Llegaron los fríos y con ellos esos enfriamientos
molestos que solucionamos con cualquier específico efervescente.
Como
recordareis, cuando éramos niños, no ocurría lo que ahora, a nosotros nos daban
un vaso de leche caliente con miel y asunto solucionado, si la cosa duraba un
poco más, algún jarabe de Lasa, las Juanolas o para la tos pastillas Bambu, o
un huevo batido con Ponche Caballero o Quina Santa Catalina ¡Qué daba unas ganas de comerrr!
Si estabas alicaído, una copita de quina, si no comías
demasiado bien, otra copita. Tal era la
afición, que se tenía como un remedio casero, incluso se le llamaba “el médico de
cabecera”. Era costumbre que este recetara una copita antes de las comidas y si
era necesario algún jarabe específico.
La publicidad de esta bebida decía (ya en tiempos de la
Tele): “Quina Santa Catalina es medicina
y es golosina”. En la etiqueta aparecía la Santa con su crucifijo. En la
época curación y santidad caminaban unidos, y como tal se aceptaba y
administraba. Todo era cuestión de Santoral, remediaba lo mismo Quina San
Clemente, en su etiqueta un concentrado fraile leía un libro.
En
el anuncio aparecía un niño jugando con aquellos pantalones tan cortos que en
invierno se quedaba tieso, se salvaban los de capital, que llevaban uniforme al
colegio con pantalones largos, aunque se aliviaba con unos calcetines a cuadros
hasta la rodilla, que si se caían le plantaban unas ligas de goma y que en cuanto crecían un poco reclamaban
pantalones largos. Las madres orgullosas decían “se está haciendo mayor”, pero no, esa no era la causa. Más que el frio
en invierno era la vergüenza de enseñar “las canillitas”, porque los niños de entonces
corrían y jugaban mucho, no estaban gordos, vestían jersey sin mangas (se
llamaba desmangado) y una pajarita al cuello. Jugaba con un coche y con las dos
manos sujetaba un mando unido a un cable que lo dirigía, lo que provocaba un
corto desplazamiento y mucho ruido.
El
anuncio continuaba con la merienda (medias noches con jamón), cuando
normalmente merendábamos pan y chocolate, un pocito de aceite con azúcar, una
rebanada de pan con mantequilla o nata.
En
el de Quina San Clemente, la madre llevaba una bandeja con copas de jerez y la
botella de la maravillosa quina.
Las niñas, que jugábamos a las cocinitas y a las muñecas
para la publicidad no contábamos, nuestra actividad necesitaba menos esfuerzo,
teníamos que saber coser, eso requería poco ejercicio.
¡Como se iban a resistir nuestras madres!, ¡llevaban dos
auténticos Santos!, ¡no podía ser malo!
Ahora “el botellón” lo hacen nuestros nietos, pero fue a nosotros a
quienes hicieron alcohólicos en potencia,
¡menos mal que nos libramos!
Había para todos. A los padres que venían cansados de
trabajar, en el anuncio se decía “...su
sillón,... su periódico y naturalmente Quina San Clemente”. Según la
publicidad, la abnegada y servicial esposa una vez que llegaba el marido al
hogar, al que recibía con un casto beso, después de llevarle las zapatillas y
el periódico, amablemente le servía una copita de Quina San Clemente, las imágenes presentaban un sillón en el que
estaba sentado el agotado marido, leyendo el periódico (concretamente La
Vanguardia), una lámpara de pie, para hacer más acogedora la estancia, y una repeinada
esposa, con una bandeja en la que llevaba la botella y la copa, ¡qué mujeres
las de entonces!, por mucho que se empeñaron y ¡mira que lo intentaron!, nuestra generación
se negó a tanto servicio.
Otra de las medicinas que habitualmente tomábamos era Calcigenol y Calcio 20, que estaba buenísimo, siempre
me dolían las piernas cuando se acababa, todo porque quería seguir tomándolo. Según
decían mantenía nuestros huesos fuertes y favorecía el crecimiento, también era
bueno para las embarazadas, con éstos productos seríamos tan altos como los
extranjeros, menos mal que no nos dijeron que nos volveríamos rubios; aquí de
“canos”, no pasamos. Aunque la dosis era de una cucharada al día, todos le
hemos dado más de un chupito.
Pero de todas estas medicinas, hay una que nunca
olvidaré, se llamaba, “CATAPLASMIN”, ya
no existe ni en el Vademecum, pero se puede encontrar como tal en el BOE nº 99
del 25-4-1984, como especialidad
autorizada por el Ministerio de Sanidad. Te lo daban en el pecho como el Vicks
VapoRub, aquello olía bien. Lo
recetaba el médico y era de color rojizo. Se aplicaba como una cataplasma, se
tapaba con una pieza de lana para mantener el calor y que hiciera más efecto.
Con eso desaparecía la tos y descongestionaba la nariz, en fin una maravilla.
¡Dios mío!, jamás lo olvidaré, debía tener unos ocho
años y un buen constipado. Mi madre decidió que había que cortar por lo sano,
me dio el famoso ungüento, diciéndome que picaba un poquito, pero que dejaría
de toser, al principio ¡tan contenta!, a los diez minutos, aquello era
insoportable, el pecho ardía, picaba, escocía. ¡Papá, Papá!, grité despavorida,
¡qué me quemo!, y salí corriendo al cuarto de baño, que estaba al final de un
largo pasillo. Mis padres asustados intentaban alcanzarme, me encontraron
totalmente empapada. Fue peor el remedio que la enfermedad.
Nunca más se utilizó, ¿alguien más lo ha sufrido?.
El Cataplasmín por Marisa Caballero se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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Resulta que Marisa y un servidor, fuimos al mismo colegio; aunque por razón de edad para este abuelo, estuvimos en cursos distintos. Y como tal, ella o yo, somos hijos del Calcio 20. ¡Qué rico, cómo nos gustaba! Para la próxima, querida Marisa, nos tienes que comentar del aceite de hígado de bacalao; aquello era incomestible, mal oliente, aunque mi madre me lo aderezaba con un poco del escaso azúcar (nos criamos en la posguerra) Todo cuanto nos comenta Marisa, lo recuerdo perfectamente. Hoy sería impensable, pues se denunciaría al fabricante de quina como inductor al alcoholismo en los niños; y aquí estamos, tan hechos y derechos, con los achaques propios de la edad, pero en un constante homenaje a nuestros padres; ellos, dentro de la escasez de esos años tan marcados en nuestra infancia, nos supieron inundar de cariño, de un amor inconmensurable, más la compensación de algún modesto juguete; para correr, ya teníamos la calle. Enhorabuena Marisa.
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