Desde el andén
Desde el andén, veo la figura de una mujer al otro lado de las
vías. Parece atractiva. Más cerca de los cuarenta que de los treinta, lleva una
chaqueta de cuero rojo y unos pantalones vaqueros, una boina negra se ladea
hacia la izquierda sobre el pelo rubio. Pasea con lentitud, sin alejarse
demasiado de una pequeña maleta de ruedas.
La llegada de un tren me quita,
de momento, la visión. La
gente se apresura al oír el pitido que anuncia la puesta en marcha. Al alejarse
por el túnel, miro de nuevo al frente. Ahora la mujer de la boina se mueve, al
parecer, nerviosa, da unos pasos y retorna hasta la maleta. Vuelve los
ojos una y otra vez hacia las escaleras que conducen al andén. Comprueba la
hora en su reloj de pulsera.
De pronto se detiene. Un hombre, entrado en la cuarentena, con una
cazadora sobre una camisa a cuadros, avanza despacio. La mujer se dirige hacia
él, con pasos rápidos, arrastrando la maleta. Veo como gesticula y mueve los brazos
mientras señala su reloj. Parece que levanta la voz y, si bien no oigo lo que
dice, me da la sensación de que está alterada.
El hombre inicia un monólogo y, al parecer, trata de explicar algo,
por el modo en que mueve las manos, después baja los ojos. La mujer le mira con
fijeza y a continuación con una mueca de desprecio, sus labios se abren y
suelta una sola palabra con gran rotundidad.
En ese momento se detiene un tren en la vía de enfrente y me oculta la perspectiva. Tras
unos segundos, y cuando desaparece el último vagón, el andén ya está vacío.
Miro hacia la izquierda y veo que el hombre de la cazadora se dirige a la
salida.
Al llegar al pie de la escalera mecánica, una joven, de poco más de
veinte años, se cuelga de su brazo. Una falda negra junto a un jersey blanco
ajustado marcan las líneas de su cuerpo que, al andar, establece una cadencia
en su movimiento.
Al iniciar la ascensión, el hombre le acaricia la mejilla. Los
escalones siguen subiendo y lo último que veo son unas prodigiosas piernas que,
al poco, desaparecen.
Desde el andén por Alejandro Chanes Cardiel
Felicidades Alejandro por el cuento. La primera vez que lo leí me gusto y ahora después de un tiempo y leerlo de nuevo, me fascina.
ResponderEliminarCarmen Dorado