martes, 5 de diciembre de 2017

Blanca de la Torre Polo: La navaja de Occam





Creo que ya estoy listo. Ehhh... mejor, voy a echarme un último vistazo. 

A ver, repasemos:

La punta, incisiva; la hoja, brillante; el filo, aguzado; el canto, suave; los remaches, firmes y el mango, pulido.

Sí, definitivamente, estoy preparado. Es que esta noche, tengo una cita. Pero, no se trata de una cita cualquiera.

La conocí en la Asociación Internacional de Objetos Punzantes. Ya había oído hablar de ella. Y, ¿quién no? Pero, conocerla ha sido..., ha sido... Uff, se me aflojan los remaches solo con recordarla. No me avergüenza decir, que me tiene encandilado.

No lo he tenido fácil. En absoluto. Tuve que lidiar con tres duros competidores con el mismo propósito: seducir a nuestra compañera de mesa. Un duelo a cuatro bandas entre el machete de Livingstone, el bisturí de Jack el Destripador, el estilete de un Príncipe de Dinamarca y un servidor, un auténtico cuchillo de Sheffield.

La verdad es que tenía un palmo de ventaja con respecto a mis competidores, pues sin querer pecar de presuntuoso, mis referencias son impecables y mi origen todo un lujo.

Además, no era la primera vez que me codeaba con Celebrities. Tuve un escarceo hace un par de años con una de las navajas de Bodas de Sangre y con una prima suya, una daga toledana, que presumía de haber pertenecido al Cid. ¡Vaya experiencia! En fin, que un caballero no da detalles sobre esas cosas.

Como iba diciendo, el de Livingstone empezó la contienda enumerando sus batallitas en la selva. No había maleza que se le resistiese. ¡Zas, zas, zas!, con golpes certeros iba abriendo paso al gran explorador de África. Se jactaba de que eran inseparables, donde estaba uno, estaba el otro. Ya fuera escondido bajo los pliegues de la almohada, dando tranquilidad al duermevela de su dueño, o entre sus dientes, mientras recorría las aguas infestadas de cocodrilos, hipopótamos y sanguijuelas.

La verdad es que el tipo me cayó bien, amenizó la velada con aventuras e ingeniosas ocurrencias.

Cuando todos relucíamos de la risa después de escuchar una de sus anécdotas, las carcajadas se cortaron de un tajo cuando el bisturí del Destripador penetró en la conversación. No dijo mucho. Solo una frase. Algo sobre el calor y la sangre. Pero, con el sonido de su voz, un siseo seco y oxidado, que rasgaba el aire en cada sonido, fue suficiente para que el silencio se instalara en nuestro grupo y del exotismo de la selva africana, pasamos a las oscuras calles del East End de un Londres de 1888.

Se dice que ha estado condenado a punta roma durante 100 años, pero no sé si un filo como ese podría llegar a rehabilitarse. Y mis sospechas se vieron pronto confirmadas, pues, en ese instante, pasó cerca de nosotros, cortando el aire a cada avance, la navaja de un barbero loco que rebanaba el pescuezo a sus clientes. La verdad, qué poca visión de negocio. Y nos hizo a todos el favor de ir tras ella. No quiero ni imaginar, lo que podrían hacer esos dos juntos en sola una noche. Solo con pensarlo se me había revuelto el mango.

Entonces, como para completar la faena, el estilete de Dinamarca se puso a balbucear sobre que no somos nadie y que un día estamos en este mundo y al día siguiente no, y bla, bla, bla, ...  ¡Vamos, que todo era un asco!

Gracias a que yo estaba allí para salvar la noche, y notando que nuestra dama en cuestión, parecía algo acalorada e incómoda con la compañía de caballeros tan enérgicos, sangrientos y pesarosos, comencé mi suave, pero implacable seducción.

Un cumplido por allí, aire fresco por allá, unas gotitas de aceite para reponer fuerzas, escoltarla hasta el campeonato de corte jamonero, interesarme por sus últimas investigaciones...  Sí, estaba al tanto de su trabajo.

Por lo que ella, siendo una navaja tan práctica, tan sencilla, tan verdadera. ¿A quién iba a elegir como acompañante? ¿A “ese cachas” de Livingstone? ¿Al complejo y delirante bisturí de Jack? ¿A un estilete voluble cuyo dueño ve fantasmas? Estaba, claro: a mí. Al siempre seguro cuchillo de Sheffield, con garantía de por vida.

Entonces, cuando me dijo que sí, que quería volver a verme, no puede evitar soñar. Con ella y yo, juntos. Y algo más; con nuestra prole. Una preciosa navajita multiusos, el deseo de todo padre y madre punzantes.

Porque, ¿qué otra cosa podría resultar de un romance apasionado entre un cuchillo como yo y la legendaria navaja de Occam?



© Blanca de la Torre

2 comentarios:

  1. Gracias Julián. La intensidad también es viveza, y si eso es lo que te ha hecho sentir este "cuchillo seductor", pues es una alegría para mí. ¡Hasta pronto!

    ResponderEliminar