Primera etapa en la Institución “Virgen
de la Paloma”
1952 - 1955.
Como inicio indicar que con el paso de los años, han
pasado ya más de sesenta, creo recordar bastante bien los acontecimientos sucedidos
durante este, mi primer paso, por la Institución. Quizás recuerde durante la redacción
de esta historia cosas de aquella época que tenga en el olvido, espero no
olvidar ninguna que sea importante.
Vivía en la calle de Cervantes nº 21, casa propiedad
de mi abuela y en la que residía mi padre ya que era hijo único, esta calle
separaba, entonces, Madrid de Carabanchel. En el año 1948 fueron anexionados a
Madrid varios términos municipales entre ellos Carabanchel Bajo y Carabanchel
Alto, por este motivo la calle de Cervantes pasó a llamarse, como hoy se la conoce,
con el nombre de calle de El Toboso.
Terminados los estudios primarios inicié los estudios
de Formación Profesional (Bachiller Laboral), año 1950, en el centro de
Carabanchel situado en la finca de Vista Alegre. La enseñanza de Formación
Profesional comprendían los cursos siguientes:
Curso
Preparatorio 1950/51 12 años.
1º
Curso de Orientación 1951/52 13 años
2º
Curso de Aprendizaje 1952/53 14 años.
3º
Curso de Especialización 1953/54 15 años.
4º
Curso de Perfeccionamiento 1954/55 16 años.
En Carabanchel cursé Preparatorio y 1º Orientación. Preparatorio
como su propio nombre indica, simplemente era preparación general. En el curso
de Orientación las clases eran por las mañanas y los talleres por las tardes: tres
meses Mecánica, tres meses Electricidad y tres meses Madera. Esto servía para
que cada alumno a final de curso, con los resultados de las notas y sus
preferencias eligiera la rama industrial en la que quería especializarse.
Terminados estos dos cursos, como la especialidad de
MODELISTA que yo quería no se impartía en este centro, previo examen, pasé a
hacer los cursos segundo, tercero y cuarto, en la Institución “Virgen de la
Paloma”. Considerada, en aquél momento, la mejor escuela de formación
profesional de España.
Hasta entonces, por proximidad, dentro del barrio iba
y venía andando de la casa a la escuela. Esto cambió de forma importante ya que
la nueva escuela estaba ubicada en el otro extremo de Madrid.
La Paloma, como la llamábamos los alumnos, estaba y está
situada en la
calle Francos Rodriguez nº144, junto a la única edificación
que había, un cuartel de la
Policía Armada , a partir de allí comenzaba la Dehesa de la Villa. Para ir tomaba el tranvía en la calle General
Ricardos (Mataderos), aquí me subía al primero que venía pues tenía dos
opciones, el nº 34 hasta Atocha o el nº 35 hasta la Plaza Mayor. En
ambos casos el billete de ida y vuelta costaba veinticinco céntimos. Según el
final del tranvía cogía el metro en Atocha o en Sol hasta la estación de Estrecho.
El precio del billete era de cuarenta céntimos cada recorrido.
Desde allí iba andando desde el metro a la escuela a
pesar de que había dos líneas de tranvías (nº 3 Quevedo - La Paloma y nº 11 Cuatro
Caminos - La Coma )
pero la economía, entonces, no daba para más gastos.
La Institución pertenecía a la Organización Sindical
y estaba regida por frailes salesianos que se encargaban de la disciplina y de
la enseñanza de algunas de las asignaturas como religión, historia y geografía.
El resto de las asignaturas y talleres las impartían seglares. Era por entonces
director D. Diomedes Palencia.
La enseñanza era de una alta exigencia por lo que había
que esforzarse al máximo para aprobar cada curso, las notas eran bastante bajas
pues sacar un siete sobre diez se consideraba una nota muy buena. La enseñanza
era gratuita y nos daban la comida, esto se consideraba como una beca y por
tanto si se suspendía no se podía continuar.
