sábado, 7 de enero de 2017

Mª Isabel Martínez Cemillán: La Plaza Mayor cumple 400 años

Atardecer en la plaza Mayor de Madrid

Marchaba el buen rey Felipe III en su dorada carroza por la calle Mayor, camino del Monasterio de San Jerónimo el Real, pensativo, o quizá un poco adormilado, cuando le sobresalta un tremendo griterío:

-¿Qué sucede? -pregunta a su acompañante el duque de Lerma.

-Nada, señor. Los tenderos del Arrabal, que a veces se pelean, no tiene importancia.

Pero el Monarca siente curiosidad y, aunque Lerma trata de disuadirle, ordena se dirijan a la plaza. Entra en ella y lo que contempla le disgusta de tal forma que dicen que, al día siguiente, llama al arquitecto Juan Gómez de Mora, discípulo de Juan de Herrera, para que de inmediato realice los planos y la ejecución de una nueva plaza, una Plaza Mayor digna de la capital del Reino.

Y es que la antigua plaza del Arrabal, una de las más antiguas de Madrid, era un gran espacio casi ruinoso, polvoriento en verano, embarrado en invierno, donde se amontonaban sin orden ni concierto, irregulares tenderetes donde se vendía toda clase de productos, donde por ocupar el mejor lugar, frecuentaban las reyertas y disputas, motivo del ruidoso altercado escuchado por el débil, pero bondadoso Felipe III y determinante de la afortunada decisión de levantar la nueva plaza, construida en dos años 1617-1619, con el costo de 200.000 ducados, un armonioso rectángulo de edificación estilo barroco.
Casa de la Panadería

El primer edificio fue la Real Casa de la Panadería, puesto que su destino era la venta de pan al público en los bajos, y en los altos, salones y habitaciones destinadas a los reyes con una gran balconada. Enfrente, la novedosa Casa Carnicería, donde, por primera vez, se vendía carne “sin distinción de lugar ni pesada”, a todas las clases sociales y el resto viviendas de alquiler con precios razonables para los funcionarios públicos del Gobierno, muy necesitados de alojamiento.
Fachada Casa de la Carrnicería

Por desgracia esta amplia y hermosa plaza sufrió la maldición de tres terribles incendios. El primero, tan sólo doce años después, en 1631. Desde la Carnicería, tres días de fuego, cincuenta casas destruidas, varias víctimas y rápida reconstrucción por Gómez de Mora; el segundo, en 1672, desde la Panadería, hasta la Plaza de San Miguel, reconstruido por José Jiménez Donoso y por último, en 1790, extremadamente voraz, quema y daña tan gran parte de la plaza que obliga a Juan de Villanueva a realizar total remodelación, con un piso de altura menos, para mayor luminosidad y cerramiento con arcos a determinadas calles.

¡Cuántos, cuántos  sucesos, historias, festejos y acontecimientos ha contemplado esta Plaza!, algunos terribles, como la ejecución “por degüello” de Don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, antiguo valido, que lo afrontó con tal dignidad  que dio lugar al conocido dicho, “Más orgullo que Don Rodrigo en la horca”.

Justas y Torneos cortesanos, con Villamediana y sus “amores reales”, origen de su alevoso asesinato, con autor desconocido, pero con “impulso soberano”. Corridas de toros, con el balcón de la Marizápalos, levantado en una noche, para que La Calderona, amante de Felipe IV, pudiera verlas. Y solemnes acontecimientos, con arcos triunfales y grandes adornos, la proclamación como reyes de Felipe IV, Felipe V y Fernando VII, pero sin la menor duda, el más importante, con asistencia de la Familia Real, la Corte, Altos Cargos eclesiásticos y el pueblo que atiborró la plaza, fue la Canonización en grande y adornado altar, en la misma fecha, “de una tacada”, de cinco grandes santos españoles, Santa Teresa de Jesús, San Isidro, labrador, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri, durante casi tres semanas, representación de una comedia de Lope de Vega, sobre San Isidro, ceremonias religiosas, procesiones, un solemne e importante suceso para la Iglesia, reconocido en el Vaticano.

Evocación, sí, recuerdo de aquella antigua plaza pintoresca y bulliciosa, tan bien descrita por Don Ramón de la Cruz: “en Navidad, manadas de pavos cuidados por las paveras, sacos y sacas de cascajo, turrones y guirlaches alicantinos, sabroso legado morisco, naranjas de Andalucía y Valencia, tesoros de color….”

Y hoy, ¿Qué decir? Pues cambio total, ¿para bien o para mal?, pues no sé. Creo que lo mejor es ir, y junto a la hermosa estatua de Felipe III, creada por Juan de Bolonia para su palacete de la Casa de Campo, donde estuvo hasta que, el cronista Mesonero Romanos solicitó a Isabel II se colocara en el centro de la plaza como homenaje a su creador, hecho que la reina admitió complacida; recordar en el corazón del Madrid de los Austrias, la historia, belleza y hasta “magia”, de otros siglos, y solicitar al Ayuntamiento de Madrid hasta ahora un poco reacio, que celebre con fuerza, ilusión y alegría  los 400 años de nuestra Plaza Mayor.


Panorámica de la plaza Mayor de Madrid


© Isabel Martínez Cemillán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario