“Me gustaría echar unos pasos al sendero”, ya que el
camino no termina sino cuando uno está acabado. Es el motor quien determina
nuestro itinerario y el camino es desbrozable mientras haya energía en la
dinamo. ¿Por qué detenernos ante el bosque si aún hay fuerzas para alcanzar el
horizonte inabarcable? Mil focos de luz
iluminan nuestra trayectoria imaginada, solo precisamos abocetar los
escenarios.
Diez años transcurrieron desde el accidente en
aquella curva desgraciada. Más de ciento veinte meses vividos entre hospitales,
sanatorios e interminables rehabilitaciones. Tras nueve días de inconsciencia
mimada entre sueros y respiración asistida, lágrimas brillando tras cristales y
amargas impaciencias, reapareció una mañana la esperanza compartida entre los
cuasi deudores de una muerte que parecía inevitable.
-
El paciente ha recobrado la consciencia.
Se abre un período de incertidumbres, pero va respondiendo positivamente-, dijo
el cirujano dictando, al parecer, sentencia
absolutoria por parte del destino.
En el Hospital de Parapléjicos de Toledo transcurrió
el largo, larguísimo, segundo acto de este drama. Allí se concitan de modo
cotidiano los múltiples y renovados esfuerzos de la ciencia por acercar a la
normalidad diaria a cientos, anualmente a miles, de atribulados seres a quienes
es menester re-educar para una nueva vida en la cual la felicidad no parece
estar nunca al alcance de la mano.
A los treinta y siete años probablemente la biología
parece hallarse en el clímax de nuestro desarrollo. Asimismo la biografía
personal suele coincidir con dicho culmen, provocándose una conjunción que
suele denominarse madurez humana. Son estas circunstancias no siempre
categóricas, más sí porcentualmente aceptables. A esa edad, una fría madrugada
de febrero, el hielo hizo volcar el coche conducido por Miguel mientras
descendía el puerto de Somosierra. La década por él vivida a posteriori ha sido
antes descrita, aunque sin hacer énfasis en sus colores. Tuvo éxito, si de tal
puede calificarse el dilatado proceso de su recuperación. La tetraplejia
inicial quedó, tras indescriptibles esfuerzos de tesón y voluntad, reducida a
incapacidad locomotora permanente. Recuperación de las capacidades físicas, más
no así de la salud emocional. Triste
ruptura de pareja que no acierta a remontar la cuesta interminable de
resignación y de carencias. Soledad rodeada de mimos y atenciones familiares.
Vacío, en fin, desprovisto de alicientes desde una silla de ruedas.
Una tarde de verano, cuando su espalda sudorosa
parecía adherida al plástico respaldo de su sillón rodante, harto de su
intransferible desesperación y hastiado de sí mismo, decidió Miguel que debía
hacer algo para salir de aquel estado o terminaría con su vida. Sus recursos
materiales no iban mucho más allá de una pensión por incapacidad mayor y
permanente que cada año se quedaba más a la zaga de IPC declarado por las
autoridades. Los cortos ahorros con que contaba se vieron reducidos a la mitad
tras la separación de su pareja. Ella había pretendido generosamente renunciar
a cuanto le correspondía; mas él, en su orgullo lastimado, no aceptó la
solución y ella prefirió no insistir para no dar por terminada una larga relación
de forma falsamente amigable.
Recordó entonces Miguel que a sus, ya lejanos,
veinte años lectura y escritura eran para él opciones que llenaban su tiempo
mientras otros pasaban largas tardes sobre las mesas de futbolín en bares y
salones de billar. Retomó entonces, de momento, las lecturas y se apuntó a las
actividades que en dicho sentido desarrollaba la biblioteca de su barrio.
Al cabo de algún tiempo comenzó a notar como un
cierto renacer de su propia estimación. No sin altibajos, su ánimo parecía
recomponerse en un nuevo sentido.
Recuperaba el sueño por las noches y el nombre de Julia dejaba de ser una
obsesión en sus recuerdos. Sentía, sí, deseos de caricias y de risas
compartidas, de complicidades portadoras de ilusión, pero ellos no aparecían, en su imaginación, vinculados
indefectiblemente a quien le “abandonara”.
El contacto con la dramaturgia marcó entonces el
ritmo de su afición por la lectura. Shakespeare, Chejov, Truman Capote y el
Duque de Rivas configuraron así, de forma inopinada, el contenido de las bolsas
laterales de su silla de ruedas. Algunos meses más tarde hacía uso de bolígrafo
y teclado no ya para glosar, sino para ensayar también algún dialogo que le
dictara su imaginación fuertemente estimulada.
Un día, rompiendo las vallas del pudor, se atrevió a
dar lectura de uno de esos textos ante el grupo de compañeros del club de
lectores que solía frecuentar y al final, resultó hallarse ante un clamoroso
éxito que nunca se esperó. Repetida la experiencia, tomó la decisión entonces de
apuntarse a un curso on-line para redacción de historias y libretos ofertado
por la Universidad de Alcalá de Henares. Fue ese el inicio de un despegue
profesional que hoy, cinco años después, le ha llevado a recoger un premio cinematográfico
en la SEMINCI de Valladolid. ¿Es éste un
final feliz a nuestra historia? Solo él podría decirlo. Nosotros nos atrevemos
únicamente a registrarlo.
© Ramón L. Fernández y Suárez
Miguel por Ramón L. Fernández y Suárez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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