El horario escolar era de nueve de la mañana a seis de
la tarde de lunes a sábado y transcurría así: a las nueve de la mañana formábamos
en el patio central los cerca de dos mil alumnos que componíamos todos los cursos,
la disciplina era muy rígida se hacia silencio a toque de campanilla, se izaban
tres banderas al toque de trompeta: la española, la de falange y la de los
sindicatos y se cantaba con el brazo extendido el “Cara al Sol” o el “Prietas las Filas”. Se hacían intentos
para que nos afiliásemos a falange, fuimos muy pocos los que conseguimos
mantenernos al margen y no pertenecer a ninguna centuria.
Una vez terminado el acto en formación y en riguroso
silencio no dirigíamos a las aulas o a los talleres, siempre vigilados por los
salesianos encargados de la disciplina, según el curso podíamos tener clase por
la mañana y taller por la tarde o viceversa.
La atención en clase había que hacerla en riguroso
silencio solo interrumpido cuando se tenía que contestar a alguna pregunta
individual o colectiva que hacía el profesor, aunque a veces no podían evitarse
murmullos y risas contenidas que eran rápidamente reprendidas por el profesor,
siendo en cualquier caso más tolerantes los seglares que los salesianos. Antes
de empezar las clases pasaban lista y cuando nos nombraban teníamos que contestar:
¡Arriba España!
A media mañana nos daban media hora de descanso, pero
sin salir del aula, para charlar moderadamente, leer o comerse el bocadillo que
cada uno hubiera llevado de casa. Los estudios eran por apuntes, teníamos que
copiar en sucio todos los dictados de la clase y pasarlos a limpio por
asignaturas en cada cuaderno, esto no dejaba tiempo libre para ninguna otra
actividad.
A las doce se terminaban las clases y salíamos al
patio, siempre en silencio y formados, a toque de campanilla rompíamos filas y
nos dispersábamos por el patio que tenía el colegio en la parte de atrás de los
edificios donde estaban las aulas y los talleres y donde también estaba el comedor. Mientras
esperábamos para entrar al comedor mas o menos una hora hacíamos actividades
como jugar a las canicas, a pídola y principalmente al fútbol en el campo de
medidas reglamentarias donde se jugaban a la vez multitud de partidos, si no se
participaba en ninguna actividad era obligatorio pasear porque no se permitía
estar parado o sentado, esto se repetía después de salir del comedor hasta las
tres de la tarde cuando se reanudaban las clases.
Para entrar al comedor había que formar a toque de
campanilla, en fila y en silencio, para pasar al interior. En la puerta nos
daban una barra de pan y el postre y nos dirigíamos a nuestro sitio que era
siempre el mismo. Allí permanecíamos de pie y en silencio absoluto, una vez
todos en sus sitios se procedía a rezar. Terminado el rezo, otro toque de
campanilla indicaba que, podíamos sentarnos, comenzar a comer y hablar sin
alborotar.
La comida en mi opinión era, sin ser excepcional,
buena y suficiente aunque poco variada, siempre de primer plato sopa, de
segundo legumbres y después pescado o carne.
Cuando en el mes de septiembre de 1953, España firmó
con los Estados Unidos el Tratado de Cooperación y Ayuda Mutua, comenzaron a
llegar todo tipo de ayudas entre las que se encontraban la leche en polvo y el
queso americano (así se decía). A partir de entonces nos comenzaron a dar en
las comidas una porción de queso y un vaso de leche como complemento
alimenticio. Terminado el tiempo que teníamos para comer, un nuevo toque de
campanilla nos anunciaba que nos pusiéramos de pie para ir saliendo por filas y
en orden y podíamos hablar en voz baja. En el patio teníamos que esperar a otro
toque de campanilla a las tres de la tarde, para formar por aulas y talleres y
dirigirnos en silencio a las clases o a nuestro puesto en los talleres.
