martes, 7 de febrero de 2017

Mª Isabel Martínez Cemillán: Los modernos bufones

Pablo de Valladolid
Diego Velázqiez (1632-1637)
Museo del Prado, Madrid


Leo en un periódico: “Cada vez más políticos bufones se asientan en el Parlamento…” La frase me parece algo desmesurada pero sí que, como las “meigas, haberlos, haylos” los conocemos y los vemos, pero ¿tantos?


Lo realmente curioso es que, no sé por qué, esto hace que me apetezca ir al Museo del Prado a contemplar los bufones pintados por Velázquez, artista culto y sensible que se interesó por aquellos peculiares hombres, llamados “de placer”, porque con sus variopintas habilidades, juegos de cartas, contar largas y divertidas historias, piruetas; complacían y alegraban los ocios cortesanos.


Su presencia, de antigua tradición medieval, tenía, no me atrevo a decir, gozaba, de un paradójico “status” social, pues si bien apenas se les consideraba como algo más que “cosas” pertenecientes a sus dueños, como un mueble o cualquier objeto, era un puesto ardientemente deseado, algo fácil de entender porque su condición de “seres defectuosos físicos o mentales”, terrible definición, avergonzaba a sus familiares que los ocultaban y escondían para evitar crueles burlas, persecuciones y hasta muerte, mientras que el cargo de “bufón real o cortesano”, conllevaba casa y comida segura, dos trajes al año y un pequeño sueldo vitalicio, una serie de privilegios que, no sé, quizá compensara su mínima consideración humana.


Los magníficos retratos de Velázquez, que acreditan su honrada personalidad sensible y caballeresca, es que, a diferencia de otros artistas europeos como Moro o Vernés, burlescos y despiadados, opone un hondo humanismo y delicadeza ante la deformidad,  absoluto respeto sin el menor asomo de burla o desprecio. El propio pintor dijo: “lo feo o lo desagradable puede convertirse en hermoso si no se olvida nunca su papel humano”.


Ante el retrato de Pablo de Valladolid, de asombrosa modernidad en el siglo XVII, sin ninguna referencia espacial, solo su cuerpo, postura de las piernas, mano extendida y mirada, hace que “se salga” materialmente del cuadro, está tan magistralmente plasmado que cuando en 1865, Manet viene a Madrid para “estudiar a Velázquez”, al contemplarlo exclamó la conocida frase: “Velázquez, pintor de pintores, es asombroso que con un fondo tan vacío y a la vez tan intenso se pueda mostrar una figura tan viva”.


¿Tienen algo que ver aquellos bufones con los de ahora?, No, creo que nada. Pero sí sería estupendo que alguno de nuestros actuales artistas los retratara con tanta lucidez, realismo y veracidad, quizá nos haría conocerlos mejor.





© Isabel Martínez Cemillán

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