Estanque de El Retiro |
Un
soleado día de otoño paseando por El Retiro, Irene y su amiga conocieron a un
hombre con barba y bigote cano. La charla resultó muy grata. Le preguntaron su
nombre y dijo llamarse Rodrigo. A pesar del característico y sempiterno
despiste de Irene, sintió una fuerza que no la apartaba de aquellos ojos
claros, que hicieron que su corazón, sin saber por qué, comenzara a palpitar.
El destino quiso que los tres se hicieran amigos. Risas, bromas, encuentros, se
sucedían.
Rodrigo le dedicó a Irene unos versos preciosos. No
olvidó su cumpleaños, tampoco el de su amiga. Otro día le entregó unos cantos
de río pintados por él, otros a su amiga. Esos detalles hacían que el corazón
de Irene se desbocase continuamente. Nunca habló con nadie de sus sentimientos
y entre miradas, detalles y sonrisas, Irene se enamoró. La otra se reía de las
atenciones que les dispensaba Rodrigo.
Un día en que su amiga no les acompañó, Rodrigo se
presentó con unos lirios que hicieron que el ardiente corazón de Irene saltase,
yendo a rebotar en las puertas cerradas del corazón de Rodrigo. Quedó
destrozada por lo inesperado del rechazo. Más cuando él comenzó a salir con su
amiga y se casó con ella, Irene se alejó sin ruido.
Una noche tras cinco años de silencio, Rodrigo llamó a
Irene, necesitaba su apoyo. Su matrimonio había fracasado. Retomaron paseos,
risas, bromas. Su corazón volvió a latir con tal fuerza, que le aconsejó
prudencia repitiéndole sin cesar:
‒No saltes, no
saltes.
Los sentimientos estaban a flor de piel cuando los
ojos de Rodrigo la miraban, cuando se le acercaba y la acariciaba con gran
sutileza sin mediar palabra y soñaba que le decía en lenguaje corporal aquello
que tanto ansiaba. Rodrigo nunca hablaba de amor. Insinuaba e insinuaba, sólo
insinuaba.
Y yendo y viniendo por el pasillo de su casa, Irene, se
enfrentaba a un controvertido monólogo. Se debatía entre el corazón y la mente:
‒¿Por qué hay
tanta ternura en su mirada?
‒ Porque es idiota.
‒¿Por qué tiene
conmigo esos bonitos detalles?
‒Porque es un
egoísta.
‒No logro
entenderle.
‒ Porque eres
tonta.
‒A veces me duele
hasta verle.
‒Déjate de bobadas y acepta lo único que realmente tienes: Su amistad mientras no encuentre a otra.
© Marieta Alonso Más
¡Qué difícil siempre ver clara esa línea que separa el amor de la amistad! Pobre Irene!!! No sé yo si no sería más interesante que él ahora se enamorara de ella y ella le diese calabazas, jajajaja. Lo que más me gusta de este cuento es el monólogo final. Si me apuras, te diría que en él, un pelín ampliado, está el verdadero cuento.
ResponderEliminarElla no puede darle calabazas, porque su corazón bebe los vientos por él. Pobre Irene!!!
ResponderEliminarClaro, claro, era un comentario revanchista y rabiosillo contra el mister, ji ji... ¡Pobre Irene, que decidió quedar presa de un amor imposible! Snifff... =)
EliminarClara visión. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Antonio por tu comentario. Un abrazo
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