viernes, 15 de abril de 2016

Liliana Delucchi: El cofre secreto

Dama en amarillo escribiendo
Johannes Vermeer





Mientras esperaba que su esposa levantase la vista del papel, Frans Hendrick depositó la suya en el pequeño cofre que estaba sobre la mesa. Nunca se había atrevido a preguntar por su contenido, los pequeños secretos de Aniek eran parte de su personalidad, de ese ser oculto tras la mirada amable y el gesto cortés por los que era conocida entre sus allegados.

Sin dejar la pluma, la mujer le preguntó si se marchaba al ministerio. Volveré para la hora de la cena, hoy tenemos reuniones hasta tarde. Con un "no te retrases, vendrán tus padres y los Van Middelkoop" Aniek despidió a su marido para volver a sus escritos.

Camino de su trabajo Frans se entretuvo mirando a través del cristal del carruaje, los campos permanecían  con algo de nieve; siempre quedaba impresionado por el vasto y perfectamente ordenado paisaje que atravesara a diario; ordenado, como Aniek; perfecto, como Aniek. Pero aquel día, aunque la escena le pareciera fascinante, no dejaba de pensar en la mirada de su esposa. Había en su expresión una pregunta... o una confesión, una sonrisa apenas dibujada de acercamiento y distancia.

Llegaremos a tiempo, excelencia. La voz del cochero lo trajo de nuevo a la ciudad. Atrás quedaban Aniek y los niños, su esposa organizando la cena, los juegos de sus hijos, contándoles historias sobre sirenas, minotauros y nubes conversadoras. Había que ver la imaginación con que se prodigaba. 

Cuando regresó a su casa, disculpándose por llegar tarde, los invitados ya estaban en el salón, junto al fuego. Aniek se le acercó, y le cogió las manos. Qué frías las tienes, Frans. Él se quedó suspendido en esos ojos oscuros y grandes. 

Esta mañana he recibido una carta de Cathelijne, dijo su esposa mientras se acercaban a los demás. Tiene previsto visitarnos el mes que viene. Cathelijne era la hermana mayor de Aniek que, enviada a un internado en Francia, se había quedado a vivir allí para, más tarde, casarse con M. Malrive, un burgués de ideas modernas con las cuales Frans no estaba de acuerdo. 

Durante la cena, la ausencia que tantas veces el Sr. Hendrick notara en su esposa, a pesar de estar presente con todos los sentidos puestos en los mínimos detalles, como una perfecta anfitriona, lo hizo volver al ordenado panorama que viera desde el coche camino del trabajo. Perfecto, como Aniek; lejano, como Aniek. Frans se sintió presa de un temor momentáneo del que la risa de uno de los invitados lo hizo escapar.

Subían las escaleras camino de sus habitaciones cuando en el rellano Frans abrazó a su esposa. Ella lo recibió con cautela, luego con abandono. Un estremecimiento recorrió al hombre. No era solo el contacto con el cuerpo de su mujer, sino la sensación de que por mucho que la estrechase, que la apresara entre sus brazos, nunca alcanzaría ese espacio solitario donde ella habitaba. Se despidieron con un beso y un hasta mañana.

Al día siguiente, el Sr. Hendrick levantó la vista de los papeles que tenía sobre la mesa, al ver entrar a su mujer en el comedor. No era habitual que desayunaran juntos y menos que Aniek entrara sin llamar. Llevaba un vestido amarillo, el pelo recogido con lazos y el cofre que su marido tantas veces mirara con curiosidad. 

Ábrelo, le dijo, contiene lo que Cathelijne me envió con la carta.

Debajo de un sobre dirigido a su mujer, había un libro titulado "Reflexiones de una esposa Neerlandesa", su autora, Aniek Hendrick.

No te preocupes, solo se va a editar en Francia. 

© Liliana Delucchi


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