domingo, 7 de agosto de 2016

José Zorrilla y Moral: Autobiografía y autorretrato poéticos

 
José Zorrilla y Moral
Valladolid, 1817 - Madrid, 1893



Con este Discurso, ante la Real Academia Española de la Lengua, tomó posesión el 31 de mayo de 1885. Silla L. 


Humíllate y serás ensalzado.
[Máxima del Evangelio.')

No te humilles para que te ensalcen, porque tu hu-
mildad será hipocresía; pero di de tí mismo la verdad
como la sientas, aunque no te la crean como la dices: los
que no te crean probarán que están desprovistos de tu
modestia y que son incapaces de tu probidad.

[Paráfrasis mía.) José Zorrilla.





I.

Mi recepción, Señores, como todo
lo que me sintetiza o me revela,
como todas mis obras y mis hechos,
para ser natural, va a ser excéntrica:
pero excéntrica y lógica; su forma
una tan sólo puede ser, y es esta.

¿Qué es lo que me ha valido la honra doble
de aceptarme dos veces la Academia?
El bagaje de versos que me sigue
y mi exclusivo nombre de poeta,
que, título o apodo, estigma o nimbo,
encoroza o corona mi cabeza;
pero que, honroso título o estigma,
yo soy el solo que sin más le lleva,
el único que más no ha sido nunca
y el solo acaso de la edad moderna.

La poesía fué mi único vicio,
mas son mis versos mi única defensa,
e imponerme la prosa y el discurso,
rigor fuera en vosotros, y en mí mengua.
¿Qué discurso ha de hacer quien no le tiene?
¿Sobre qué discurrir podrá aunque quiera,
ni sobre qué podrá formar un juicio
quien por vivir sin él hasta aquí llega?
Yo conculcando vuestras reglas todas,
me hice famoso: de osadía a fuerza
atropellé y amordacé a la crítica,
sofoqué a la razón y formé escuela;
inconsciente, es verdad, justicia hacedme,
jamás cátedra abrí ni fundé secta:
levantó el remolino de mis versos
de sectarios tras mí la polvareda.
Y vosotros, Señores, sí, vosotros
mismos, alucinados por aquella
luz de farol que os pareció de faro,
chispa de hogar que os pareció cometa,
me abristeis este templo ha siete lustros:
sed, pues, lógicos hoy: si vuestras reglas
por inflingir, dos veces me llamásteis,
dejad que las infrinja la tercera.

Acordadme los versos; porque al cabo
ya por la inevitable decadencia
natural de mi edad, ya de mi viejo
estilo con el nuevo por la mezcla,
ya, en fin, por el monótono y bastardo
metro en que en mi discurso de manera
voy verso y prosa a amalgamar, es fácil
que ni prosa ni versos os parezca.

II.

Por poeta no más logré tal honra
¡gracias por tal favor, noble asamblea!
Mas ¿sabéis bien quién soy? porque en mí al hombre
no conocéis aún más que por fuera.
El poeta cargado de oropeles,
aclamado por turbas vocingleras
y a la humeante luz de las antorchas,
que siempre más que lo que alumbran ciegan,
os deslumbró: por moda me aceptasteis
ayer, y hoy por cortés benevolencia;
pero el hombre y sus obras constituyen
un aborto monstruoso y un problema:
juntos, parecen de su siglo cifra,
mas son una parásita excrecencia;
tal vez parecen bendición del cielo,
y resultado son de su anatema.

Permitid tal cual soy que me presente:
oídme la verdad por más que os sea
increíble en mis labios; y en la mía
creed, aunque no se use la modestia.

La historia del poeta de sus libros
está en las hojas: ¡hojarasca seca!
no más las hojeéis: sólo dan polvo,
y no mi gloria, mi baldón son ellas.

Sin principio ni fin determinados,
como sin intención sin consecuencia,
evocaciones son de la pasada
de escasa trabazón con la edad nuestra.
Divagador y descriptor difuso,
productor tan sin plan como sin ciencia,
y versificador tan laberíntico
que con versos labré rombos y trenzas,
si es flor mi poesía, es inodora,
rítmica y musical, mas sin ideas
poeta sin doctrina ni enseñanza,
útil al bien social ¿de mí qué resta?

Humo de antorchas y rumor de aplausos,
lo único que de sí rastro no deja:
el humo se disipa al exhalarse
y el aplauso subsiste lo que suena.

