viernes, 15 de enero de 2016

Liliana Delucchi: Paternidad

Ronda de Noche. Rembrandt





De baja estatura, el Teniente Willem van Ruytenburch, encargó a su sastre un atuendo elegante que lo engrandeciera sobre sus compañeros de patrulla. Debía incluir un sombrero para resaltar, en la medida de lo posible, su figura frente al imponente jefe, el Capitán Frans Banninck Cocq.  

Era ésa una noche especial, estaba seguro de que esta vez la fortuna lo bendeciría con un hijo. Siete años tenía ya la pequeña Saskia, su primogénita, y desde entonces llegaron otras tres. Pero esta vez iba a ser diferente; tanto él como su esposa siguieron todos los consejos de aquellos padres de varones. Angelique, alimentada a base de pichones y huevos, ya no era una delgaducha paridora de hembras; además, los recorridos de la pareja por todos los templos autorizados (y de los otros) y las novenas a las santas de la maternidad, iban a dar sus frutos.

Con su traje amarillo y las botas lustradas salió de casa, no sin antes advertir que se le informara de inmediato en cuanto el niño llegara al mundo; los dolores de parto de su esposa ya habían empezado. 

Sus pasos sonaban seguros por las calles; la autoridad de su cargo y del arma recogía reverencias a lo largo del camino hasta el cuartel, desde donde iba a partir, una noche más, junto con su compañía a recorrer la ciudad en la misión de vigilantes del orden.

Cuando llegó al cuartel, el tamborilero le concedió un redoble. Para usted, Teniente, según tengo entendido, esta es una noche de celebración en su casa y para todo el cuerpo, ¡quién sabe qué gran militar llegará al mundo antes del alba! Van Ruytenburch se tocó el sombrero en señal de agradecimiento y siguió su camino hacia el patio donde se reunían sus camaradas. Allí estaba el Capitán, quien aunque no era muy dado a las efusiones, abrazó a su subalterno: lo llamarás Willem, me imagino, para seguir la tradición familiar. Desde luego, es el nombre de mi padre, de mi abuelo y de mi bisabuelo, aunque prefiero que no se parezca a este último, ya sabe que mi antepasado tenía una pierna más corta que la otra, y no le quedó más remedio que dedicarse a la pintura.  

-Un brindis –reclamó el cabo Vermeer- un brindis por el Capitán antes de lanzarnos a la calle. La ocasión lo merece. 

Curiosos del pueblo, arremolinados a las puertas del cuartel para ver salir a la compañía, esperaban como cada noche, con ese silencio reverencial que se da a las autoridades.

Calles más arriba, una niña de siete años corría en dirección al gentío; con el vestido amarillo recogido para no tropezarse con los adoquines y el corazón en la garganta, no se sabe si por temor o por la urgencia. Necesitaba llegar a tiempo con la noticia.  
Las voces de la multitud, los ruidos de los sables y los ladridos de un perro, ahogaron la voz de Saskia, abriéndose paso entre la muchedumbre para gritar a su padre: ¡Otra niña, tenemos otra niña!


 © Liliana Delucchi

No hay comentarios:

Publicar un comentario