viernes, 17 de abril de 2015

Cristina Vázquez: Los buenos propósitos


                                  


La letra A de su nombre bordada en el juego de novia era demasiado ancha, pensó Aurora mientras la raspaba con la uña; pero su madre se había empeñado.
Su madre era una mujer enérgica para todo, excepto para la labor.
Siempre estaba echando puntos en unas agujas rojas, y al cabo de un rato lo deshacía para volver a empezar.
Y el silencio se partía entre el ruido sordo de sus dedos en la lana o el de su anillo tropezando contra el metal de las agujas. Agujas rojas, primorosamente rojas.
Esa mañana no sonaba la cafetera, el sol salía lento y Aurora calculó que la planta de la ventana había crecido un centímetro.
Esa mañana el tren salía a las ocho.
Al abrir la puerta con sigilo apareció su madre, imponente, con una sonrisa torcida.
-         Ni lo sueñes, tú no vas a ningún sitio. Tu obligación es casarte y punto.
Aurora sintió un escalofrío y vio las agujas en el sillón. Su madre las miró con la misma velocidad que ella las cogía.
-         Apártate-,  le contestó y bajó con un impulso ciego.

Al llegar a la calle sin resuello, se dio cuenta de que tenía las manos manchadas de sangre. 




© Cristina Vázquez Salinero






1 comentario:

  1. Cristina muy bueno el cuento, me dan escalofríos, se habrá quedado la madre...

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