La letra A
de su nombre bordada en el juego de novia era demasiado ancha, pensó Aurora
mientras la raspaba con la uña; pero su madre se había empeñado.
Su madre era
una mujer enérgica para todo, excepto para la labor.
Siempre
estaba echando puntos en unas agujas rojas, y al cabo de un rato lo deshacía
para volver a empezar.
Y el
silencio se partía entre el ruido sordo de sus dedos en la lana o el de su
anillo tropezando contra el metal de las agujas. Agujas rojas, primorosamente
rojas.
Esa mañana
no sonaba la cafetera, el sol salía lento y Aurora calculó que la planta de la
ventana había crecido un centímetro.
Esa mañana
el tren salía a las ocho.
Al abrir la
puerta con sigilo apareció su madre, imponente, con una sonrisa torcida.
-
Ni lo sueñes, tú no vas a ningún sitio. Tu obligación es
casarte y punto.
Aurora
sintió un escalofrío y vio las agujas en el sillón. Su madre las miró con la
misma velocidad que ella las cogía.
-
Apártate-, le contestó
y bajó con un impulso ciego.
Al llegar a
la calle sin resuello, se dio cuenta de que tenía las manos manchadas de
sangre.
© Cristina Vázquez Salinero
Los buenos propósitos por Cristina Vázquez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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Cristina muy bueno el cuento, me dan escalofríos, se habrá quedado la madre...
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