viernes, 13 de mayo de 2016

Marisa Caballero: Ribera Sacra II


Foto: José Mesa


A tan solo diecinueve kilómetros de Orense, se encuentra Parada do Sil, población desde la que parte  una pequeña carretera rural, que nos conducirá a un lugar fascinante.

La naturaleza reina soberana del lugar, casi envuelve el asfalto, como si quisiera recordarle que invade sin permiso su territorio. Los helechos cubren los arcenes. La frondosidad de los castaños y robles, dosifican la entrada de la luz en su interior, como si un universo de estrellas alumbraran sus hojas.

Los silbidos del milano y del águila, el cántico del mirlo  y el graznido del pato acompañan el camino.

Una pronunciada bajada, finalizará en una explanada el recorrido de los que utilizaron el vehículo.

Y así, el paisaje nos ha ido  preparando poco a poco, para la sorpresa final: El Monasterio benedictino de Santa Cristina de Ribas del Sil, casi oculto por la espesura del bosque que lo envuelve, lo abraza con ternura, intentando protegerlo en su abandono y hechizando al visitante.

Elegante y armónico conjunto de edificios románicos, tanto el interior como el exterior merecen ser contemplados pausadamente. En la actualidad podemos contemplar la iglesia románica, la torre y una parte del claustro y edificios conventuales, poco restaurados. 

Destaca principalmente la iglesia de esbelta y amplía nave, de cinco tramos  separados por arcos apuntados que se hacen corresponder con los contrafuertes del exterior, existiendo ventanas entre los paños, que permiten la entrada de la luz. Es oscura, pero invita a la oración, al recogimiento, a la intimidad que necesita el espíritu para aligerar sus cargas. Su cabecera es tripartita con arcos de medio punto y ojivales. Sorprendentes capiteles. Pinturas murales clasicistas en el ábside. Enfrente un rosetón reparte la luz, con una cruz lobulada en el centro, rodeada de ocho huecos. Situado encima de la puerta de acceso.

Junto a la fachada una bonita portada con cuatro arquivoltas semicirculares que  permite el acceso al claustro, que hay que contemplar con detenimiento. También podemos apreciar la base de la torre. Un castaño en un lateral, bordeado por hojas secas, recuerda que el verano se está acabando; los turistas pronto dejarán de visitar este maravilloso lugar.

Los ermitaños que eligieron la zona en el siglo IX, buscando el aislamiento, la perfección espiritual y que poco a poco se convirtió en un cenobio, nunca pensaron que el lugar sería abandonado. Hoy en el claustro donde meditaron sobre lo natural y sobrenatural, el bien y el mal, el sonido del viento parece difundir sus letanías. Se oye un repique de campana desordenado. Un turista rompe el ensueño.






© Marisa Caballero

3 comentarios:

  1. Estupenda descripción la que realizas de la naturaleza que envuelve al monasterio como de éste, lugar de meditación y oración en sí.
    Ambas cosas que este tiempo ha cambiado por la prisa y los ruidos. Aunque siempre queda en ciertas almas ese rescordo de quietud, de encontrarse consigo mismo y con ése algo que unos llaman Dios, otros vida, otros naturaleza, otros energía...
    Muy bonito. Buen día Marieta.

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