I
- ¿Y dices que Casandra murió a
manos de la mujer de Agamenón? ¿Cuál fue el motivo?
- Supongo que los celos ya que el
bribón tomó a la occisa por concubina estando ya casado y teniendo cuatro hijos
con la homicida. Siendo, como fue, un rey apuesto y poderoso no dudo que muchas
de sus contemporáneas, princesas o plebeyas, quisieran disfrutar sus atributos,
y eso, en el imaginario colectivo, ha sido y continúa siendo, un tema
inagotable.
- Esa es una historia muy
antigua, pero me temo que suena a algo muy moderno.
- Seguramente, ya sabes que los
antiguos griegos no dejaron ningún tema
humano sin tratar en su avance por la fantasía y el desarrollo del
conocimiento.
- ¿Y qué puede inducirnos a los
mortales a repetir nuestras conductas en sentidos positivo o negativo a través
de nuestra historia? ¿Estamos fatalmente condenados a no desarrollar nuestra
naturaleza inteligente, que nos despega del resto del reino animal?
- Mira, sin aspirar a darte
opiniones concluyentes, podría apuntar que nuestro desarrollo como especie no
constituye una evolución aislada del resto del orden natural; por ello
conservamos quizás muchos instintos que originalmente compartimos con las
familias superiores de la escala. Quiero decir que si, por ejemplo, los celos
como expresión de un egoísmo genético excluyente inducen a muchos humanos a la
decepción y el conflicto, podemos trazar su rastro y vincularlos a conductas
como las de los machos cérvidos cuando se destarran mutuamente durante la
berrea. A ese nivel y en ese momento puede parecernos una conducta natural y
lógica dentro de lo que llamamos ley de la selección
natural. Pero si trasladamos dicha conducta a las interrelaciones que
conlleva la sociedad humana, puede entonces parecernos algo inexplicable y
biológicamente retrógrado y hasta degradante. Pero lo cierto es que la
verdadera y única diferencia reside, a mi entender, en que los sentimientos de
frustración originados por los celos entre los humanos los comparten ambos
sexos, derivándose de ello una mayor complejidad en el entramado de conductas
que mueven la vida de los hombres. La ineludible igualdad socio-económica y
política de ambos sexos conlleva, entre otras cosas, una transformación
involuntaria (acelerada a veces por actuaciones plenamente intencionadas)
conducente a situaciones irrepetibles en niveles inferiores de la escala
zoológica.
- Veo que no te desmarcas de los
presupuestos biológicos en la explicación de las conductas. ¿Niegas, pues con
ello la, capacidad de los humanos para superar sus propias condiciones
originales como grupo?
- No, no creo que iría tan lejos
en mis razonamientos. Esa otra parte de nuestra naturaleza que no puede verse,
medirse ni pesarse parece ser hasta el presente la verdadera clave que nos
diferencia de las plantas y animales, por no citar al reino mineral. Digo que
los fenómenos que tienen lugar en esa dimensión que unos, al estilo de los
griegos llaman alma, otros espíritus siguiendo las tradiciones
deístas, o que, al decir de los filósofos, no es más que el pensamiento. Ese devenir que a través de
los milenios nos ha llevado a tomar conciencia de nuestra posición dominante en
el desarrollo natural, es justamente el factor que nos hace diferentes como
grupo del resto de la naturaleza. Esto ya lo pergeñó Hegel en el S. XIX, no es,
pues, nada novedoso.
- Según parece, hemos comenzado
hablando de los celos dentro del míticamente antropomorfo mundo de los griegos,
pero sospecho que algunos matices de los aquí analizados pueden trasladarse a
otros campos de la conducta humana y ello podría ayudar en la mejor comprensión
de nuestras pasiones y, en especial, de nuestros sufrimientos.
- Esa ha de ser tarea de
psicólogos y de filósofos.
© Ramón L. Fernández y Suárez
Diálogos desde el Parnaso por Ramón L. Fernández y Suárez
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