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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Brújulas y Espirales: Gustavo Faverón Patriu "El anticuario"

Blog literario de Francisco Martínez Bouzas

martes, 26 de mayo de 2015


"EL ANTICUARIO", UNA NOVELA AMBICIOSA



El anticuario

Gustavo Faverón Patriu

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2015, 248 páginas.


   Editorial Candaya es y ha sido desde sus inicios garantía de buena literatura, de excelente narrativa sobre todo, que acostumbra a transitar por los caminos más innovadores, prestando además una especial atención a lo que se escribe en Latinoamérica. Una de sus últimas muestras, esta novela de Gustavo Faverón Patriu (Lima, 1966). La primera novela, el debut en la narrativa de ficción de un competente estudioso de la literatura latinoamericana, un verdadero “letraherido” como ha sido definido. Candaya reedita esta novela, publicada originariamente en Perú en 2010 y traducida con éxito al inglés años más tarde.

   El anticuario, sin dejar de ser una pieza ficcional, hunde sus raíces  en hechos reales que el mismo escritor despejó en una entrevista, demostrando así una vez más que realidad y ficción suelen superponerse, cuando la primera no supera claramente a la segunda. Refiere Gustavo Faverón que la idea de darle forma escrita a El anticuario surgió después de conocer que uno de sus amigos de la universidad había sido condenado por haber matado a su novia, pero en vez de ser enviado a la cárcel, fue internado en una clínica psiquiátrica. A pesar de que los amigos comunes fueron a visitarlo, él nunca se atrevió hasta que un día el presunto homicida le llamó para que lo visitara. Después de la conversación Faverón salió con la sensación de que era la misma persona y que la amistad y el cariño entre ambos no se habían evaporado. Cuando el amigo fue liberado. Rehízo su vida, pero acabó suicidándose debido a una profunda depresión y por el sentimiento de culpa. Gustavo Faverón decidió escribir un libro sobre aquella experiencia, al mismo tiempo que comenzaba otro “sobre el Perú de los años 80 cuando se produjo el choque entre Sendero Luminoso y el gobierno peruano”. En la trama de la primera novela, un hombre encerrado en una clínica psiquiátrica, reunía a los otros pacientes, personas que habían perdido la razón a raíz de los hecho traumáticos provocados por la guerra. Fue así, declara el escritor, cuando los dos protagonistas comenzaron a confundirse y apareció El anticuario, la novela que tematiza los límites de la amistad frente a la ética y la relación de la violencia privada con la violencia pública en el Perú de aquellos años.

   La novela se inicia remontándose a la prehistoria de la historia. Su relator, que lo hace en primera persona, es Gustavo, un claro alter ego del escritor. Daniel, su amigo, lector febril e impertérrito, mata a su novia de treinta y seis cuchilladas. El juez le declara demente; su madre hace valer el peso de su dinero y consigue que encierren al hijo en una clínica psiquiátrica. Daniel invita un día a Gustavo a almorzar en la clínica donde está recluido. Y a partir de la primera conversación, multitud de adivinanzas y de silencios. Para llenarlos de sentido, Gustavo tendrá que convertirse en detective, e indagar y zambullirse en el pozo de la memoria ajena, porque quiere ayudar a su amigo Daniel que le promete que le va a contar multitud de historias. Historias de un hombre enclaustrado en mundos separados de la realidad y que no es capaz de concebir la vida desde otra óptica que no sea la de los libros.

   Historias alucinadas que no son más que indicios que Gustavo tendrá que ordenar, historias que llenan sus visitas; metáforas, como se ha escrito, de una viaje hacia la maldad de la condición humana. De ahí que el mal sea una de las espinas dorsales de la novela. Otro de sus ejes es la infinita capacidad de Daniel, el anticuario, para contar historias. Historias que cuenta ante sus compañeros, alelados orates, “sombras extraídas entre las sombras”. Cataratas de historias que ya contaba antes de su reclusión: incluso en los prostíbulos se abandonaba a la vieja rutina de contar historias. Y ese es uno de los puntos nucleares de la novela: una invención de relatos, a través de los cuales una sociedad es capaz de reconocerse a sí misma.

   La novela avanza y se interna en dos vías opuestas, mas el narrador hacen que caminen de forma paralela: como indagación y cuento de terror, un juego detectivesco con historias tremebundas, como la de la mafia de traficantes de cuerpos, y a la vez la de la violencia ejercida por el ejército peruano enfrentado a Sendero Luminoso que genera así mismo historias terribles y alucinantes.

   El protagonista relator escucha estas historias tan intrigantes como perturbadoras, como relatos en clave, piezas de un puzle  que deberá componer para llegar a entender el comportamiento de su amigo, las causas del crimen y las formas de violencia que atenazan a la sociedad.

