lunes, 11 de mayo de 2015

Alejandro Chanes Cardiel: El teléfono





Al llegar a casa, sin quitarse el abrigo, fue hacia el mueble del teléfono. El piloto rojo, parpadeando, era el aviso de que había llamadas. Dejó las llaves que aún llevaba en la mano y se dispuso a manipular en el aparato. Primero los mensajes; no había ninguno. A continuación fue pasando en el visor los diferentes números correspondientes a las llamadas recibidas: su mujer; un aviso para recoger un libro y... ¿éste número? No lo conocía. Sacó su agenda, allí no estaba, revolvió uno de los cajones del mueble y extrajo un listín que fue mirando hoja a hoja. Tampoco tuvo éxito este examen. Aunque no era una cuestión vital, el no conocer el origen de la llamada le produjo desazón.

Con el abrigo en la mano fue a su habitación, al otro lado de la casa. Se dispuso a cambiarse de ropa y ponerse cómodo; ya se había quitado los zapatos cuando sonó el timbre del teléfono, una, dos, tres veces. Descalzo, iba a todo correr y cuando el aparato daba el cuarto tono, con el auricular ya en su oído, habían colgado. Era el mismo número que no pudo localizar antes. Nervioso, abrió, de nuevo, el cajón, sacando listines y agendas antiguos que repasaba sin que apareciera el fatídico número.

Sentado en frente del mueble, seguía dando vueltas en su cabeza, en un intento de recordar. El zumbar del teléfono le produjo sobresalto. Su mano se movió con rapidez. “Diga, diga”. Ni un sonido. Presentía que alguien estaba al otro lado pero por más que gritaba “diga” no hubo respuesta, solo la señal de que habían colgado. Otra vez su mirada fue al visor. Allí estaba el número, fijo, imperturbable, como una incitación a resolver el misterio.

Con los nervios alterados,  se aflojó el cuello de la camisa, el sudor le corría por la frente y el pulso iba acelerado. Luego, de un modo automático, fue escribiendo en un papel, una y otra vez, aquellos guarismos obsesivos.


Más tarde, descalzo aún, con el pelo revuelto y la mirada perdida, deambulaba por las habitaciones gritando con insistencia: 898 53 14. Al fondo de la casa, de nuevo, volvía a sonar el teléfono. 




© Alejandro Chanes Cardiel





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