Con
medio vaso de morapio en una mano y un
trozo de pan candeal ya revenido en el estómago, así decía nuestro “héroe”:
-Son
las seis de la tarde y me hallo perdido en un paso de montaña pirenaico.
Anoche,
en la posada donde pernocté, el parte meteorológico mencionó la posibilidad de
un fenómeno ciclogenético explosivo. Vaya tontería para anunciar una tormenta.
No quise hacer caso y esta mañana proseguí mi rumbo. Parece como si una fuerza
superior me trajo aquí; a esta casa que, al parecer abandonada, se cruzó
inesperadamente en mi camino en medio del viento y la nevada. Nunca sabemos adónde
nos dirigen nuestros pasos. A veces la vida es como una nevada, enfría los
huesos y petrifica el alma. ¿Que por qué te cuento esto? Pues mira, cuando descubrí esa blanca pared contra la que casi me
destrozo el pie y descubrí la blanca luz en la ventana, creí alucinar cuando
escuché la música de tu guitarra y pensé: “¿estaré muerto y habré llegado al
cielo?”
Y
ahora aquí, mi viejo amigo, vivo como estoy junto a tu fuego, sé que para creer
en los milagros no necesitamos ir al cielo.
© Ramón L. Fernández y Suárez
Relato de un aventurero por Ramón L. Fernández y Suárez
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