Para los talleres era obligatorio ir con mono o peto
azul en mi caso siempre iba con peto, al ir vestidos así éramos fácilmente
identificados como alumnos de La Paloma, lo que nos obligaba a
comportarnos correctamente fuera de la Institución , sobre todo en sus cercanías por
temor a un castigo o lo peor, que te expulsaran.
En el taller de Carpintería había varias
especialidades: Ebanistas, Modelistas, Torneros, Tallistas y Tapiceros. En
todos los cursos: 2º, 3º y 4º, teníamos los mismos maestros. Tuve la suerte de
tener como maestro a un gran profesional y gran persona del que aprendía con
gran facilidad todas sus enseñanzas, se llamaba Raimundo Recarte. Cuando
faltaban unos meses para terminar el cuarto curso se marchó junto con otros
compañeros maestros a una escuela de Formación Profesional que iba a impartir
estas enseñanzas en Santo Domingo (República Dominicana), supongo que sería a través
de la Organización
Sindical.
En el curso 1952/53 estando en segundo, fui seleccionado
por la escuela para participar en el VII Concurso de Formación Profesional, en
la especialidad de Modelista en la categoría "B", esta era la categoría
en la que participábamos los alumnos con catorce años.
El concurso se dividía en tres fases: Fase Provincial,
Fase Regional y Fase Nacional. Participábamos alumnos de otras escuelas como La Paloma y también de escuelas de
aprendices de Empresas. En la Fase Provincial que se celebró en La Paloma conseguí el pimer premio por
lo que pasé a la Fase Regional. En
la Fase Regional
que se celebró en otra escuela de Madrid también conseguí el primer premio que
me clasificaba para participar en la Fase Nacional.
La Fase Nacional se celebró en Barcelona en la Escuela Industrial
situada en la calle Urgel
nº 187, en estas instalaciones comíamos y dormíamos. En mi especialidad éramos
ocho participantes y en esta ocasión quedé segundo. En Barcelona pasé diez días,
cinco de competición, el resto de tiempo libre en espera de que terminasen los demás
compañeros para regresar todos juntos a Madrid, después de la entrega de
premios.
Los premios además de un diploma también contenían una
asignación económica. En mi caso me supuso una cantidad de quinientas pesetas
por cada premio, en total eran mil quinientas pesetas, con parte de este dinero
me compré una bicicleta marca Otero que utilizaba cuando el tiempo lo permitía
para ir y venir a La Paloma. El
recorrido era bastante duro sobre todo a la ida. Salía de General Ricardos hasta Marqués de
Vadillo para coger la carretera de Castilla hasta el Puente de los Franceses,
subía la cuesta del Parque del Oeste hasta Paraninfo y por último subía la
cuesta de la Dehesa
de la Villa ,
que terminaba justo en La Paloma. El regreso
aunque largo era más llevadero.
Al terminar el segundo curso, en el verano de 1953,
todos los participantes en la fase final
del VII concurso, fuimos invitados a pasar quince días de vacaciones en el mes
de julio en un campamento en Marbella (Málaga).
En el curso 1953/54 estando en tercero volví a
participar en el VIII concurso de Formación Profesional, como Modelista en categoría
"B", al estar dentro de los quince años, consiguiendo también
primeros puestos en las Fases Provincial y Regional, como el año anterior, y en
la fase Nacional también quedé en segundo lugar. Esto me supuso conseguir los
mismos diplomas y la misma asignación económica que en el año anterior.
Este año al terminar el tercer curso, en el verano de
1954, los finalistas del VIII concurso fuimos invitados a pasar quince días de
vacaciones, en el mes de julio, esta vez en un albergue en Coca (Segovia). El
castillo de Coca del siglo XV entonces estaba en ruinas, afortunadamente fue
restaurado en los años 1956/1958 y hoy podemos contemplarlo como muestra del arte Mudéjar.