No me habléis de mis obras: reunidas
al ofrecerlas hoy, no halló su venta
ni patrocinador ni compradores:
de su poco valor no hay mejor prueba.

No me habléis de mis versos: ya en la plaza
no corren, ya no son papel-moneda:
y es claro: no tuvieron mira alguna
y tener no pudieron transcendencia.

Tal es la historia del poeta: y como
tiene que ir en la del hombre envuelta,
y la historia del hombre está en el libro
del alma voy a abrirle y a leérosla.

III.

Es una historia ilógica y sin cabos:
amalgama de luz y de tinieblas,
de fe y de dudas, de osadía y miedo,
de indomable tesón e inconsecuencias.

Yo nací para amar y ser amado;
yo concebí desde mi edad más tierna
que el calor del hogar y la familia
es el solo que nutre y que calienta.

Mi alma fue del amor y de la casa
no más por Dios para los goces hecha:
un rincón de la tierra con cariño,
un techo propio en heredada tierra,
un heredado ajuar, un nombre oscuro,
ningún anhelo de mi casa fuera;
amigos, pocos; enemigos, nadie,
y una vida vulgar, honrada y quieta;
reunir a mis abuelos y mis padres
un día con mis hijos a la mesa,
juntos orar, sufrir y gozar juntos
el calor del hogar en paz perpetua,
fue mi bello ideal desde la cuna:
y no vi en el Edén de la existencia
más que luz, esperanza, poesía,
y eterno amor en juventud eterna:
y al sentirme la voz en la garganta,
la fe en el corazón, y en la cabeza
la ardiente inspiración, como la alondra
en himno matinal solté mi lengua:
y amé cuanto Dios puso en torno mío,
canté del Universo la belleza,
el sol, la mar, los árboles, las flores,
cuanto absorto admiré sobre la tierra.
¡Bello es vivir! ¡La vida es la armonía!
exclamé: y comentando las sentencias
del Evangelio y de la Biblia, puse
en el hogar mi dicha venidera

Pero nunca en mi hogar con mi familia
viví: por vanos humos de nobleza
fuera de ella educado entre los grandes,
mi casa, al fin, me resultó pequeña:
y al romper el volcán que fermentaba,
del hogar de mi casa solariega
extinguió de repente hasta el rescoldo
y sus cenizas dispersó la guerra.
Una guerra civil, feroz cual todas,
a mi padre arrastró tras su bandera,
a mi madre encerró tras de las nieves
de un monte, y en la atmósfera revuelta
me echó a mí como un átomo perdido;
mas yo que de laurel semilla era,
eché raiz donde caí, y mi tronco
de ramas coronó la estación nueva.

Arbol de Apolo, me creí del rayo
libre, y de él libre la mansión paterna
poder guardar, y los anillos rotos
soldar de la familia en la cadena.

En lustro y medio de voraz trabajo
que a mi patria asombró, ver logré en él
volar mi nombre de la fama en alas,
e intenté realizar mi gran quimera:
alzar una pirámide de gloria
del solar de mis padres a la puerta,
y que al volver a él, hallaran limpias
mis manos, y mi honra y mi conciencia.

Hice milagro tal; pero fue inútil:
para no ver el resplandor siquiera
de mi gloria, cerraron de mi casa
por dentro los balcones y las rejas.

Toda España admiró mi fe y mi gloria;
¡mi raza nada más no quiso verla!
¡Fue la caída de Icaro, fue el agua
pretender conservar en una cesta!
Dios no quiso aceptar mi sacrificio;
Dios maldijo mis versos y mi herencia,
y me volví a quedar ante mi gloria
vacío el corazón y el alma huérfana.

Entonces en mi ser se efectuó un cambio
rápido y radical: la pura esencia
de mi amor al hogar y a la familia
se convirtió, no en odio, ¡más valiera!
de odio al amor, como de amor al odio
fácil, por ser extremos, es la vuelta:
yo sentí por la vida un vago hastío,
caí en la más profunda indiferencia
y desprecié mis versos y mi nombre,
la patria gloria, hasta la patria lengua;
y para ir a morir tendí la vista
a los desiertos páramos de América.

