sábado, 13 de junio de 2015

Marisa Caballero: ¡Aquéllas postales!


Todos los años, finalizando la primavera o al comienzo de otoño; se hace un cambio en los armarios, se sustituye  la ropa  cálida de invierno por la más liviana del verano, para tratar de  afrontar, en la vestimenta,  el cambio de estación.

Las mujeres que crecimos con una tremenda educación machista, entre los años 40 y 60 del siglo pasado, difícilmente dejamos de hacer esta tarea. Ya que nos educaron prácticamente para  un solo fin: el matrimonio, el sometimiento al marido, debíamos ser buenas “amas de casa”, muy ordenadas,  incluso haciéndonos creer que no teníamos capacidad para determinados estudios, si es que se estaba en el pequeño grupo que podía acceder a ellos. Dificilísimo en el mundo rural.

No es una apreciación subjetiva. Entre  los pocos libros de primera enseñanza que mi hermano ocho años menor que yo me permitió conservar. Y digo esto porque así fue.  Tijera en mano hizo montoncitos con sus imágenes. Recortó prácticamente todos, en esos ratos de silencio, en que mi madre buscaba al niño  por estar demasiado entretenido. No fallaba, en situaciones así o tenía fiebre, o estaba realizando alguna faena. Era muy inquieto.  Me ha quedado uno titulado, ¡Adelante!, Primer Curso Escolar (seis a siete años), Editorial Escuela Española, que bajo mi punto de vista, demuestra mi creencia.  En la página 176 dice “Yo veo que mi mamá tiene todo en casa puesto con mucho orden, y así, cuando me dice que le alcance la camisita de mi hermano Toñín, voy al armario, al sitio que me ha dicho, y allí está, sin necesidad de buscar y revolver”. Esto era un trabajo de niñas, no de niños. Me gusta el orden, pero ¿es trabajo exclusivo de la mujer? Entonces sí, ahora afortunadamente parece se va compartiendo.


En la página 181, “Quique no sólo enseña a practicar deporte a su hermanito, sino que también lo hizo con su hermana, la enseñó a montar en bicicleta. Más adelante, lo remata y dice lo bueno que es practicar deporte, “Porque con el deporte Ana Mary, va teniendo gran agilidad y no le cuesta trabajo moverse; con ello se va acostumbrando a ayudar a mamá sin cansarse. Todas las niñas deberán ser como Ana Mary, y así, al llegar a mayores serían unas estupendas deportistas en el trabajo de su casa, manejando con gracia y soltura la escoba y los zorros para limpiar el polvo”. Vamos que las que aprendimos a montar en bicicleta limpiamos mejor y somos salerosas, realizando esa labor.

Aunque a priori, parezca que pretendo efectuar reivindicaciones feministas; no es mi intención. El pasado y las circunstancias de entonces, cada uno lo vivió como pudo, o se le presentó, pero no puedo evitar enfadarme cuando me acuerdo. Si escribo sobre ello, se debe a que, en estos cambios temporales del contenido de los armarios, aunque hay que hacerlos, lo tenemos grabado a fuego, independientemente de que sea una necesidad por higiene y problemas de espacio. ¿Cuántos hombres lo hacen de Motu propio?, lo ignoro, presiento que pocos, al menos de mi época.

Volviendo al origen de la labor que estaba realizando,  aparecen cosas que pensamos se deben tirar. Están ocupando espacio necesario para prendas más actuales, y que utilizamos, mientras que otras no, por eso del aprovechamiento, se van quedando ahí, no sabemos la razón. Yo termino pensando que sufro el Síndrome de Diógenes.

He encontrado unas postales con toques de purpurina, y  los versos correspondientes, unas veces dictados por las maestras y en otro caso impreso, por ejemplo una para el día de la madre:




A NUESTRA QUERIDA MAMAITA

Felicitarte queremos
con cariño y reverencia
pues, mamá siempre seremos
trocitos de tu existencia.










o la del día del padre:

Quiero darte muchos besos
y darte muchas gracias
por todo lo que sé estás haciendo,
en unas palabras, 
ganando nuestro sustento.











o las de las amigas felicitando el cumpleaños:

Por ser la primera postal
que de mis manos recibes
guárdala en tú corazón
para que nunca me olvides.








Dispongo de muchos más versos de éste tipo, pero como muestra sirven para recordar pequeñas vivencias, anécdotas de mediados de los cincuenta del siglo pasado, en una España que carecía de muchas cosas. 

Mi enfado inicial, se ha transformado en una sonrisa. Epicuro decía que “El tiempo es el latido de mi corazón” y Emilio Lledó, designado recientemente Premio Princesa de Asturias de Humanidades habla de “Una escuela libre, que anime a pensar en libertad, sin yugos. No hay nada más esperanzador que ver la frescura de la mente de un niño con seis años”.


         Yo que soy más sencilla, agradezco que en mi molesta labor, con todas sus reminiscencias, gracias al Síndrome del griego, haya encontrado estas reliquias e intentar haceros pasar un ratito agradable.







2 comentarios:

  1. Has conseguido lo que pretendías, que pasáramos un ratito agradable. Me he reído un montón. Y por supuesto no se puede cambiar el pasado, pero si el futuro. Gracias.

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  2. De parte de Marisa Caballero: Muchas gracias, Ana, si lo he conseguido es para mi una gran satisfacción.

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