domingo, 16 de julio de 2017

Amantes de mis cuentos: Su playa (Versión francesa)



Sa plage

Ce n’était pas du sable et du gravier, c’était une zone que les pieds d’adolécents piétinnaient… c’était une joie contagieuse lorsque, pour arriver à l’eau, on devait se lancer depuis un vieux quai en bois. Cétait courir avec les bras ouverts en croix dans cette baie en forme de fer à cheval. C’était fermer les yeux et sentir la présence des corsaires et des pirates. C’était ….

Il y avait déjà 80 ans de cette époque où il ne mangeait pas de poisson chez lui et à la plage –chez les amis il– se gavait de crabes et de homards. Il les voyait vivants et, du coup, ils apparaissaient dans la grande poêle. Tout le groupe d’amis se lançait pour voir qui en mangeait le plus et quand il ne restait qu’un seul de ces délicieux morceaux dans l’assiette, ils le tiraient au sort sans penser à une tricherie…. même si c’était toujours le même glouton qui avait le plus de chance et qui était celiu qui allait devenir magicien plus tard.

Ils étaient ses camarades de vacances et pendant l’hiver il restait seul avec son père, travaillant à la mer. Les années passèrent et tandis que ses amis se perdaient par tous les coins du monde, faisaient leurs études, se mariaient, avaient des enfants, vieillissaient et quelques uns s’en allaient pour toujours , d’autres continuaient à lui écrire. Il continua à la plage et la vie en fit de lui un bon pêcheur.

Aujourd’hui, en fouillant parmi ses souvenirs –demain il va rentrer à la maison de repos– il a trouvé cette photo qui l’a transporté à cette époque et qui lui a fait sentir, avec un grand frisson tout au long de son dos, que même dans son humble maison en bois et boue, entouré des eaux troubles de ses ruisseaux en temps pluvieux, de l’immense mangrove…. sa plage était la meilleure et n’avait aucun défaut.

Traducida por: 

María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia.

Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa.

Muchísimas gracias María. 


Su playa

No era de arena y grava, era zona baja y cenagosa, puro fango lo que pisaban sus pies adolescentes. Era alegría contagiosa cuando para entrar en el agua había que tirarse desde un desvencijado muelle de madera. Era correr con los brazos en cruz en aquella ensenada en forma de herradura. Era cerrar los ojos y sentir la presencia de corsarios y piratas. Era…

Que ya habían pasado ochenta años de aquella época en la que en su casa no comía pescado y en la playa -en casa ajena nunca en la propia- se atiborraba de biajaibas, langostas y cangrejos. Los veía vivitos, boqueando, y de pronto aparecían en una enorme sartén. Un corro de amigos se lanzaban a ver quién era el que más comía, y al quedar la última pieza de aquellas delicias en el plato, la rifaban sin presumir que pudiera haber alguna trampa, aunque fuera siempre el mismo glotón el que más suerte tenía, que no era otro que aquél que iba a ser mago de mayor.

Eran sus camaradas de las vacaciones de verano, en el invierno se quedaba solo con su padre faenando en la mar. Pasaron los años y mientras sus amigos se desperdigaban por esos mundos de Dios, estudiaron, se casaban, tenían hijos, envejecieron, y algunos se fueron yendo. Aún quedaban otros que le seguían escribiendo. Él continuó en su playa, la vida hizo de él un buen pescador.

Hoy rebuscando entre los recuerdos -mañana le llevan a una residencia- ha visto esta foto que le ha llevado en volandas a aquella época, y le ha hecho sentir con un tenso escalofrío en la espalda, que a pesar de su humilde casa de madera y guano, de las aguas turbias de sus ríos en temporada lluviosa, de los patabanes, del inmenso manglar… Su playa era la mejor, no tenía desperfectos.






© Marieta Alonso Más

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