miércoles, 17 de febrero de 2016

Cristina Vázquez Salinero: Una tarde de Verano

Cape Cod al atardecer
Edward Hopper

Todavía no puedo dejarte solo, dice la mujer mientras cruza los brazos bajo el pecho.

El hombre no levanta la cabeza, sigue absorto los movimientos del perro. Lo llama en voz muy baja y adelanta la mano como si tuviera algo de comer para él.

Se está poniendo muy bonito —sigue la mujer—. De cómo llegó a ahora, vaya diferencia. 

El hombre no se atreve a mirar hacía el bosque, siempre está oscuro, como si el tiempo se esfumara entre esos árboles, sin horas ni días. Siempre oscuro. Mirarlo es revivir  la pesadilla de la huida. Solo él consiguió llegar al otro lado.

En cambio esta pradera, aunque esté seca, parece un mar lleno de olas, olas doradas que pueden llevarle a alguna orilla, por eso le gusta mirarlo. Estas yerbas  pueden quemarse, cuando tenga fuerzas lo cortaré,  y ese será mi regalo de despedida, piensa. Pero, ¿qué habrá detrás de la pradera?

Hoy he preparado un estofado de conejo —oye lejana la voz de ella—. Apareció en la puerta de atrás y zas, el perro lo cogió y a la cazuela.

El hombre tiene que reprimir una náusea.

El bosque trae más regalos de lo que parece. El conejo, tú, el perro y quién sabe qué más.


© Cristina Vázquez Salinero


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