El curso 1954/55 estando en cuarto, participé en el IX
concurso de Formación Profesional, esta vez como Modelista en categoría “A”, al
estar dentro de los dieciséis años, donde conseguí los primeros puestos en las
Fases, Provincial y Regional. Recibí diplomas y la asignación económica
correspondiente. No pude participar en la Fase Nacional porque
sufrí una caída de la bicicleta y me lesioné una muñeca. Me quedé con el prurito
de no poder disputar el Título Nacional que tanta ilusión me hacía, ya que, esta
era mi última oportunidad.
Terminada la jornada escolar a las seis de la tarde,
los cursos segundo, tercero y cuarto, salíamos para ir a la capilla que estaba
en el primer piso. Allí rezábamos las oraciones, los sábados se rezaba el
rosario; guardábamos la fila y permanecíamos todo el acto en pie excepto los
alumnos de cuarto curso que tenían bancos para permanecer sentados. Esto suponía
que si no había ningún incidente, la hora real de salida era, los días normales
a las seis y media y los sábados a las siete.
Ni que decir tiene que la vigilancia en la capilla era
total y que no cantar suponía como castigo mínimo ir el domingo a las cuatro de
la tarde. Presencié la expulsión de la escuela de un alumno de cuarto curso por
negarse a cantar. Era obligatorio asistir a misa mayor todos los domingos y fiestas
de guardar, esta asistencia era controlada por un alumno de confianza que nos recogía
la cartilla, nos ponía un sello y nos la daba para el próximo día. Estas
cartillas eran revisadas periódicamente y podían dar lugar por un determinado número
de faltas, no justificadas, a ser expulsado.
Se celebraban las fiestas religiosas oficiales y las
particulares de los salesianos como las festividades de San Juan Bosco y
Domingo Savio el 31 de enero y María Auxiliadora el 24 de mayo. Estos días
teníamos una comida especial. .
He repetido muchas veces lo del toque de la campanilla
con la intención de constatar que era la manera habitual que tenían los
salesianos para recabar nuestra atención y también porque he querido que se vea
en ello que la disciplina era muy rígida y severa, pues no se permitía nada que
pudiera alterar el orden y la normas establecidas, castigándose con severidad a
quienes las incumplían, bien golpeando
con el mango de madera de la campañilla en la cabeza, tirando fuertemente del
pelo de las patillas y de la nuca, dando bofetadas, palmetazos en las yemas de
los dedos con la regla, llegando en algunas ocasiones a sobrevolar nuestras cabezas
la campanilla de D.Ángel. Eso cuando eran faltas leves, como hablar en
formación, distraerse en clase, etc.
¡Cuántos mangos de campanillas repusimos los alumnos
Modelistas y Torneros para Don Ángel!, eligiendo siempre las maderas mas duras,
haya, fresno y encina principalmente. Cuando la falta era repetitiva o grave
podía suponer hasta la expulsión, situación ésta que podía darse cuando se
faltaba al respeto a profesores y maestros, por no asistir al colegio sin causa
justificada por los padres, y cuando se suspendía el curso.
La verdad es que si no eran muy frecuentes estos
castigos, era porque se observaba por parte de los alumnos una buena conducta,
en gran parte, por temor a las represalias de los castigos físicos. Sin contar el
temor de conciencia que nos infundían por los pecados, que podían ser veniales
o mortales. En caso de caer en pecado, estaríamos condenados y por supuesto
seriamos expulsados de la escuela. Esta disciplina tan férrea nos alejaba más
que nos unía a la iglesia y a los salesianos.
Teníamos como punto de referencia el catecismo Ripalda,
cuyo contenido era nuestra tabla de
salvación, a la que se sumaban las clases de religión. En ellas nos
contaban la creación del universo y cómo
Dios creó al hombre, Adán, partiendo de una figura de barro y a la mujer, Eva,
con una costilla de aquél. Tuvieron dos hijos Caín y Abel. Noé ante el diluvio
que se avecinaba embarcó en su arca una pareja de animales de cada especie. Gracias
a esta decisión podíamos disfrutar de
esta amplia y maravillosa fauna. También
nos contaban que el origen de las diferentes lenguas fue provocada por
intervención divina, cuando el hombre pretendió
construir una torre llamada Babel
lo suficientemente alta para
llegar al cielo. Hoy me pregunto ¿cuál es en realidad nuestro origen?, ¿cómo sería de grande el arca de Noé?, ¿cómo hubiera sido de alta la torre?, ¿Hasta dónde
llegaron?
