martes, 3 de marzo de 2015

Mª Paz Horcajuelo Torres: Un fin de semana romántico o una noche toledana

Tendiendo ropa en el siglo XIX
Foto: Wikipedia, la enciclopedia libre





Se había terminado  la construcción de una casa nueva en el pueblo. Aunque faltaba poner    en marcha la  instalación  eléctrica,  la casa  estaba ya habitable y reluciente.  Mi hermana,      la más  pequeña,  que  como tal,  ha sido siempre espontánea,   explosiva,    algo caprichosa, nos  propuso  ir  a pasar  el  fin  de  semana . –Si  no  hay  luz, le  dije-.  A  lo cual,  ella me  respondió  con  toda  naturalidad: -¿Y  qué?   ¡Compramos  unas  velas!- . - Bueno,  bueno-,  si  eso  no  es  para  ti  un  inconveniente,  vamos.  Así  pues , Patricia , Almudena  y  yo  nos subimos al coche de línea  con  la  ilusión  de  volver   al    escenario  veraniego  de  nuestra  más  tierna  infancia.  Llegamos a medio día.  La casa estaba  muy  bonita,  con  su  reja,   su patio interior  al estilo  manchego,  su chimenea  y  azulejos de cerámica de Talavera en el pasillo.

Era a finales de junio,  por lo que en el pueblo no había veraneantes. Todavía no era un lugar de  fin  de semana. Unos cien  habitantes vivían desperdigados por sus diversas calles y callejuelas.

 Pasamos   una  estupenda  tarde  caminando  por  los  campos,  respirando  el  aire  limpio, disfrutando  del  horizonte   tan  cercano,  de  sus cielos  y  del  rojizo atardecer .  Antes compramos  cuatro  velas.  Por la noche decidimos dejar encendida una vela en cada una de las estancias que íbamos a utilizar, es decir, una en la cocina, otra en el salón y otra  en cada habitación.  Después  de cenar,  salimos tan ufanas al patio a contemplar las estrellas.  En él,  teníamos varias sillas de jardín y una hamaca, el lugar más adecuado para verlas,  por lo que  decidimos  hacer  turnos  para tumbarnos en ella a mirar el cielo, no sin algún pequeño desacuerdo.  El espectáculo que se puede ver por la noche en la Meseta Sur, en un lugar sin contaminación lumínica es alucinante, esplendoroso. Buscábamos las diversas constelaciones en medio de la inmensidad de estrellas grandes,  pequeñas,  lejanas y cercanas.  Patricia  ocupaba la hamaca en ese momento,  Cuando de pronto,  se escuchó un extraño silbido similar a un suspiro o  ronquido. Nadie dijo nada, seguimos a lo nuestro. No habían pasado dos minutos cuando de nuevo se repitió el siniestro sonido. Sólo Patricia se atrevió a preguntar:  -¿Habéis oído eso?-  Ya…  Sí.., -respondimos. Nos quedamos en silencio un momento.  –Ya te toca la hamaca-, le dijo a Almu. - Da igual-,  respondió,- quédate un poco más si quieres-.Tal generosidad me sorprendió.  Al  poco,  se escuchó otra vez el insólito sonido, que sin duda salía de la boca de algún ser misterioso, ya que era imposible de identificar.

-Debe ser  el ronquido de algún hombre que está durmiendo en una casa de al lado-. Dije, con mi habitual costumbre  de poner normalidad a las situaciones anormales. Un ave blanquecina aleteó posándose un instante en el  extremo  del  tejado, tan rápida que apenas nos dio tiempo a verla. -¡Mira!, debe ser una paloma- dije.-No creo, - respondió Almudena,- Quizá, una paloma un poco grande.  No le dimos mayor importancia, tan concentradas estábamos en lo que nuestros oídos habían escuchado.   Decidimos salir fuera para ver si lográbamos descubrir de dónde venía ese silbido tan asombroso. La calle  estaba sumida en la penumbra,  apenas alumbraba el suelo la luz de la farola que pendía del poste  de la esquina. Pudimos comprobar que todas las casas de alrededor estaban  cerradas a cal y canto, no vivía nadie en toda la calle, incluso la casa de al lado parecía abandonada.                                                                                  
  Entramos, a toda prisa cerramos la verja.  Pero …  ¡Ah!  La puerta de la casa no se cerraba. Empujamos con todas nuestras fuerzas, yo con una vela a punto de extinguirse en la mano, pero la puerta no encajaba en el marco. –No importa- dije, no va a entrar nadie, porque no hay nadie en las cercanías. Ya sólo quedaba un pequeño cabo de una única  vela, las otras tres se habían extinguido. Por fin Almudena  que tiene mucha fuerza, consiguió cerrar. Echamos la  llave y nos metimos en los dormitorios,  ella sola en uno, Patricia y yo en otro. A penas conseguí conciliar el sueño, cuando se abrió la puerta de la habitación.  Apareció mi hermana: _Digo que… por qué no dejamos las puertas de las habitaciones abiertas- . No- dije categóricamente- , cierra la puerta y vete a dormir. Cerró resignada. No llevaba durmiendo una hora cuando la voz  de Patricia me despertó: -Mamá, ¿quién habrá hecho  ese ruido tan raro?-.  La luz  clara  y opaca de la noche estrellada inundaba el dormitorio desde la ventana que daba al patio, sin cortina ni persiana.   ¡¡ Qué más da!!-   contesté, algún pájaro del campo.

Volví a hundirme en los brazos de Morfeo.  Pero al cabo de un rato, desperté, de nuevo. Ya estaba penetrando la luz del día.  Vi a Patry  sentada en la cama. _ ¿Qué haces ahí sentada? –.   Nada, estoy viendo a Almudena en el patio-.  Pero ¿qué hace en el patio a estas horas?  No salía de mi asombro, ella, tan dormilona, sobre todo por la mañana.  Me asomé.  Ante mi extrañeza me respondió como si fuera lo más natural del mundo:- Estoy recogiendo las toallas de la cuerda- No pude evitar sonreír. A las siete menos cuarto de la mañana de un domingo lo más natural es estar recogiendo la ropa tendida. Me quedé mirándola un rato. No decía nada.  Cuando ya terminó su tarea, me dijo que no había pegado un ojo en toda la noche.

Recogimos nuestro equipaje y salimos despavoridas hacia Madrid. Como entonces no existía internet, ni había ordenadores en las casas, consultamos las enciclopedias y aplicando la lógica llegamos a saber quién y qué produjo ese silbido-susurro-ronquido.






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