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martes, 17 de febrero de 2015

Cristina Vázquez: Accent Aìgû

                                     
 
La liberté guidant le peuple
Eugène Delacroix

Me llamo Anita Risquez, con acento en la e. Esto, aunque parezca frívolo, para mi es muy importante, porque permite entender mi lado francés.
Soy una mujer profesional, no se muy bien de qué, pero cada cosa que hago la hago con profesionalidad. Ahora vendo tabaco y aunque parezca algo simple no es fácil tener la tabaquera bien colocada, los paquetes por colores y tamaños, las cerillas  en degradé. Siempre, se me ha notado un algo que me hace destacar, pero esa diferencia, por pequeña que sea, no deja que me integre del todo.
Ya no soy guapa, tengo charme, clase, pero se pasaron los años del esplendor, aunque está la ventaja de que ya te miren con respeto, sin turbiedad. Yo noto que los hombres piensan, ahí viene una dama, y ese señorío, seguramente por la cosa francesa, que viene de mi padre, siempre lo he tenido.
Cuando él se marchó, de una manera inesperada por cierto, el desconsuelo de mi madre fue a la española. Lloró tantas noches como alfileres pinchaba en su alfiletero, tantos días como hilvanes hacía para las señoras del pueblo. Al principio de su ausencia, venían más para sonsacar, para ser testigos de una mujer desgraciada y ser más felices ellas al volver a su casa con unos maridos vulgares, que me pellizcaban cuando iba a entregar los trajes.
_Ven preciosa, ven francesita.
El más insistente, fue Don Julio. Olía a colonia dulce y a puro, pero me daba buenas propinas, a cambio de un manoseo. Y sabía decir ma petite. A mí, que lo dijera en francés, me reconfortaba. Y aunque  se me quedara un nudo en el estómago y un regusto amargo en la boca, volvía a casa repitiéndome cancioncillas que me enseñó mi padre, Sur le Pont D´Avignon… y otras así, infantiles, aunque ya fuera casi una mujer.
Me fui acostumbrando, poco a poco, a los olores de los hombres, a que me tocaran y me besaran. Al fin y al cabo siempre sacaba buena tajada y decía merci monsieur. A los hombres lo del acento extranjero les hace soñar.
_Márchate_ me dijo mi madre, tu aquí no encajarás nunca. _Y una mezcla de ternura y desaliento se grabó en sus ojeras de dolorosa.
Me marcharé a Francia, ese será mi destino natural
Y con la decisión sostenida por la maledicencia de las mujeres y la desolación de mi madre, me largué.
Llegaré a encontrar un buen trabajo, con mi accent y ese don para la profesionalidad no me faltarán ocasiones. Y los paisajes dulces, verdes y monótonos se deslizaron por la ventanilla. El futuro en francés ¿no era hermoso? ¿Será todo tan bonito como este campo? Es un regalo y me prometí… me prometí tantas cosas en ese tren que a veces quería que se parara en un espacio, mejor espace, sin contornos.  Y sería como mi padre, pero al revés, la hermosa extranjera que sabría aportar ese toque de gracia, esa españolidad, profesional por supuesto, que removería  su rutina.
Mi madre me había dado una dirección de una parienta de mi padre, a la que nunca conoció. Me costó encontrarla; era una mujer con sotabarba de grasa, cejas espesas y unas manos carnosas sometidas a vulgares sortijas, et alors la finesse? Me dijo que no sabía nada de mi padre, que fuera al pueblo dónde estaba su familia, su mujer y sus hijos.

¡Oh lá lá, carajo! _dije yo con un bilingüismo impecable, y me volví a España.


© Cristina Vázquez Salinero








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