Dejando aparte estos temas disciplinarios, que tantos
dolores de cabeza nos supuso por los campanillazos, seguiré recordando lo que a
estudios se refiere.
Estando en tercer curso fuimos a visitar en Valladolid
la empresa TABLEX
que fue de las primeras empresas dedicadas a la fabricación de tableros
aglomerados.
En cuarto curso fuimos a Aranjuez a visitar una fábrica
de cola. Esta cola se fabricaba partiendo de huesos de animales que tenían
apilados en grandes cantidades al aire libre. Estos huesos algunos ya podridos
emanaban un olor tan nauseabundo que se olía a gran distancia, lo que obligaba
a los operarios a trabajar con mascarillas. Nosotros aprovechamos unos rosales
que había en el patio para ponernos una rosa en la nariz durante la visita. La
cola se vendía en tabletas y para utilizarla había que hervirla al baño María. En este mismo curso hicimos una segunda
visita solamente los Modelistas a la Empresa Nacional
de Hélices situada en la
calle Méndez Álvaro, aquí en Madrid.
Decir que teníamos una asignación económica por cada
día de asistencia a clase en los cursos tercero y cuarto. Siendo la asignación de tres pesetas para los alumnos de tercero y
de cuatro pesetas para los alumnos de
cuarto. Esta asignación en aquellos tiempos de penuria era muy bien acogida en
casa.
A finales del mes de junio del año 1955 en el patio
central se celebró la entrega de diplomas a todos los que terminamos aprobando
el cuarto curso, el acto de entrega estaba presidido por el entonces Delegado
Nacional de Sindicatos, don José Solís Ruiz.
El conseguir la titulación de Oficialía facilitaba
poder continuar y hacer Maestría, Peritaje, e ingresar en una Universidad
Laboral. Las Ingenierías terminadas por este camino estaban altamente
cualificadas y consideradas de alto nivel.
Pasados unos días fui a la Institución, para recoger
una carta de presentación que me facilitaba un puesto de trabajo en una de las
empresas industriales más importantes de Madrid. La empresa “Boetticher y Navarro” estaba ubicada,
en el barrio de Villaverde, junto a la carretera de Andalucía.
Las categorías profesionales dentro del mundo laboral
estaban establecidas por edades y eran
las siguientes:
14 Años
Aprendiz de primer año.
15
Años Aprendiz de segundo
año.
16 Años
Aprendiz de tercer año.
17 Años
Aprendiz de cuarto año.
18 Años
Oficial de 3ª o Peón.
A la vista de estas calificaciones está claro que aún
con el Título de Oficialía, que conseguíamos en La Paloma ,
en el mundo laboral había que esperar a la mayoría de edad, dieciocho años,
para ser cualificados como Oficiales. En mi caso terminé en el mes de junio de
1955 y no cumplía los dieciocho años hasta Noviembre de 1956.
Empecé aquí mi vida laboral con diecisiete años y la
finalicé al cumplir los sesenta y cinco, edad mínima para tener derecho una
pensión de jubilación correspondiente al cien por cien, según lo cotizado. Creo
que aporté a las arcas de la Seguridad Social, durante cuarenta y ocho años, lo
suficiente para garantizarme la pensión
por jubilación que ahora percibo.
Hasta aquí mi primera etapa en La Paloma.
Creo haber recordado todo lo importante, quizá esto me anime
a escribir mi segunda etapa en la Institución. Espero no haber sido muy
pesado.
Hasta pronto.
Juan José García Aragonés
Nº 70 Promoción año 1955
Historia de mis estudios por Juan José García Aragonés se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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