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miércoles, 29 de octubre de 2014

Nuria Sierra Cruzado: El planeta que dejó de serlo







Nuria Sierra Cruzado (Madrid, 1975). Gestora de contenidos web y redes sociales. Ganadora de dos premios de narrativa y autora del libro de relatos Nido ajeno

Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías como Los inquilinos del AlephFuturo 
imperfectoY usted ¿de qué se ríe? y La isla




"La vida que reflejo en mis pinturas
excluye lo sórdido y lo feo.
Pinto como me gustaría que fuera"
Norman Rockwell


Gabriela recorta papel de colores y lo pega sobre bolas de diferentes tamaños. El poliespán y la cartulina se van convirtiendo poco a poco en un rudimentario sistema solar. La observo, cómo saca la punta de la lengua cuando maneja las tijeras, cómo sacude el bote de pegamento. Me gustaría tener sus siete años, predecibles y acotados por unas normas inexorables como la rotación de la tierra. La niña me muestra su obra, una bola grande de purpurina amarilla sobre la que giran otras sujetas con alambres. Le digo, Gabi, creo que te falta un planeta, ¿no son nueve?

-       Mamá, los planetas son ocho, y recita Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
-       ¿Y Plutón?
-       Mamá, Plutón no es un planeta. Mi hija se ríe de mí a carcajadas.
-       Pues cuando yo estudiaba sí lo era, me pongo a la defensiva.
-       De eso hace mucho tiempo, alarga la u de mucho con tono de burla.

Tiene razón Gabriela. Me parece que han pasado años luz de aquello. Y las cosas cambian. Incluso los planetas pueden dejar de serlo.

 Hace seis meses que me divorcié. Todavía tengo cajas de la mudanza sin abrir. Sospecho que vivimos con demasiadas cosas porque no sé lo que contienen y sin embargo tengo todo lo imprescindible para el día el día. Es probable que las tire sin ver lo que hay dentro. ¿Qué importa? De todas formas en la casa ya no hay sitio para más, es diminuta comparada con el adosado. Cada vez que quiero abrir el armario tengo que mover el sillón. Definitivamente tendré que comprar muebles más adaptados al nuevo espacio. Cuando ahorre, aunque eso me está resultando difícil. Antes compartíamos gastos. Ahora la pensión alimenticia y las traducciones nos llegan lo justo para sobrevivir.

Me despido de Gabriela en la parada del autobús escolar. Lleva metido su sistema solar en una caja de botas viejas, adornada con pegatinas de las Monster Dolls para que parezca otra cosa, me dice. Yo asiento y le digo adiós con la mano. Pienso que ya tendrá tiempo de aprender que a veces las cosas son lo que son por mucho adorno que le pongamos.

Vuelvo a casa caminando, no tengo ningunas ganas de sentarme frente al ordenador y traducir manuales de relojes y GPS. Eso no lo lee nadie. Solo acudes a las instrucciones cuando tienes un problema. El resto siempre se aprende con la práctica. Después de dos horas de traducir pulse los dos botones inferiores a la vez para que la esfera se ilumine, me tomo un descanso. Mientras soplo la taza de té, tecleo en Google “Plutón”. La entrada de la Wikipedia me dice que fue descubierto en 1930. Dejó de ser considerado planeta en 2006 tras una polémica científica entre los que argumentaban que más allá de Neptuno existían otros cuerpos de similar tamaño que no tenían categoría de planeta porque su gravedad no había sido capaz de atraer a todas las rocas de su órbita. O sea que Plutón incapaz de tragarse la basura cósmica que revoloteaba a su alrededor, había perdido su condición de planeta. Si acaso, era un cuerpo enano como miles más que vagan en el límite del Sistema Solar.

Pienso que me encantaría traducir libros científicos y en ese momento suena el teléfono. Es Berta, mi amiga cometa, aparece y desaparece de mi vida sin darme cuenta. Desde que se enteró de que me había divorciado, empecé a divisar la luz de su estela, como el Halley acercándose, en forma de llamadas, quedadas para tomar café o ir de compras. Berta está soltera, tiene alergia al compromiso y su relación más larga duró un puente de tres días. Dice que porque se quedó incomunicada con su amante a causa de una nevada en la sierra.

Berta siempre parece de buen humor, habla rápido e intercala palabras como cariño o encanto aunque no te conozca de nada. Esa mañana me dice que me nota aburrida, que tengo que salir más, que no puedo estar toda la vida lamentándome, que estoy de buen ver y que las divorciadas tienen tirón en el mercado de cuarentones.

-       No se hable más, dice Berta, el viernes te vienes al speed dating
-       ¿A dónde?
-       Sí, cielo, a una cita rápida, a conocer hombres y lo que surja.

No me gusta esa risa entrecortada que me suelta después de argumentar mi negativa. El viernes voy por la mañana y buscamos un modelito, remata y cuelga el teléfono.

Mi madre se extraña cuando le digo que el viernes por la noche tiene que cuidar de Gabriela.

-       ¿Que vas a salir?, me pregunta, ¿y con quién?

