martes, 1 de marzo de 2016

Amantes de mis cuentos: Pasos parlanchines


Tengo un oído fino. Conozco por sus pasos a familiares, amigos y vecinos. Hay pasos lentos, cansinos, ágiles, nerviosos. Los hay que marcan el paso. Llegué a saber el estado de ánimo de cada uno por sus pasos. Nunca pensé que este don me serviría para matar el tiempo en esta mazmorra donde estoy desde que me secuestraron.

Todo ocurrió en un santiamén. Quedé en posición fetal en el maletero durante horas. Lo que me costó enderezarme. Luego con los ojos vendados me trasladaron a esta habitación que tiene de largo nueve pasos cortos y de ancho cuatro pasos largos.

No me puedo quejar y nunca mejor dicho.

Por una gatera me pasan la comida y el agua. Yo les devuelvo el excremento y la orina en uno de esos cubos para jugar los niños con la arena de la playa. Por el mismo lugar devuelvo el plato y el vaso.

Me devuelven el cubo vacío y con el borde hago una muesca en la pared. Llevo siete marcas, una semana desde que me encerraron.

Les dirijo la palabra. No me contestan. Les he puesto nombre a los pasos.

−¡Buenos días, pasos contundentes! Se nota que has descansado.

−¡Buenas tardes, paso ligero! No descuides a la novia.

−¡Buenas noches, paso murmullo! Vaya faena eso de estar toda la noche en vela.

Hoy ocurre algo raro. Los tres han llegado a la vez pisando fuerte. Se abre la puerta y un haz de luz inunda toda la estancia. Me colocan un antifaz. Ellos llevan pasamontañas. Me ponen en pie. Salimos los cuatro. La hierba está alta y húmeda. A unos doscientos metros me empujan y caigo al suelo. Oigo como si una piedra rozara otra y ¡Zas! Un estallido. Ni tiempo me dio para decir adiós.


© Marieta Alonso Más         

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