Blog Literario de Francisco Martínez Bouza |
lunes, 21 de abril de 2014
EL FERROCARRILERO Y SU TREN-MUJER
Elena Poniatowska
Editorial Trifolium, A Coruña, 2014, 54 páginas.
(En homenaje a Elena Poniatowska que dentro de dos días recibirá el Premio Cervantes 2013)
Elena Poniatowska es un pájaro en la literatura mexicana. Así retrató Octavio Paz los cerca de cincuenta años de creación innovadora en la narrativa de Elena Poniatowska, que dieron comienzo con un libro de cuentos Lilus Kikus, y en los que la mujer que nació princesa polaca, condición a la que renunciaría, presta su voz y sus fantásticas imposturas a los sin voz de su país y de otras partes del mundo. La más reciente, a Leonora Carrington en su novela Leonora (2011). Antes lo había hecho con la lavandera, heroína veterana de la Revolución mexicana, Josefina Bórquez, en la ficción Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), o a aquellas mujeres con las que se conduele como la fotógrafa Tina Modoti en la investigación novelada Tinísima (1992) o como a Angelina Beloff de Querido Diego. Te abraza Quiela (1978), un relato de amor intransitivo.
La mano maestra de Elena Poniatowska ha escrito además algunos cuentos antológicos de la narrativa en español. Uno de ellos es este Métase mi Prieta, entre el duermiente y el silbatazo, que por estas fechas edita la coruñesa Editorial Trifolium, un homenaje de primavera a la mujer que dentro de dos días recibirá el Premio Cervantes.
El cuento desarrolla su trama narrativa en el micromundo de los ferroviarios o ferrocarrileros, para ser fieles a los mexicanismos que emplea la autora, de México D.F., en la época del tránsito de la máquina de vapor a la de diesel. En este mundo sitúa E. Poniatowska a su protagonista, el ferrocarrilero Pancho, cuya cultura e identidad están fuertemente unidas al grasiento y ruidoso ambiente de las máquinas de vapor. Pero carece de toda posibilidad, pese a la solidariedad entre los trabajadores, para controlar sus condiciones laborales. Y también sus condiciones de vida, lo que acontece cuando la máquina de vapor es substituida por la de diesel. Pancho ya no podrá tratar a su nueva máquina como a su amante Teresa. La relación con ambas era similar: a la dos acariciaba, lubrificaba, domesticaba, de las dos captaba sus olores y gemidos. Las dos se dejaban hacer. La locomotora es su amor despierto. Teresa le recibe con sus ojos fijos de vaca buena que “desplazaba lentamente su gran pasividad de la cocina a la recámara” (página 9). Mas la maquina diesel no lubrifica como la Prieta; ella se mantiene sola. Y Pancho comienza a mirarla con desazón: ya no sentirá el mismo deseo que sentía cuando montaba a Teresa, cuando con la Prieta corría en medio del silencio. Y, en un último acto de rebeldía y amor, con la Prieta se perderá en paisajes desconocidos que se adentran en la sierra para dar pábulo a rumores que hablan de una máquina loca que hace corridos fantasmas.
Es verdad que se puede hacer, y así se han hecho, lecturas de este relato desde una perspectiva genérica y en el contexto de una cultura fálica, que se hace presente ya en el primer párrafo: “El tubo de la luz perfora la noche y la locomotora se abre paso entre muros de árboles, paredes tupidas de vegetación inextricable” (página 7). Una metáfora que se presta a una lectura sexual en el tejido cultural de los ferrocarrileros que tratan a sus máquinas de vapor como si fueran mujeres. Una relación -fundamento de su identidad- que se pierde con la irrupción de los nuevos trenes, que como Teresa y la Prieta, ya no se dejan hacer. Según esta lectura, Poniatowska quiere indicar que Pancho es el representante de un sistema de un “género exhausto”, un hombre definido por la tradición machista, que es incapaz de reinventarse con la llegada de la modernidad. Y con la pérdida de la amante sumisa y de la máquina de vapor, pierde así mismo las bases de su identidad.
Aceptando no obstante las connotaciones machistas -para Pancho Teresa nunca existió como persona, sino solamente como objeto de su apetito sexual- caben otras traducciones del relato de Poniatowska: como una historia de solidariedad entre los viejos ferrocarrileros. Y de amor a los viejos trenes. Estos viejos ferrocarrileros descubren al mismo tiempo a la mujer y al riel y cómo la máquina se hace a uno, igual que Teresa, la amante a la que también le complacía que él fuera acariciándola, suavizándola.
Elena Poniatowska recupera en este cuento la voz y el indeleble apego de un curtido ferrocarrilero, seducido por su Prieta, la máquina de vapor a la que viste con su ajuar de novia, como si fuera su primera noche. La escritora mexicana reviste a su vez su cuento con un ajuar lingüístico de primera calidad: lengua fuerte, incontenible, a veces arrebatada -inmensa su fuerza verbal-, que conjuga a la perfección el castellano y los mexicanismos, así como el usos frecuente de potentes imágenes poéticas, penetradas con frecuencia de humor, que hacen de la lectura de este cuento un deleite también para los sentidos.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Lo más bonito de Teresa, además de su gordura, era su prudencia; mejor dicho, su absoluta incapacidad para la intriga o la malevolencia. Él regresaba echando pestes contra el jefe de patio general; que se iban a unir todos para sacar al desgraciado, que por algo había un sindicato, que…y Teresa y sus ojos fijos de vaca buena, respondía con voz tranquila:
-Pues a ver.
Nunca un juicio, nunca una palabra de más. Desplazaba lentamente su gran pasividad de la cocina a la recámara, a la azotechuela, y parecía abarcarlo todo. Nada le hacía mella, nada alteraba su humor parejo y, sin embargo, cómo le gustaba a Pancho que Teresa se sentara encima de él a la hora del amor; él de espaldas en la cama y ella en cuclillas, montada en su pecho, sus piernas acinturándolo; tan enorme que Pancho no alcanzaba a verle el rostro, asfixiado como estaba por su vientre, sus muslos fortísimos, pero qué dulces, qué reconfortante asfixia.”
…..
“De Apizaco a Huauchinango y también entre las poblaciones que se adentran en la sierra, por el rumbo de Teziutlán se esparce el rumor de una máquina loca que hace corridas fantasmas y en la noche se escucha cómo el maquinista abre válvulas de vapor y la montaña resuena entonces con un lamento largo, como el grito de un animal herido, un grito hondo y dolido que parte la sierra de Puebla en dos. Nadie la ha visto (aunque todos los hombres del mundo se han ido un poco con el tren que pasa), pero una vez, un despachador que se iniciaba en una estación perdida de Huastca, de ésas donde no cae un alma viviente y en las que suelen mandar a entrenarse, en medio de los abismos oscuros, a los nuevos para que se despabilen, envió un telegrama que leyeron en Buenavista: «Métase mi Prieta, entre el duermiente y el silbatazo». El Gringo que andaba en la chancla de la estación se enteró y fue el único en sonreír. Pero como ya no le gustaba platicar no dio explicación alguna. Tampoco la dio Alejandro Díaz, empleado de confianza.”
(Elena Poniatowka, Métase mi prieta entre el durmiente y el silvatazo, páginas 9-10, 53-54)
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