domingo, 11 de septiembre de 2016

Socorro González-Sepúlveda Romeral: El oso de peluche

  


                                                                                                     
La habitación es pequeña, la más pequeña de la casa, las paredes están pintadas de un morado intenso, lo menos indicado para espacios reducidos, fruto de un acuerdo entre la adolescente y sus padres. Unas cuantas estanterías de diferentes tamaños cuelgan de las paredes. La cama, un armario y una mesilla completan el mobiliario, combinando el color natural del pino con el color verde chillón, que junto con el verde del edredón, lucha por el protagonismo frente al morado de las paredes. Un cuadro al carboncillo que representa la plaza de un pueblo, el mío, parece hacer de árbitro. Por último, un enorme oso de peluche color marrón oscuro contempla todo indiferente desde lo alto del armario.

El oso de peluche contemplar, lo que se dice contemplar, no contempla nada, porque perdió los ojos de plástico hace tiempo. (Un día de estos tengo que coserle unos botones en su lugar),  pero la falta de visión, tal vez, no le impida pensar y sentir. Tal vez, el oso vea, con los ojos de la memoria, las estanterías llenas de libros de texto, y las paredes y puertas del armario llenas de posters. Tal vez el oso vea la carita arisca de la adolescente, que  un día se cansó de esta habitación, de sus pesados padres, de su hermano inmaduro y se fue a compartir otro espacio, con otros adolescentes como ella, que acababan de inaugurar su mayoría de edad y, que preferían trabajar a estudiar y vivir la vida a su manera.

Tal vez, el oso de peluche ciego eche de menos el desorden permanente de la habitación, la ropa en el suelo, los libros abiertos y los recuerdos acumulados: frascos de colonia vacíos, rosas secas que se resistía a tirar, junto con  los primeros productos de maquillaje, las primeras medias y los primeros zapatos de tacón… Sobre todo, el oso de peluche echara de menos la presencia de la niña-mujer, que celosa de su intimidad, se encerraba en su cuarto para pensar,  para hablar por teléfono con los amigos que acababa de dejar, para mostrar a sus padres su enfado, para llorar a veces por algún desplante o por algún deseo contrariado o, tal vez, por esa soledad, que sólo se siente a esa edad, cuando piensas que nadie te quiere, que tus problemas no tienen solución…Porque crecer a veces duele.

El oso de peluche ciego no comprende que por sus dimensiones él, precisamente, él haya sido abandonado. Le molesta el orden actual de la habitación, la limpieza, el vacío…sobre todo el vacío. No comprende la sustitución de la niña por la madre…Un día de estos, te coseré dos botones en el lugar de tus ojos perdidos, tal vez los ojos nuevos te ayuden a acostumbrarte a la nueva situación, a aceptar la realidad, a saber que envejecer también duele.   



© Socorro González-Sepúlveda Romeral



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