martes, 11 de julio de 2017

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Un cuento

Virgen con niño/ Murillo/ Wikipedia




«La memoria del sentimiento es más fuerte que la memoria de la lógica».

Tal vez por eso no he olvidado, ni olvidaré, los detalles de aquel encuentro. No he podido olvidarlos, porque cada vez que le contaba a mi hijo, cuando era un niño, esta historia como un cuento, él no dejaba que me saltase ninguno.

-Mamá, ¡Cuéntame lo de la tienda!

-Era el mes de noviembre, tu padre y yo llegamos a una tienda de ropa para bebés que hay en la plaza del Pi, cerca de la calle Petritxol, pedimos ropita para un niño. A las preguntas de la dependienta no sabíamos qué contestar.

-¿Cómo es el niño?, ¿Cuánto pesa?, ¿Qué ropa necesitan?

-Todo lo que necesita un bebé -contestamos.

Les confesamos que aún no te conocíamos, que te habíamos adoptado, que el lunes íbamos a buscarte a la Maternidad y que teníamos que prepararlo todo el fin de semana. Era un sábado por la tarde. La dueña y las dependientas se volcaron con nosotros. Estaban entusiasmadas. Salimos con un montón de paquetes y direcciones para comprar la cuna, el carrito y… ¡Nos hicieron descuento!

-Mamá, cuéntame... ¿Qué pasó la noche antes de conocerme?

El domingo, vinieron los amigos, la abuelita y las tías para ayudar. Todos querían colaborar y trajeron muchos juguetes para ti. La vecina, que había criado a tres hijos, nos enseñó a preparar biberones, cambiar pañales y esas cosas. Luego, para hacer más corta la espera, asamos castañas, boniatos y comimos “panallets” con vino dulce. Esa noche, los papás no podían dormir de impaciencia. Fue una noche muy larga…

-Mamá, ¡Cuéntame lo de la Maternidad!

-Llegamos casi dos horas antes de la cita y dimos una vuelta por el patio para hacer tiempo. Recuerdo que allí vimos a Francisco Rabal, un señor muy famoso que hace cine, iba muy elegante con botas  de montar.  Pensamos que estaría rodando una película. A la hora en punto, nos recibieron la directora, el médico y una enfermera a la que entregamos la ropita para que te vistiera. La enfermera salió. La directora y el médico hablaban y hablaban sin parar…Yo no me enteraba de nada, solo miraba la puerta por donde tenía que regresar la enfermera.

Por fin, regresó con un niño en los brazos, ¡Eras tú! ¡Un mulatito precioso! Te puso en los míos. Tú me mirabas y me sonreías. Entonces, ya solo tuve ojos para ti.

¡Fue nuestro primer encuentro!



© Socorro González- Sepúlveda Romeral

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