   Novela que soporta varias lecturas. Cada lector tendrá seguramente la suya. Pero nunca pierde su tonalidad delirante, provocada tanto por el clima de horror, presente como guía maligna de casi todos los relatos de Daniel en los que parece que quiere exorcizar sus culpas, como por la versión de la ciudad (Lima) donde se desarrollan los hechos y las historias. Una ciudad bañada por atmósferas asfixiantes y a veces macabras y en la que revientan los ambientes oscuros, depresivos y una no disimulada paranoia. También por la misma construcción lingüística de la propia novela: una prosa a la vez exuberante y funcional, en la que conviven varios registros lingüísticos, hilvanados todos ellos con un español sumamente elaborado, casi esmerilado, deliberadamente artificioso, riguroso, capaz de introducirnos en las zonas más tenebrosas de la condición humana. Y en la que los localismos del español de Latinoamérica, resaltan la lozanía y la expresividad del vehículo lingüístico.

   En definitiva, una novela enormemente ambiciosa, en la que alientan no pocos momentos estelares de la narrativa latinoamericana y del más clásico y genuino género negro, con los que el relato de Faverón establece un fructífero diálogo, amalgamando thriller con metaliteratura; con un desarrollo complejo y laberíntico que reclama una lectura alegórica y que demanda lectores exigentes, capaces de adentrarse en historias que van mucho más allá de los relatos lineales y de las soluciones en las que prima la lógica.


Francisco Martínez Bouzas




Gustavo Faveron  Patriu

Fragmentos

“Me convertí en el sumo sacerdote de los opas, con un séquito de ángeles chiflados que escuchaban mis prédicas absorto o quizás indiferente; daba lo mismo; de alguna manera sentí que a través de ellos se iba restableciendo mi vínculo con el mundo. Y también ellos, los demás, había aceptado cerrar ese círculo alrededor de él, ocupar cada cual un sitio igual al resto, pero diferente al de Daniel, y en sus reuniones, en el centro del pabellón, esa colección de hombres y mujeres amorfos, que hablaban lenguas que nadie más hablaba en la tierra, había encontrado una armonía estable pero real.”


…..


“Pastor asumió como una misión personal llevar a Daniel a bares de solteros, pubs y clubes nocturnos, y cuando iban a alguno, mientras más grotesco fuera -cuántas veces me lo habrá contado Pastor, dijo Yanaúma- Daniel exageraba aun más esa actitud de severidad intelectual que se adueña de él cada vez que algo le pone nervioso. Tú sabes a qué me refiero: entraba en lugares que olían a perfume barato, licor y desinfectante afectando la misma gravedad con que hubiera ingresado en una biblioteca catedralicia, y miraba a las mujeres de la barra, a las mujeres que bailaban en la pista, o arrumadas en torno a una columna, a las mujeres que caracoleaban distraídas en cualquier esquina, con las piernas enrolladas en las piernas de las demás, mirándose al espejo (…) y se sentaba en un sofá de terciopelo sintético, con la mirada roja por el sopor caliente de las lámparas y los tachos de luz vaporosa, a esperar que alguna de ellas se aproximara, y entonces les buscaba una charla impracticable, en una lengua que a ellas les sonaba ridícula, y cuando se animaba a tocarlas, lo hacía posando un dedo sobre la garganta de la chica, y bajándolo desde allí rápidamente, como cortándola en dos, o como si, con ese dedo estirado, recorriera el índice de una enciclopedia.”


…..


“Esa tarde, dijo la chica, siguió recitando Yanaúma, el oficial mató a mi padre de un solo cuchillazo en la garganta, y luego los soldados hicieron lo mismo con todos los hombres del pueblo, incluso los más chicos, entre ellos mi hermano y el niño del perro. A las mujeres las dejaron aullar de dolor un rato y luego las forzaron a cavar una zanja honda a doscientos metros del pueblo, arrojaron allí los muertos y después abalearon a las viudas,  a las hijas, a las nietas, y las tiraron sobre los demás cuerpos. Mi madre fue la última, me tuvieron que arranchar de sus manos: la vi tirada en la fosa con un hueco en la frente. A mí y a una niña más nos dejaron vivir, no sé por qué. Quisieron violarnos pero éramos muy chiquitas y se les hizo difícil entrar en nuestros cuerpos, que irisaron de moretones, rasguños, mordidas, cortes de cuchillo, y marcas afiladas de dedos y garras hambrientas. Cuando se fueron, horas más tarde, jalando una reata de cabras y cargando seis gallinas bajo el brazo, no discutieron si llevarnos con ellos o matarnos a nosotras también: simplemente se fueron.”


(Gustavo  Faverón Patriu, El anticuario, páginas 45-46, 156-157, 165)

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