lunes, 2 de julio de 2018

Amantes de mis cuentos: El pastor ilustrado

Pastor, por Andrés Solá

Mi padrino, el Cipriano, cuidaba de cien ovejas. Al verle venir cada tarde con el rebaño por la cuesta de la Ermita de la Virgen de la Soledad, esperaba que me llamara con su fuerte silbido. E iba a su encuentro. Nos sentábamos bajo el álamo blanco al lado del abrevadero, mientras los animales pastaban a nuestro alrededor.

Con el bastón dibujaba en la tierra un círculo y dentro una cruz marcando el norte, el sur, el este y el oeste. Tras un minuto de silencio preguntaba dónde quería ir. A veces dejábamos que fuera el moco de Moisés, mi pavo, el que decidiera. Y comenzaba así:

En mis años mozos era yo un chaval, espigado e inquieto con ansias de ver mundo. Un día tomé el hatillo y sin decir nada en casa me fui… A París.

Se me había metido en la cabeza regañar a Napoleón por la metedura de pata de invadir suelo ruso, pero al ver el lugar que alberga sus restos mortales me quedé con la boca abierta y no supe qué decir. Le gustaba vivir bien hasta después de muerto, al condenado.

En la Catedral de Notre Dame recé las tres oraciones que me sé, y cuando vi a un hombre mayor rondando por allí fui a pedirle que me presentara a Quasimodo, no me entendía -yo a él tampoco- y eso que le hablaba bien alto. Me sorprendió. ¡Con lo fácil que es hablar español! Por otro lado como entiendo el lenguaje de las ovejas no imaginé que el idioma vecino se me fuera a resistir.

A la Torre Eiffel no subí ni siquiera al segundo nivel que es el que mejor vistas, comentan que tiene. Me puse a pensar que si desde arriba veía todos los edificios se me iban a quitar las ganas de hacer turismo.

Me animé a ir al Louvre a ver el famoso cuadro de ese tal Leonardo llamado La Gioconda que por un diccionario saqué que significaba: «La alegre». No se parece en nada a las chicas que trabajan en el club de la carretera. Me miraba de reojo y yo a ella también. Me percaté de que carecía de pestañas y cejas y aun así era bien guapa. La sonrisa ¡Ay la sonrisa! He leído que la llaman enigmática pero a mí -estoy seguro- me estaba preguntando ¿qué hacía allí? Que mi lugar estaba donde las ovejas.

Y me vine a cumplir la orden, hasta que de nuevo me entraron esas ansias de viajar y me fui a…

De niño soñaba con ir a tantos lugares lejanos como había hecho, el Cipriano, mi padrino, el hombre más culto y aventurero que yo había conocido. De mayor supe que ni siquiera había ido al pueblo de al lado. Me llevé un sonoro disgusto, pero al recriminarle por tantas mentiras me convenció de lo sosa que era la verdad y que lo había hecho para que aprendiera a soñar despierto.

Hoy ocupo su lugar y leo, leo, leo para algún día visitar -acompañado de mis ovejas- todos aquellos lugares a los que viajé siendo niño.



© Marieta Alonso Más


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