miércoles, 1 de abril de 2015

Amantes de mis cuentos: Suerte en la vida


Estación de Canfranc (Huesca)

Fue un bebé precioso. Toda la familia feliz porque al ser chica y bonita podría encontrar novio sin tener necesidad de que sus hermanos salieran con rifles para encontrar con quién casarla. 

Con el tiempo se fue echando a perder y se convirtió en una joven realmente fea. Los hermanos engrasaron las armas. En su casa tenían espejos de todos los tamaños. El espejo largo le hizo ver que tenía buen tipo. El espejo de aumento le señaló las cicatrices que la varicela le había dejado en su cara. Decidió no volver a mirarse en el espejo.

Gloria, su prima hermana, nació el mismo día que ella con dos horas de diferencia y desde entonces eran inseparables. Gloria a diferencia de Yolanda nació tan fea que los padres jugaron un billete de lotería con el número que en la charada china corresponde al mono. Con el paso de los años Gloria se hizo tan bonita como fea se hacía Yolanda.

Un día en el baño, Yolanda se arriesgó a mirarse detenidamente y no le quedó más remedio que aceptar su fealdad si no quería vivir sufriendo. Lloró y se encontró horrible con las lágrimas. Se sonrió quedamente y comprobó que la cara le cambiaba a mejor, fue aumentando la sonrisa y le gustó lo que le mostraba el espejo, la carcajada le daba un brillo a sus ojos que en aquel momento decidió hacer de la risa su arma secreta.

Perfeccionó delante del espejo diversas formas de reír y como no debía reírse sin ton ni son, aprendió hacer algunos gestos que provocaban risa mientras contaba cualquier chiste o anécdota.

Aprendió a bailar con Gloria y esperaron con ilusión la primera fiesta en que los padres les permitieron bailar. Y llegó ese día. Se arreglaron el pelo una a la otra, se pintaron las uñas de las manos y estrenaron vestido. Desde el primer momento Gloria estuvo bailando pero Yolanda se quedó sentada contando chistes toda la noche sin que nadie le pidiera un baile. Los ojos le brillaban e hizo verdaderos esfuerzos por no llorar mientras reía.

Nunca más volvió a ir a un baile. Se dedicó a ayudar en la casa a su madre y en el campo a su padre y hermanos. Y así pasaron los años.

Gloria se casó y marchó a vivir a la capital. Yolanda le escribía todos los meses y se sentía feliz cuando su prima y amiga visitaba la aldea. No hubo vez que Gloria no invitase a Yolanda para que se fuera con ella unos días. Nunca tenía ocasión por todo lo que hay que hacer en una casa y en el campo.

Pasados quince años, recibió una carta de Gloria que la llenó de alegría. Lo que tanto ansiaba había sucedido. Estaba embarazada y le pedía que cuando llegara el momento estuviese a su lado y que fuera la madrina de su hijo. Yolanda aceptó.

Pasaron los meses y cuando llegó el momento Yolanda a sus treinta y ocho años, hizo su maletín, se despidió con un ¡Hasta pronto! de sus padres y tomó el tren que la llevaba a la capital. Se sentó al lado de la ventanilla, no perdía detalle del paisaje. En la primera parada subió un hombre y se sentó a su lado. Se pusieron a conversar.


Gloria cuenta a quien quiera escucharla que muchas personas viajan sin que les ocurra nada relevante, en cambio su mejor amiga la primera y única vez que subió a un tren encontró marido.



© Marieta Alonso Más


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