Bongó Una clase de tambor |
Son las dos de la madrugada. La respiración del
enfermo es cada vez más fuerte, más profunda. Me levanto de la silla y
compruebo el pulso del anciano. Todo está bien. Miro alrededor como tantas
veces lo he hecho desde hace seis meses. La habitación sin ventilación, cuadrada,
austera. Deprimente. Es mi trabajo: cuidar a un extraño. Miro al enfermo. En
su cara no logro encontrar ningún vestigio de belleza. Siguen los ronquidos
reflejando una escala de tonos marcada por las contracciones de su caja
torácica y la circulación del aire en sus pulmones.
En la mesilla de noche hay un libro. Trata de África.
A la tenue luz azulada de una lámpara de mesa me
enfrasco en la lectura y me entusiasmo oyendo el repique de tambores con que la
tribu comunica a otra que debe ponerse en pie de guerra. Necesitan su ayuda
ante la amenaza de sus eternos enemigos. El fragor de la batalla se intensifica
con el sonido de tambores cada vez más fuerte, como si saliera de las entrañas
de la tierra. Siento el ritmo monocorde, siento esos golpes dados con tanta
fuerza que, me veo participando en la batalla.
Cierro el libro de golpe. Se escuchan tambores en la
habitación. Me levanto, camino hacia la cama y miro al enfermo, justo en el
momento en que lanza su último estertor.
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Gracias.
© Marieta Alonso Más
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