domingo, 15 de noviembre de 2015

Liliana Delucchi: Un collar de perlas

La dama del armiño
El Greco




Huérfana de libros y cualquier cosa que entrañara cultura, la señorita Lozano atravesó los primeros veinte años de su vida a base de sonrisas. El gesto de su boca era tan aceptado, que los mejores círculos de la ciudad se la disputaban para que, sentada en un sillón, moviera el abanico al compás de sus pestañas.

Su única obligación era disertar con frases de no más de diez palabras, el modelo de la señorita tal o el último estreno. El contenido de sus comentarios impedía que la tildasen de tonta, alguien le había dicho que un toque de timidez era femenino y elegante.

La noche en que Don Roque Quirós la vio, solo pudo pensar en lo bien que quedaría en la casa de campo del tarambana de su nieto. Desde hacía tiempo el anciano buscaba una joven que sanease su estirpe en declive. Pepito no era malo, ni siquiera tenía vicios, apenas una estupidez que no le permite ir más allá que jugar con sus perros o montar a caballo. Pretender que relatara el argumento de la ópera a la que había asistido la noche anterior, y que su interlocutor fuese capaz de comprenderlo, era como ver la luna en una noche de eclipse.

Don Roque supuso que esa señorita con mohines sentada debajo del cuadro de La dama del armiño, no rechazaría la oferta de un tonto con dinero. No se equivocó. La señorita Lozano puso una condición, que el autor de La dama del armiño le hiciera un retrato idéntico, siendo ella la protagonista.

Convencerla de que los muertos no pintan fue una ardua tarea, pero su futuro abuelo pudo persuadirla ofreciéndose a comprarle el cuadro. Así fue como la obra de El Greco pasó a la sala donde la esposa de Pepito recibía los jueves.

Enamorada de su adquisición, la señora de Quirós pasaba horas delante del espejo imitando la mirada, el gesto de la mano y la actitud de la dama. Cuando según su particular punto de vista lo hubo conseguido, convenció a su marido para que un pintor le hiciera su propio retrato. Idéntico armiño, similar muselina para la cabeza y hasta las sortijas de la mano se parecían, sólo que ella quiso agregar el collar que Pepito le regaló para su boda.

Cuando sus visitas hacían algún comentario sobre las diferencias entre los dos cuadros, ella se limitaba a decir: "es que la pobre no tenía para perlas".


© Liliana Delucchi

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