Cuando yo era pequeña mi madre utilizaba la psicología inversa conmigo, sobre todo cuando me vestía. Siempre he sido indecisa con la ropa y entre toda la gama de vestidos, mi madre me manipulaba expresando lo contrario de lo que deseaba obtener. Al final terminaba poniéndome el vestido que ella quería. Ahora creo los niños tienen las cosas mucho más claras, no preguntan, tienen un criterio formado a base de altas dosis de tele, videojuegos e internet. Es curioso, Gabriela es la que utiliza todas las artes psicológicas para hacer con mi madre lo que le da la gana, para que le compre juguetes o la lleve al cine. Mi madre no ejerce de abuela que mima a su nieta sino que actúa como un pelele, hipnotizada por la niña. Yo no digo nada, en el fondo me alegro, quiero pensar que me vengo de ella a través de mi hija.

Mi madre, desde que se quedó viuda no quiere dormir fuera de casa, creo que tiene miedo de que el fantasma de mi padre, regrese por la noche y no la encuentre en la cama. Qué podría pensar! A regañadientes acepta venir el viernes a cuidar de Gabi. Todavía no se cree lo del divorcio, piensa que es una especie de enfermedad reversible, que cuando nos curemos, volveremos a estar juntos. No sé qué clase de medicina haría falta para que Raúl, la niña y yo fuéramos de nuevo una familia. Sospecho que Gabriela tampoco está muy convencida de la separación, quizá porque no he sabido contestarle a preguntas como ¿por qué se fue papá?, ¿cuándo volverá? Antes a los niños no se les daba explicaciones. Ahora las exigen y lo más científicas posible, cuando hay sucesos que ni yo misma les encuentro una lógica.

-       ¿Te marchas? , dice Gabriela, ¿me quedaré con papá?
-       No, viene la abuela a dormir contigo.
-       ¿Entonces sales con papá?
-       No Gabi, esto ya lo hemos hablado, papá y yo ya no estamos juntos. Cada uno tiene su vida y…

Gabriela se pone roja y antes de pegar un portazo me grita ¡¡imbécil!! Allí me quedo, frente a la puerta cerrada de su cuarto. Me estiro la licra de una falda demasiado estrecha que ha elegido Berta y pienso que quizá Gabriela tenga razón.


El speed dating es en La Dolce Cita, un club moderno del centro. Vamos en taxi y en el trayecto Berta me da los últimos consejos: utiliza un seudónimo, no des tu número de teléfono, no hables de política, de crisis económica o de chorradas deprimentes. Y recuerda que luego tienes que votar: sí, que te gusta, no ni de coña o amistad a secas. Llegamos 20 minutos antes de la velada como todas las mujeres para no coincidir con los hombres.

Estoy nerviosa, no recuerdo cuántos años hace que no salgo a conocer gente. Raúl y yo siempre quedábamos con parejas de amigos comunes. Esto de ligar, que yo creía pasado de moda, resulta que se sigue haciendo, con las mismas reglas no escritas que manejan los adolescentes. Empieza el combate con el primer asalto de siete minutos. Me siento como una res pasando por una cadena de despiece. Con cada nuevo encuentro, hay un trozo de mí que se queda envasado al vacío. Me pregunto cómo hemos podido mantener la especie.

En el último round ya no sé de qué hablar, quizá debería cambiar mi discurso de tengo una hija que se llama Gabriela… Delante está un chico alto de treinta muchos. Se ajusta las gafas con el dedo corazón y se peina hacia atrás con la mano. Parece nervioso, es probable que sea también su primera vez. Creo que es el menos absurdo de todos los que se han sentado frente a mí.

-       ¿Sabes que Plutón ya no es un planeta?, no sé por qué le digo esto. Se va a pensar que soy una friky desesperada.

Pero en contra de mis miedos, me contesta:

-       ¿En serio? No tenía ni idea. Solo recuerdo que era el último del Sistema Solar. Hay que ver la cantidad de datos estúpidos que recordamos de nuestra infancia, ¿verdad?

Han sido los siete minutos más cortos de mis últimos seis meses. Cuando Berta y yo nos metemos en el taxi de vuelta, ella algo cargada de gintonics, me dice:

-       Vaya mierda de velada, no valían ni para amistad,  y tú, ¿vas a votar a alguno?
-       Quizás… quizás… quizás


Al día siguiente me despierto tarde y es raro porque nunca me dan más de las nueve en la cama. Huele a café de puchero y tostadas. Se oyen risas que salen del cuarto de Gabriela. Están las dos, mi madre y ella, sentadas en la mesa de estudio con las cabezas juntas sobre un libro. El sistema solar está colgado de la lámpara, con los planetas moviéndose en los alambres. Me quedo mirándolas apoyada en el marco de la puerta. Parecen una ilustración, sentimental, perfecta, conservadora.

Gabriela al verme se levanta, grita mamiiiiii y corre a abrazarme. Aún me sorprende lo rápido que olvidan los niños.

-       ¿Qué hacéis?, les pregunto
-       Repasando el tema de ciencias
-       Qué interesante!, dice mi madre con la vista en las esferas móviles del techo. ¡Cuántas cosas han cambiado en el universo!  ¿Sabías que…?

-       Sí, mamá, le digo cortando su frase, …lo sé.










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