martes, 11 de abril de 2017

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Viernes Santo

Procesión. Acrílico sobre papel
Autora: Socorro González-Sepúlveda

La lluvia cae sin cesar fría y constante. La humedad se mete dentro de las casas ni los braseros encendidos ni la calefacción, siempre insuficiente, logran  calentar estas viejas casas de pueblo, donde las puertas no cierran bien y el viento campa a sus anchas.

Las mujeres del pueblo van y vienen a la iglesia “a velar al Señor”, es la costumbre. Se apiñan alrededor del monumento, donde las flores y las velas encendidas le dan un aire de recinto mortuorio. Ellas son, como siempre, las que velan, ¡Siempre han sido ellas! Mientras tanto, la mayoría de los hombres juegan a las cartas en el bar.

Ellos acuden a la iglesia en contadas ocasiones: entierros,  misas de difunto y en las fiestas del pueblo. Hoy Viernes Santo, a los pocos que entran en la iglesia, se les ve cabizbajos e incomodos. Eligen los asientos de atrás, se santiguan haciendo un garabato después de quitarse la gorra y se quedan mirando al suelo con insistencia.

La iglesia es grande. Las imágenes, tapadas con paños morados en señal de luto, parecen fantasmas. En la penumbra, unas monjitas preparan el altar donde el cura oficiará esta tarde. Estas cinco monjitas han llegado de América Latina y se han quedado en este pueblo sin tradición de conventos. Son jóvenes, sonrientes y activas. Cantan y tocan la guitarra en las misas, alegran y alborotan, dando a la iglesia un tinte festivo que antes no tenía.

Por la tarde, un tropel de niños hace sonar  la carraca llamando a los oficios, no se pueden tocar las campanas hasta que el Señor resucite, recorren todas las calles del pueblo, a pesar de la lluvia. La gente comienza a salir de sus casas arropados como si fuera invierno. Todos llenan la iglesia ricos y pobres, niños y viejos.

Sale el cura vestido de morado con sus mejores galas, seguido de los monaguillos. Es un curita joven y bajito, tan bajo, que cuando se arrodilla detrás del altar desaparece, pero su voz potente retumba en el recinto. Avanza la liturgia. Los viejos llevan mal arrodillarse y levantarse tantas veces. Los niños, que se aburren, comienzan a correr por el pasillo. Las madres se impacientan y, las señoras de mediana edad que frecuentan la iglesia para ver y ser vistas, cargadas  de joyas o de bisutería, bostezan y murmuran entre ellas indiferentes a la pasión de Cristo.

Los oficios son largos y tediosos, en la iglesia hace frío. El ayuno del viernes y la lluvia; el olor de la cera y el runrún del sermón, adormece a la gente. Sin embargo, en un rincón del templo muy poco iluminado, un cristo muerto, pintado en una cruz, parece vivo.






© Socorro González- Sepúlveda Romeral

3 comentarios:

  1. Estupendamente descrito.
    En mi pueblo, antes de la procesión, había una subasta. El que pujaba más alto sacaba de la iglesia el Cristo.

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  2. Gracias, Mina.En mi pueblo también se puja, pero después de la procesión. El cuadro de arriba del relato recuerda la procesión del Cristo.Un beso.

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  3. Buena descripción de las mujeres y hombres en los oficios de la Semana Santa, en un pueblo castellano.

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