Greco-Autorretrato |
Da Vinci-La dama del armiño |
Hermenegildo estaba de acuerdo con todo lo que decía
su mujer. Esta no paraba de hablar, por lo que a él se le conocía como a un
hombre muy callado.
Les encantaba bailar y lo hacían muy bien a pesar de
ser una pareja un tanto desproporcionada. Y es que Fina era una mujer fuerte de
hueso ancho, más bien obesa, con un pelo siempre muy bien peinado, maquillada
desde la mañana hasta la noche y con unos ojos preciosos y enormes. Su marido
era un hombre pequeño, de hueso estrecho, delgado, calvo y miope.
Vivían en una casa pequeña, casi de muñecas, con gran profusión
de adornos que hacían que mucho espacio libre no hubiera. Todo con buen gusto.
Un alma artística pensaría que era una casa…, barroca.
Una vez a la semana iban al cine. A menudo recordaban
la vez que hubo un incendio en el local y ella pretendió que el escuálido de su marido la
tomara en brazos y la sacara por la ventana, más tarde, explicaría que lo había
hecho para quitar tensión al momento.
Tras la muerte de su marido, fue tanto el dolor de
Fina que vendió hasta su ropa interior para que la presencia de
sus cosas materiales no la hiciera sufrir. Echaba tanto de menos su compañía
que se fue a vivir a La
Habana. No soportaba la soledad.
Allí conoció a otro viudo, vivo retrato de Hermenegildo,
y al cabo de unos meses se casó con él. Su nueva casa tomó su sello de
inmediato.
La única novedad eran dos cuadros en el salón. Uno de Hermenegildo
mirando a la derecha y otro de la primera mujer de su nuevo marido, mirando a
la izquierda.
Su casa volvió a bullir de amistades. Las tertulias se
deslizaban en un clima muy agradable, riendo, charlando y nombrando siempre a
quienes habían formado parte de sus vidas. En ocasiones se llamaban uno al otro
por sus nombres. Siempre terminaban
contando anécdotas de su vida anterior al tiempo que señalaban los
cuadros, se levantaban, daban un beso a los respectivos, se llevaban el pañuelo
a los ojos y se volvían a sentar tomados de la mano para reír de algo que
viniese a cuento.
Más de un amigo jura que, cuando esto ocurre, hay un
intercambio de miradas entre el difunto y la difunta.
© Marieta Alonso Más
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