dejó caer sobre el lecho, observándome. No había burla en sus ojos, solo una inmensa tristeza. No sé cuánto tiempo estuvimos mirándonos y llorando, hasta que dijo <<Ponte zapatos y un abrigo. Nos vamos>>. Atravesamos el jardín a oscuras y las calles hasta el pueblo apenas iluminadas por las estrellas. Florencia llevaba sus dos maletas y yo, escondida entre mi ropa, la caja de Nunca Jamás. Cuando Pedro nos vio llegar en medio de la noche, abrió los ojos en signo de interrogación.

-¿No querías una hija? -dijo Florencia-. Las dos o ninguna.

Así era mi tía.

No me dejó que le pusiera su nombre a mi primera hija, le pusimos Mary, por Mary Read, y a la segundo Ann, por Ann Bonny, las dos famosas piratas, pero ese es nuestro secreto, además, a nadie llaman la atención aquí, en Jamaica, unos nombres tan comunes.


© Liliana Delucchi




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