Entonces me llamásteis generosos
y alucinados por la vez primera;
¡pero yo abandonaba hasta las tumbas
de mis padres! no oí: me hice a la vela,
y allá a morir me fui! mas no a matarme:
Dios hará de mi vida lo que quiera;
El fue quien me la dió: yo no la estimo
y por Él la conservo, no por ella.

Veinte años de mi patria viví lejos;
ni supe de ella más, ni inquirí si era
ya en ella recordado: de mi vida
que he dormido veinte años hago cuenta.

Y ¡qué sueño ¡ay de mí! qué pesadilla!
vagué entre tumbas a mi paso abiertas,
¡y cuanto allá me amó se hundió entre sangre,
traiciones, y calumnias y miserias!

Mas desperté y volví. Del hijo pródigo
la vuelta fue: con músicas y fiestas
me recibió mi patria generosa
de flores alfombrando mi carrera;
y hasta vosotros hoy aquí, olvidando
mi ingratitud, me abrís vuestra asamblea;
pero por más que a mi decoro cueste
tal confesión, descrédito o vergüenza,
una os debo de hacer como hombre honrado,
creáis o no mi confesión sincera:
ni allá ni aquí, por mí ni por mis versos
he podido vencer mi indiferencia."

Son trabajos forzados de mi vida,
una casi ridícula faena,
una labor de niños o de locos
que hoy la gente formal casi desdeña.

Los versos de esta década han sufrido
tal envilecimiento y decadencia,
que al caer de la cumbre del parnaso
se han ido a encanallar a la taberna,
y han procreado en el café flamenco
una vil poesía callejera;
todo está en verso ya: desde el anuncio
del sermón, al cartel del sacamuelas.

¿Qué me váis a decir? ¿Que ésta es sin duda
grande verdad pero que nada prueba?
¿Que los versos no son la poesía?
No: pero son su vestidura regia:
son de su jerarquía el atributo,
la pedrería son de su diadema,
de su manto real son los armiños:
la poesía por el verso es Reina.

La versificación es la cuadriga
de corzas blancas en que va a las fiestas,
la góndola de nácar en que boga
y las alas de cisne con que vuela.
El verso es noble y de divino origen;
de los dioses no más habla la lengua;
bebe con ellos néctar y ambrosía,
calza coturno y desparrama esencias.

Sólo en las Academias y Liceos,
Ateneos y templos habló en Grecia,
y en Roma con Horacio y con Virgilio
bebió Falerno y conversó con César.
El verso que anda a pie, que coge barros,
fuma, se embriaga y riñe en las plazuelas,
no es el hijo de Apolo y de las Musas,
es un rufián de raza gitanesca:
y llamar al lenguaje tabernario
de sus ramplonas coplas chachareras
y obscenos chascarrillos poesía,
y a sus engendros bárbaros poemas,
es poner manto real al barrendero,
al mochuelo tomar por oropéndola,
tomar por tulipán a la amapola
y los huesos de dátiles por perlas:
es a su real cuadriga enganchar asnos
para acarrear a los establos yerba,
en su concha poner huevos de rana
y sus alas de cisne a la corneja.

Yo no hago versos ya: los que di al pueblo
alzar al sol le hicieron la cabeza,
y los poetas de hoy en nuevo rumbo
de progreso social a entrar le enseñan.
Los poetas de ayer éramos pájaros,
hoy filósofos son, casi profetas:
yo embelesé a mi pueblo con gorjeos,
los de hoy el sol del porvenir le muestran.

Verdad es por su mal ¡y es el castigo
que da Dios a la altiva inteligencia!
que va un turbión de audaces rapsodistas
detrás del genio que descubre y crea;
y al viciar y enlodar sus creaciones,
va haciendo, al convertirlas en escuela,
de la antorcha del genio lamparillas,
del almo sol del porvenir linternas.
Por eso hace años que por mí y mis versos
no puedo dominar mi indiferencia:
y ya, sin fe, mi inspiración ahogada
mató su luz y me dejó en tinieblas.

IV.

No imaginéis ¡por Dios! que es lo que os digo
hiel que en el corazón se me aglomera
por creerme pospuesto o desdeñado
por la generación que me rodea:
no; yo he vivido siempre errante y solo
como el salvaje cárabo en la selva,
siempre encerrado dentro de mí mismo
sin querer de mí mismo salir fuera.

