En la bahía del Mont-St-Michel se
producen las mareas más espectaculares de Europa, llegando a tener unos catorce
metros de altura, dos veces al día. En ella se alberga la abadía benedictina
del mismo nombre, que se alza sobre un islote de roca de ochenta metros de
altura.
Durante siglos se accedía por tierra
en los momentos de marea baja y por mar con la marea alta. Hoy se puede visitar
en todo momento gracias a una carretera que lleva a los pies de la roca.
Esta joya de la arquitectura
medieval, lugar de peregrinación de los fieles de todo Occidente, fue también
un importante centro cultural y político. En Mont-Saint-Michel todas las horas
son bellas, mágicas. No importa las veces que se haya podido ver en
documentales, en fotografías, cuando aparece ante el que le visita, estremece.
Tres ríos discurren sobre las playas:
Sée, Sélune y Couesnon, este último sirve de frontera entre Bretaña y Normandía,
ya que, según el refrán: “El Couesnon tuvo del mar manía, por ello el Monte está
en Normandía”.
Cada año venían a asolar las costas
los normandos, los hombres del Norte, hasta que consiguen instalarse en la zona.
Carlomagno hace reinar la paz y la prosperidad al reconocer a uno de los jefes
normandos, Rolón, como “Duque de Normandía”. A cambio el temible guerrero se
hace cristiano, con todos sus soldados, y en lo sucesivo protege a los siervos
de Dios.
El Duque Ricardo critica a los
“canónigos” que viven en el Monte Saint-Michel, su inmoralidad y su impiedad. Los
hace expulsar, reemplazándolos en el año 966 por monjes piadosos y sumisos,
venidos de Flandes, guiados por un hombre de ilustre familia, Maynard. Estos frailes adoptan la regla de San Benito,
así nace la abadía benedictina.
En la abadía amurallada, en un monte
que con la marea alta se convierte en isla, destacan desde la lejanía la alta
torre puntiaguda de la iglesia gótica
abacial. Esta se levanta sobre las
criptas de San Martín y Trente Cierges.
El pueblo un conjunto medieval muy bien preservado, está hoy, lleno de
tiendas y cafeterías. Bajo la abadía se
levanta el conjunto conventual, con la hospedería, el refectorio, la sala de
huéspedes… El cuerpo occidental comprende la despensa, el claustro y la sala de
los Caballeros.
A principios del siglo XIII, el gran
reino anglo-normando se desarticula: el rey de Francia, Felipe Augusto, se
apodera de Normandía. En medio de estos
tumultos, un aliado del monarca francés asedia el Monte Saint-Michel en 1204;
la ciudad y la abadía son en parte incendiadas.
Para hacerse perdonar y ganar el monte a la causa francesa, Felipe
Augusto envía una fuerte suma de oro para facilitar la reconstrucción.
Los monjes, cansados de la oscuridad
y la estrechez de las salas románicas, desean enmarcar, en espacio y luz, su vida diaria. Los abades orientan entonces sus esfuerzos a
los edificios conventuales. Edifican un conjunto de inmensas salas, en tres
pisos, creado en los primeros cuarenta años del siglo XIII: es la “Maravilla”,
la obra maestra de la arquitectura gótica.
Declarado monumento histórico en
1862, el Monte Saint-Michel, su bahía y el antiguo molino de Moidrey, que se
encuentra a cuatro kilómetros hacia el interior de tierra firme, figuran en la
lista del Patrimonio de la Humanidad desde 1979.
Visita obligada.
Fotos: Ángeles Alonso
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