martes, 3 de noviembre de 2015

Mª Paz Horcajuelo Torres: Esto era una vez, agosto


Campo de amapolas en Argenteuil
Claude Monet

Esto era una vez una madre y una hija; la madre se llamaba Maruja y la hija Marujilla. Esta era una moza espigada y fina, clara de piel y de ojos vivos. Una tarde, las dos sentadas al sol, una cosiendo otra leyendo, la hija Marujilla cerró el libro y así habló: -Oh madre, decirte quisiera todo lo que pienso, lo que siento en estos momentos.

La madre levantó los ojos oscuros y arrugados por encima de las gafas, con asombro respondiole: - Dime, dime, no me dejes sin saber, no me intrigues.

-¡Ay madre! sabes que no me aclaro, si le amo o no le amo, porque me hace sufrir, ¡Ay de mí!  No me gusta que mire a otra, tan hermosos son sus ojos. Que sólo me escuche a mí con todita su atención. ¡Los celos que me están quemando¡ Tan apuesto y elegante. ¿Acaso yo no soy bella? Quiero ser más que ninguna.   ¿No será madre, según dicen los psicólogos, que mi padre no me hacía caso? ¿De ahí vienen mis enojos? Sé que mi hermana pequeña era “la niña de sus ojos”, según decía la abuela.

-¡Que cosas tienes chiquilla! No hay que mirar hacia atrás, buscando en la niñez los problemas de mayores, escudriñando en trastos antiguos, que en nada se han de quedar.

Ambas recordando aquellos años, sacaron antiguas penas:

-Yo sentía, madre mía, mucha rabia cuando mi padre mimaba a la pequeña; sentía una gran zozobra y tú decías que debajo de mi cama… ¡Había mucha pelusa!

La madre, señora Maruja, habló entonces de las vidas de la gente y las amigas. Muchas vivieron en su infancia y adolescencia  situaciones muy penosas.

-Ya ves, querida, las otras mozas, tus amigas: La Soraya, con su madre, pobrecita tan enferma desde que era pequeñita siempre con su padre de la mano, ahora se encuentra solita. ¿Y qué me dices de  Josefina? Su padre un viva la vida y la pobre de su madre con esa tristeza grande andaba como perdida. También de madres raras, demasiado alegres o despegadas que dejaron a sus hijos creciendo casi solitos, buenos ejemplos verás-, dijo:

-No busques moza querida, detrás de ti sacar la partida; mira siempre hacia adelante buscando tu camino recto y sereno. Prueba y vuelve a probar, ¡Anda! y si has de desandar, no temas porque lo bueno para ti llegando está.

Así hablaba la madre. Y ya bajó la cabeza y se puso a murmurar…

- Vidas muy diferentes las que vivimos los niños cuando  había poco que rascar; turbación, respeto y austeridad,  pero no la que dicen ahora, pues  más que austeridad era pobreza  sin más. Y miedo a la autoridad, a la del padre, a la del cura y las monjas, a la del administrador social, o como lo quieras llamar. Y siguió la madre hablando:

-Las muchachas, todavía niñas,  en el pueblo con el cántaro en la cadera a por agua de la fuente para beber y  fregar, después de haber dejado la casa limpia como el “jaspe” y habiendo comprado el pan. A mí, niña de ciudad, el cántaro se me escurría por la escasez de cadera, y la falta de maña, para alborozo de las demás.  Por las tardes a coser, el punto de cruz, la vainica y el ojal. Esto era en el mes de agosto, mes de campo sol, domingos de misa y  fiestas.

- Pero la vida en la capital era gris y fría. Las monjas mandonas reñían muy duramente por cualquier incidente, colegio de la misericordia para niñas pobres, lo llamaban. Aunque en el barrio no había otro y  entonces “todos éramos pobres” tal como dice la madre de Sandrita la que se fue a Londres; usaban un cachivache para atizar en la cabeza a quien se portara mal. Más bien a quien charlaba o parloteaba, porque a lo demás todo el mundo se amoldaba. Se llamaba “castañeta” por ser de madera y abierta como castañuela, si bien  grande y  ovalada.  Era lo que había, se sabían poderosas, suyas eran  razón y  verdad.

-Ja, ja, ja-, reía la Marujilla, -mucho daño no te harían-.

-Ah decir verdad, nunca me dieron  yo era prudente y callada.

Continúo la madre ya puesta en evocaciones y cavilaciones, siguió con su perorata, entreteniendo a  Marujilla con sus historias de otrora.

-No sé yo si la vida de los niños de la emigración del campo en ese tiempo de paz, se podría comparar con la que tienen ahora los hijos de éstos que vienen de otros países lejanos.  Recelo que no sea igual,  ya que ahora hay derechos. En aquel tiempo no había si no estar “más derecho que una vela”.

-Ay madre, como te pones, con tu charla y tralará; te vas por los Cerros de Úbeda o los de Monserrat.

-Ay hija, perdóname, me estoy haciendo mayor, se nota porque me voy de una cosa a otra, del hoy hasta el ayer y del ayer al mañana.

-En verdad creo-, dijo suspirando Maruja, -que la atención y el cariño, la buena educación de los padres a los hijos,  es la mejor garantía para el día de mañana. Pero, me parece a mí que  cuando oigo hablar de  educación, es de un Ministerio  o Consejería de lo que se habla.

-En fin querida hija, otro día seguiremos, con otras conversaciones, chácharas o anécdotas.  Nos contaremos las penas y también las alegrías, para pasar la tarde y solazar el día.



© Mª Paz Horcajuelo
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2 comentarios:

  1. Efectivamente, la educación se recibe de la familia, no en las escuelas, allí se aprende. Hay que vivir el presente, y aunque nadie aprende de lo ajeno, contado como una historia deja un gran poso. Me gusta

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  2. Gracias por tu comentario. Me alegra que te guste. Es cierto que nadie aprende de la experiencia de otros, pero todos nos enriquece.

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