Mas ¿qué no pude ser? Don Juan Tenorio
me franqueó en mi país todas las puertas;
yo me he parado en el umbral de todas
y he dicho a la fortuna: "vuelvo, espera."

Y no volví, me aguarda todavía
y yo la tengo aún la espalda vuelta:
mi popularidad estriba en eso;
en mi fría y salvaje independencia.

Yo vengo aquí como do quier he ido,
tal cual soy; como sombra de otra época
extraña ya a la actual; pero no sombra
sin espíritu, muda, sorda y ciega.

De mi siglo a través no paso mudo,
porque el ser de mi siglo no comprenda:
callo, al pasar, porque callar me cuadra,
no porque brío o que decir no tenga.

Dios me dio un corazón con fe y sin miedo
con un valor civil de estofa recia,
y no hay nadie en el mundo que algo valga
de lo que vale sin tener conciencia.

Decir no quiero lo que siento en vida,
por decirlo después desde mi huesa;
porque la voz del muerto entre los vivos
traiga de Dios y la verdad la fuerza.

Treinta años ha se me hace una pregunta:
ya aquí tengo que dar una respuesta.
¿Qué pienso de esta edad? ¿Vivo o no vivo
en ella yo? ¿Por qué no influyo en ella?

Nuestras costumbres de expansión y holganza,
nuestra afición al ruido y a la gresca
y nuestro afán de echarlo todo a broma,
pienso yo que del siglo están ya fuera.
Responder con el chiste al argumento;
hacer arduas cuestiones bagatelas;
darnos todos por grandes, y tomarnos
por notabilidades y eminencias;
juzgarlo todo sin pararse en nada;
fiarlo todo a Dios y a como venga;
dejar pasar la vida haciendo tiempo;
tomar el sol punteando la vihuela
y la gloria falsear, poniendo la honra
de la nación de un diestro en la muleta,
bien podrán ser costumbres nacionales,
pero costumbres son que nos amenguan.

Una palabra más, y no temamos
a la verdad por agria que nos sepa:
va faltando lo serio en nuestra vida
social, y el porvenir es cosa seria.

Sí: ridiculizar todo lo bello,
de todos los respetos hacer befa
y caricaturarlo todo, haciendo
oposición a todo por sistema,
es traer al lodazal el blanco armiño,
es a quien nacen alas tirar piedras;
nada, en fin, respetar y osar a todo
no es progreso social, es desvergüenza.

Treinta años ha se me hace una pregunta,
me he resistido hasta hoy a dar respuesta:
¿Qué pienso de esta edad? No es ya misterio:
si de ella soy ¿por qué no influyo en ella?

Porque tal es mi ser: porque no abrigo
ambición de poder ni de influencia;
porque nací para vivir al fuego
del hogar, y no al sol que agosta y quema.

Porque perdí la fe que me guiaba
y de mi vida equivoqué la senda:
porque yo ni del mundo ni del claustro
pude ansiar ni el alcázar ni la celda.

Para vivir cual genio de su gloria,
o en la fe solitaria del asceta,
debí nacer dos siglos más temprano:
morir, o no tornar debí de América.

¿Qué ha de hacer con el oro y con la gloria
alma de envidia y vanidad exenta?
¡Si en mi hogar no hubo padres y no hay hijos
¿para qué quiero yo gloria y riquezas?
¡No me habléis de caudal hecho con cálculos,
números no metáis entre mis letras!
Yo le engendré, y vendí a Don Juan Tenorio,
por no perder el tiempo en echar cuentas.

V.

Excusad tan excéntrico discurso:
no puedo ya cambiar naturaleza,
¿qué más queréis de mí? Clara os he dicho
mi verdad, y podéis o no creerla.

Soy el más popular y el más famoso,
pero el poeta soy de menos ciencia:
miembro inútil a ser en vuestro cuerpo
voy, si tal me aceptáis: tenedlo en cuenta.

¿Ya Académico soy? Dios os perdone
error tan grato para mí: sincera
será mi gratitud cuanto me dure
la vida ¡lo que ya no es gran promesa!

Pero aunque viva siglos, ya mi gloria
no podrás revivir ¡noble Academia!
ni en el cielo del arte hacer de nuevo
brillar la luz de mi apagada estrella.

No arrancarán del alma las espinas
las coronas que nimben mi cabeza,
ni me hará creer el pueblo que soy grande,
siendo, cual son, mis obras tan pequeñas.



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