viernes, 1 de diciembre de 2017

Amantes de mis cuentos: Tiempos difíciles




Lo que más le gustaba en su niñez era subir al desván con su abuelo, tomados de la mano, a registrar los baúles llenos de tesoros. Las horas volaban. Un día aparecieron dos sobres amarillentos, enlazados con una cinta descolorida que pudo haber sido negra. El anciano se quedó muy pensativo y cuando le preguntó si estaba triste, le acarició con la mirada perdida. Algo muy gordo tendría que estar leyendo, pues dejando caer el pliego sobre sus rodillas, se echó a llorar. Sin saber qué hacer, el niño le abrazó por la cintura, mientras el anciano comenzaba a contar…

Mi abuelo fue taxista en París y le tocó, a sus muchos años, llevar a su propio hijo y a mí, su nieto, al frente. Y con voz entrecortada continuó que entre el cinco y el doce de septiembre de 1914, se había librado una gran batalla. Mi padre nunca regresó. Yo sí.

Tomó el papel con mano temblorosa. Esta carta es de su puño y letra y escribió que todo saldría bien; que con un poco de suerte pararíamos el avance del ejército alemán; que las noches eran frías, pero que él tenía los pies calientes gracias a los tres pares de calcetines hechos por su mujer. Esperaba que yo estuviera sano y salvo, pues no había vuelto a verme ya que nos habían enviado a diferentes compañías.

La otra carta es del ministerio de la Guerra notificando su muerte y el valor demostrado.

-Abuelo ¿No fue mi padre el que murió en la guerra? -preguntó el niño mientras recostaba la cabeza en su hombro.

El anciano miró al vacío evocando, esta vez, a su hijo.


-Eso fue en la II Guerra, pequeño. En la segunda.      

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